Como un atraco
Cuando iba a salir el cuarto de la tarde, aún no se había producido la novillada. Aquello era como un atraco. Novillada es lo que se anunció, no lo que saltaba a la arena. Novillada es lo que habitualmente veíamos en Las Ventas, antes de que llegaran los hispalenses, tanto monta en versión Canorea como en versión Berrocal. Novillada no podía llamarse, ni con el mayor de los optimismos, a aquella serie de animalitos sin tipo, sin cara y sin fuerza, que rodaban lastimosamente por la arena.Como un atraco: así se lo tomaba la gente. Su indignación subía de punto, a medida que transcurría el festejo sin transcurrir. Es decir, que no había festejo; todo lo más, el entierro de la sardina. La afición se levantaba de los asientos, flameaba pañuelos, les decía a la empresa y al presidente cosas subidísimas de tono. Y he aquí que los turistas, al poco tiempo, se unieron a la protesta. El vocabulario que traían se enriqueció con numerosas, variadas y gráficas voces, aprendidas en el tendido de Las Ventas. Hoy saben más, y si a alguno le da por la rareza de volver a los toros, le timarán menos.
Plaza de Las Ventas
Cuatro novillos de Antonio Arribas, sin presencia ni fuerza, y dos (quinto y sexto) de Bernardino Jiménez, con trapío y manejables. Pelucho: pinchazo, media y rueda de peones (silencio); tres pinchazos, estocada caída, rueda de peones y dos descabellos (pitos);pinchazo hondo trasero, aviso y rueda el novillo (silencio). Luis Cancela: estocada corta y descabello (palmas y pitos); pinchazo y estocada caída (protestas y palmas); dos pinchazos, estocada y descabello (algunas palmas y pitos). Buen tiempo y media entrada.
No importa lo que les hicieron Pelucho y Cancela -por cierto, bien poco- a los novillitos moribundos. Nada tenía interés. La afición se rasgaba las vestiduras y el turismo llegaba a la convicción de que menos lobos, cuando les hablen de la fiesta del arte y del valor. Ni arte, ni valor; ni toros, ni toreros. Menuda broma de fiesta.
Salió el cuarto -más enterito y resultó que era un buen novillo, con los caballos, bravo, y con los de a pie, noble, y le correspondió a Cancela, que no se acopló en toda la larguísima faena, quizá por no templar. « ¡Tiempla, muchacho; tiempla», le aconsejaba un espectador. Pero no tiemplaba, no. Los dos últimos, de Bernardino Jiménez, ya tuvieron trapío y fuerza, lo cual hizo que los dos novilleros, cada uno en su turno, acabaran por venirse abajo. Pegaron infinidad de pases, eso sí; pero pegar pase ya se sabe que no es torear. En el mano a mano salieron empatados: ninguno dejó nada en el recuerdo. De manera que equis.
Martín Berrocal nos ha dicho muchas veces que no da novilladas porque pierde dinero. Y se explica: «¿Sabe usted? Los turistas no quieren ir a este tipo de festejos, pues dicen que los novilleros son aprendices». Pues no seria el domingo, que los turistas se nos comían. Llegaron en numerosos autocares, invadieron los tendidos en prietas e interminables formaciones, dedicaron a los alguacilillos la ovación de la tarde y, naturalmente, se dejaron en taquilla sus buenos dineros, que es sin duda lo que le importa al empresario. Pero no se dejaron engañar por el atraco de los novillejos inútiles. La afición les puso al día y les dio a conocer sus derechos, a nada que empezaron los bicharracos a pegarse costaladas. La afición, con Felipe el Lupas al frente, en tarde inspirada y lenguaraz.
La fiesta de toros merece mejor trato en Madrid. Algo que debería tener en cuenta la diputación provincial, que es, se mire como se mire, monopolista de este asunto. Eso de embolsarse la millonada del canon, y ahí me las den todas, debe terminar
Babelia
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