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Las diferencias entre los partidos italianos son mayores que nunca

Juan Arias

El presidente de la República italiana, Sandro Pertini, llegó ayer a Roma desde Hong Kong, después de quince horas de vuelo y renunciando al viaje a Jordania. A pesar del cansancio y de sus 84 años, quiso recibir inmediatamente, en la noche del domingo, al presidente del Gobierno, Francesco Cossiga, para recibir su dimisión sin perder un minuto. Y ayer mismo el jefe de Estado, sin tomarse un solo día de descanso después de quince días en China, comenzó las consultas oficiales siguiendo un rito que se repite por cuadragésima vez en 35 años.Nadie sabe aún si se tratará de una crisis larga o corta y si Pertini enviará a Cossiga al juicio del Parlamento, ya que en realidad su Gobierno había recibido la confianza en la votación nominal. Jurídicamente, Cossiga podía no haber dimitido a pesar de que en el voto secreto, con la traición de 32 parlameritarios, el Parlamento rechazó el importante decreto sobre la economía. Pero, de hecho, la situación del Gabinete de Cossiga era insostenible, sobre todo ante la durísima oposición de los comunistas.

Los primeros pronósticos son que ésta no será una crisis fácil, ya que nunca hubo tanta acidez entre dernocristianos y comunistas, y entre éstos y los socialistas.

Los primeros que se han presentado como disponibles para «fortalecer» el Gobierno han sido los socialdemócratas y liberales. Se formaría así un pentapartido más seguro ante los posibles francotiradores del voto secreto. Pero ésta es precisamente la solución que menos agrada a los comunistas, porque se trataría de formar un Gobierno más bien estable, «que no necesitaría del PCI».

Y como siempre, hay quien amenaza ya con nuevas elecciones anticipadas, afirmando que si no hay acuerdo «serán llamados los electores a juzgar a los irresponsables que han hecho caer el Gobierno». Pero ¿quiénes son estos 32 fantasmas que votaron en contra? Es lo que están deseando saber todos los partidos. Y las acusaciones entre democristianos y socialistas son recíprocas. Un pequefio velo lo descorrió ayer Enrico Berlinguer, cuando afirmó que «luchaban desde hace meses para llegar a este resultado, con el fin de echar una mano a la izquierda socialista, humillada viendo a su partido aliarse con la parte más reaccionaria de la Democracia Cristiana». ¿Fue entonces la izquierda de Bettino Craxi quien traicionó al secretario? Otros, como los radicales, piensan en una operación del grupo de Giulio Andreotti, que fue vencido en el último congreso democristiano, los cuales han ofrecido a los comunistas que Andreotti estaría dispuesto a formar un Gobierno que dejara las puertas abiertas para un futuro ingreso de los comunistas o, cuando menos, un Gobierno no «anticomunista».

Mientras tanto, todas las esperanzas están puestas, paradójicamente, en lo que podrá «inventar» el anciano Sandro Pertini, que se ha convertido en el «gran padre buenci» de una Italia más en crisis que nunca.

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