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La fragilidad de Occidente

Después de algunos días de vacilaciones, los comentaristas, en Francia y fuera de ella, llegaron todos al mismo diagnóstico: el ataque de Irak contra Irán no es imputable a una maniobra de uno de los grandes ni a la rivalidad entre ellos; la hostilidad Irak-Irán, nutrida por recuerdos históricos, reavivada por pasiones actuales, estalla en guerra abierta en un momento escogido por el presidente Saddam Hussein, el hombre fuerte del mundo árabe, cuya política, bautizada de bismarckiana, suscita a la vez admiración y temor ( ... ). Moscú y Washington se han declarado casi simultáneamente neutrales y, con toda probabilidad, eran igualmente sinceros. Ninguna de las dos capitales se va a lanzar en socorro del imán Jomeini, que vocifera contra el satanismo de los dos imperialismos; ambas no van tampoco a aprobar el ataque lanzado por Irak, después de meses de incidentes menores. Pero, más allá de este acuerdo inmediato y espontáneo de abstención, los pensamientos y las ideas ocultas de los soviéticos y de los americanos difieren, lo mismo que difieren sus posiciones geopolíticas y sus medios respectivos. Los americanos desean circunscribir el conflicto porque no poseen las armas o las bases necesarias para una intervención militar; los soviéticos, armados hasta los dientes, en caso necesario emplearían fuerzas considerables, pero no tienen interés, por el momento, en elegir entre los dos campos (...).

Sobre el terreno, el Ejército iraquí obtendrá la victoria, aunque la resistencia iraní se revele más fuerte de lo que pensaban los generales de Bagdad ( ... ).

Estados Unidos es evidente que no posee ya la fuerza ni el prestigio suficiente para imponer a los beligerantes la suspensión de hostilidades. La Unión Soviética guarda, tal vez, una posibilidad de llegar a imponerse. Pero ¿por qué iba a enemistarse con Irak que aspira a una dominación regional y que cumplirá tal vez mañana la función de gendarme del golfo Pérsico que tenía el Irán del sha?

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10 de octubre

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