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El arzobispo de Barcelona pronunciará el domingo una pastoral contraria al divorcio

El cardenal arzobispo de Barcelona, Narciso Jubany, dedicará la pastoral del domingo próximo a «la escalada del divorcio», donde llega a la conclusión de que «el divorcio engendra divorcio» y que «es una puerta abierta a la generalización del mal». Paralelamente, el primado de la diócesis de Seo de Urgel y copríncipe de Andorra, Martín Alanis, dijo, refiriéndose al tema de la familia, que «amor y procreación son inseparables en el matrimonio» y que, como «la familia es el medio inmejorable en el que surgen vocaciones sacerdotales», hay que protegerla, ya que «es necesario que surjan abundantes vocaciones que se dediquen por entero al servicio de Dios y la Iglesia», informa Europa Press.

Para defender su tesis de que el divorcio engendra divorcio, el cardenal Jubany menciona una estadística de Naciones Unidas, en la que se ven las cifras ascendentes de ruptura matrimonial en diversos países europeos durante los años 1960 hasta 1974. «En Francia», escribe el arzobispo, «se pasó de los 30.182 divorcios anuales a los 50.000; Bélgica, de los 4.589 a los 10.355; Alemania Federal, de los 44.391 a los 90.164; Austria, de los 8.011 a los 10.638; Suiza, de los 4.656 a los 8.193; Holanda, de los 5.711 a los 19.167; Inglaterra, de los 25.279 a los 105.199; EE UU, de los 393.000 a los 977.000; Canadá, de los 11.343 a los 40.019; Dinamarca, de los 5.682 a los 13.132; Suecia, de los 8.958 a los 27.208».En cambio, para el arzobispo catalán, «esta relación habría que completarla con otra: la de las causas en tramitación de divorcio civil» (tampoco menciona la escalada de separaciones y anulaciones eclesiásticas), y en ambas «comprobamos que el proceso evolutivo de rompimientos matrimoniales es indiscutible». Narciso Jubany recuerda, después que el episcopado español, en su declaración de noviembre de 1979, ya advirtió a las autoridades civiles, que la experiencia ensena que toda legislación divorcista es «prácticamente irreversible», y que los propios legisladores se deslizan «por el plano inclinado de la progresiva multiplicación de las causas de divorcio. Entonces», concluye, «es verdad que el divorcio engendra divorcio y que la escalada es difícil de parar, por esto los legisladores deben pensar seriamente si una ley de divorcio constituye realmente un remedio al mal que se intenta atajar o es más bien una puerta abierta a la generalización del mal».

El cardenal Jubany reconoce a continuación que estas declaraciones suyas de ahora, en plena discusión de la ley de divorcio, son «una parte de cuanto dijimos los obispos españoles frente al tema», por lo que considera necesario y bueno «añadir la apostilla siguiente: "Es un deber indiscutible del Estado proteger y ayudar a la familia, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica". Cabe preguntarse», prosigue, «si promulgando una legislación divorcista se protege y ayuda realmente a la familia o es al contrario. Vale la pena que los políticos lo piensen seriamente. En todo país, el Estado debe reconocer los valores objetivos de la familia como primer elemento integrador de la sociedad. En el nuestro, más todavía, donde la tradición familiar cuenta con unos valores jurídicos, culturales y éticos, que nadie puede negar u olvidar», termina.

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