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Exposición de bodegones de Arranz-Bravo y Bartolozzi

Esta tarde, en la madrileña galería Vandrés, los pintores Arranz-Bravo y Bartolozzi inauguran una exposición de bodegones. Dicha muestra coincide con el décimo aniversario de la vinculación de esos dos artistas -presentes este año en la Bienal de Venecia- con la citada sala de exposiciones. De ahí que las medidas de cada cuadro (setenta por setenta) constituyan un guiño evocador de la fecha inicial del idilio: 1970.

Juntos, pero no revueltos, Eduardo Arranz-Bravo y Rafael Bartolozzi vuelven a exponer, tras un paréntesis de cinco años, en lo que ellos siguen llamando, con ironía irreversible, la capital. Durante la presente temporada sus obras se han movido de punta a punta: Mataró, Venecia, Palma de Mallorca y Stuttgart, y el próximo día 11 de este mes van a colgar dos retratos en el hall del teatro de la Opera de Amsterdam.Juntos, y también revueltos, los dos artistas amenizaron la década de los setenta con sonados festejos, happenings y pintadas tibias en edificios públicos. Paralelamente, juntos, pero no revueltos, fueron creando pinturas, esculturas, dibujos, carpetas, libros. Pasaban de desfiles públicos a la prisión del compartido estudio. Iban, en fin, del caño al coro, para luego volver del coro al caño. Hasta tal punto que muchos sólo han retenido ese vaivén y, sin fijarse en las huellas plásticas del mismo, suelen pronunciar una tierna frase donde se dan la mano la envidia y el desdén: « ¡Cómo se lo montan esos dos! ».

Ese montaje arroja un saldo que Arranz-Bravo define así: «Ha habido de todo, como en la vida misma. Se han mezclado las cosas positivas y las negativas».

Sin embargo, pronuncia la palabra agridulce con un hondo deleite de gourmet oriental, acostumbrado como está a hacer de lo contradictorio, y aun a riesgo de eclecticismo, un suculento manjar. En la mesa pictórica que hoy sirve hay trompetas, pájaros muertos, pulpos y bocados de cardenal.

Su compañero ofrece champiñones, bombones helados, lan gostas y espaguetis, al lado de un milagroso porrón. El humor del festín nació, como es costumbre, en la misma cocina. Bartolozzi no oculta la receta: «Nosotros trabajamos siempre juntos. Pero nunca hemos aspirado a que la suma de los dos engendre un tercer fantasma autónomo. Cada cual hace lo que le sale de las narices. Eso sí, nos consultarnos mutuamente, discutimos, proyectamos. Y, dado que llevamos una vida bastante similar, con aficiones compartidas, no nos es difícil alcanzar una gran armonía en la convivencia».

O sea que cada cual delega su esquizofrenia en la cazuela del otro. Sólo acecha el peligro de los celos en el momento del destape público. Arranz-Bravo comenta: «Esto de exponer es pornografía pura. De esa consideración no hay quien nos saque, pero, cuando caemos en la tentación de exponer, procuramos mitigar lo pornográfico del hecho con el despliegue de un mundo coherente. Ahora mismo estos bodegones que presentamos, frívolos o aburridos, son el fruto de todo un año de trabajo». Y agrega Bartolozzi: «Es un trabajo aunado. Los celos artísticos entre nosotros carecen, pues, de sentido. Nunca tenemos éxitos o fracasos a nivel personal. Una u otra cosa es algo que se diluye en nuestra propia dualidad. La diferenciación en la acogida es un problema que sólo puede planteársele al espectador».

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