La minifalda
Dice el admirable ensayista mexicano Alejandro Rossi (Anagrama) que la Moda es el símbolo reducido a maquillaje. A mí siempre me ha interesado el mundo de la moda, porque es un mundo concéntrico al de la mujer, que es lo que realmente me interesa, me desinteresa (de todo lo demás) y me deshuesa. En la temporada otoño/invierno me estoy poniendo morado de ver tewds, tableados, gorritas años treinta y chaquetas como de repatriado muerto, que se ha puesto la viuda, en este caso la maniquí. Soy un voyeur de mujeres vestidísimas.A Tessa de Baviera, una elegante vestida siempre de hit en la higth, se lo dije hace poco:
-Me interesa la mujer de voz profunda y seno breve, siempre más cerca de Cranach que de Fragonard.
El inteligente señor Loewe acaba de exponerme una interesante teoría para la sociologización de la moda, muy en socialdemócrata con damasquinados liberales, como la nueva moda europea del canciller Schmidt. Por lo demás, un pase de modelos que monta Antonio Asensio, el revival/Regoyos en Biosca (Regoyos pintó el «salmantino luto» de la España negra, otra moda), la apertura del Museo Municipal, con la moda. romántica, Sartorius en el XXI, siempre con traje de intocable corte eurocomunista, pieles de Buenaventura en el Casino de Madrid y pieles de Villagroy con Catherine Bassetti. La marquesa de O'Reilly pasa la moda intelectual; en la Academia de Medicina, mis dos queridos sabios Gómez Orbaneja y Rof Carballo presentan la moda cancerígena; Pacordóñez, la moda «divorcio celérico» (no colérico, como ha escrito aquí el robot); Chamaca González, la moda jurídica feminista, y así.
Pero lo que viene o vuelve es la minifalda, como una emanación natural del pueblo, como una socialdemocracia indumentaria, como un retorno a la libertad germinal (y luego napalmizada) de los felices sesenta. Hay la moda de los grandes y pequeños creadores, con toda una tradición estética, ética y economica, como la política que hacen los políticos, y hay la moda espontánea que nace en el Village, en el Barrio Latino, en Malasaña, en San Francisco, en la Marbella off /don Jaime, que es como la política espontánea de las asociaciones de vecinos, los intelectuales neorradicalistas, los liberales neoazañistas, los bailones vecinales y los que me invitan cada día a hablar en las fiestas de su pueblo.
Quiero creer que la vuelta de la minifalda, que primero fue una creación audaz de Mary Quant, un tijeretazo genial, como el que Braque le da al periódico para pegarlo en el lienzo, es hoy una confluencia natural y múltiple de las mujeres del mundo, que entre la cofflure asfixiante de cuadritos y el tejano progre /promocionado de pana sintética, han elegido echar de nuevo las piernas por alto, lucir lo que tienen, andar libres y repartir democráticamente la armonía ambulante de sus muslos entre todo el personal mirón y peatonal, en lugar de reservar esas armonías y otras solo para el elegido racial o sentimental, para el marido sacramental o el amante experimental. La minifalda es la democracia indumentario /erótica de hoy, más allá del feminismo y el antifeminismo, más allá del exhibicionismo (cuando ya se ha exhibido todo, pasando de la pornografía a la ginecología), más allá de la moda/media pierna y de la antimoda vaqueros-del-Rastro compravendidos en la Bobia el domingo por la mañana. Si la minifalda es democrática, la democracia es la minifalda social que permite a todo el mundo echar los pies por alto.
Quizá uno de los síntomas menores, pero seguros (uno vive de pequeñas ideas mejor que de grandes ideales) de que nuestra democracia va estando madura, es que las españolas en bloque, entre los plisados otoño/invierno o los agobiantes suéteres pasotas, se han decidido por la libre, ligera y llevadera minifalda. Nada tan difícil como elegir lo más fácil.
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