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Tribuna:
Tribuna
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El cuerpo glorioso de la madre Rafols

«Vamos a recabar la gentil colaboración de la izquierda para avalar electoralmente, ante Dios y, ante la Historia, la continuación de nuestro predominio cuarentón y/o plurisecular». Estas palabras, escritas en otoño de 1976 por el «difunto» fundador del FLP, el ex diplomático Julio Cerón, resumen perfectamente, en mi opinión, la historia española de los últimos cuatro años.Si el proceso democrático de 1977 pudo suscitar esperanzas y encadilar a numerosos «antifranquistas de toda la vida», la realidad actual muestra a las claras lo infundado e iluso de semejantes quimeras: los franquistas de toda la vida -al menos los que lo fueron durante la vida de Franco- siguen teniendo la sartén por el mango y, bien adaptados a las premuras y componendas del día, consiguen -y ello es especialmente verdad en el terreno de la cultura- unos resultados que nunca obtuvieron cuando empleaban abierta y exclusivamente el palo. Las amenazas, secuestros, presiones y atentados del régimen anterior no pudieron con esos pequeños espacios de libertad creados en España y fuera de ella por publicaciones como Cuadernos para el Diálogo, Triunfo o Cuadernos de Ruedo Ibérico: en el nuevo espacio «liberal» abierto a todos, la primera ha muerto, la segunda se ha visto obligada a plegar velas y abandonar su combate hebdomadario, y el triple dogal de la confusión, pasotismo y desencanto ha apretado paulatinamente el cuello de la última hasta casi asfixiarla. Ni redadas policiales, ni detenciones, ni torturas lograron impedir la difusión clandestina de Mundo Obrero; hoy, el diario del PCE, en razón de problemas de plantilla y apuros financieros, se ha visto en la precisión de conceder unas vacaciones veraniegas a sus lectores y abonados, como si, desertando de fábricas y talleres, la clase obrera española, al fin desmovilizada, acampara gozosamente en su hábitat natural: nuestras playas.

La derecha de siempre, cobijada hoy bajo el parasol de UCD, ejerce el poder cultural de forma casi exclusiva a través del monopolio estatal de la RTVE y de una Prensa independiente en teoría, pero en verdad cada vez más timorata y domesticada. La política del palo y la zanahoria le ha dado excelentes resultados, y el empleo de la última de cara a la galería le permite ocultar hábilmente el número creciente de bastonazos: la increíble condena del director de EL PAIS, la prohibición del filme de Pilar Miró, la escandalosa sujeción de los periodistas a la jurisdicción de los tribunales militares, la sentencia de seis años contra García Salve y un largo etcétera. Nada de esto puede sorprendernos si tenemos en cuenta el hecho significativo, realmente sinóptico, de que el responsable de la censura de libros en 1973, esto es, el ex guardián aplicado de la cultura, haya sido hasta hace unos días su paladín oficial, el ministro del ramo.

Escuchábamos antes: procuradores en Cortes, sindicato vertical, tercio familiar, democracia orgánica. Escuchamos ahora: Estado español, ente preautonómico, política de consenso, transición democrática. Pero los trovadores -bajos, barítonos y tenores- siguen siendo los mismos. Como dirían nuestros vecinos, plus ca change, plus c`est la meme chose.

La cultura oficial u oficiosa española parece que varía, pero repite sus ciclos, no escarmienta nunca, rehúsa la experiencia, vuelve a las andadas. Si nuestra vida literaria (de la academia al café, de la pedantería al chisme) brilla como nunca, la literatura (el texto creador) es aún obra paciente de unos cuantos idealistas incorregibles, voluntariamente aislados. Hoy como ayer, la creación se produce al margen y a contrapelo del gran tinglado cultural. La dedicación del escritor a este actúa en función inversa a su empeño con la escritura. El trabajo artesanal, humilde y silencioso, el cuerpo a cuerpo con la palabra, son tan ajenos a las glorias comerciales u oficiales como la vida del labriego extremeño o manchego a la sucesión dé dictaduras de espadones y restauraciones monárquicas. Lo demás -el bullicio y correcorre para ponerse al día; el codazo o zancadilla al colega; el elogio en el que no cree ni su autor, ni el lector, ni el propio destinatario; la proliferación de sucedáneos y productos descafeinados; la arrebatiña para conseguir parcelillas de poder, premios y recompensas- son pura vacuidad, pompa de jabón, clamor inane.

Mis amigos del semanario La Calle me pedían recientemente que interviniera en el debate ti tulado ¿Qué hacer con la cultura? A riesgo de defraudarles, me sen tiría tentado de responder, cuan do menos, en lo que a España concierne: dejarl ' a tal cual. Inten tar remozarla a estas alturas -con nuestra inconmovible derecha bien firme en el poder- sería tan vano como llevar a un instituto de belleza y relajamiento el cuerpo glorioso de la madre Rafóls. La cosa no tiene remedio.

Se me ocurren, sí, algunas sugerencias respecto a ella de cara a los «nuevos» -tras su muda de piel- programadores oficiales. Enumeraré unas cuantas: conceder el Premio Cervantes al ilustre historiador don Ricardo de la Cierva; otorgarle el título bien merecido de hijo adoptivo de Soria; proponer su candidatura, en caso de fallecimiento de Pemán, al máximo galardón de la Academia sueca; editar los discursos de don Adolfo Suárez y don Santiago Carrillo durante los diez últimos años del franquismo e intercalarlos con los pronunciados por ambos desde 1977 hasta la fecha; repetir la operación con los viejos editoriales de don Emilio Romero contra la democracia y los actuales en favor de ella; condecorar a don Juan Manuel Lara con la medalla de la resistencia cultural al fascismo; crear becas para el estudio del bable, panojo, guanche, etcétera, y hacer traducir a estos idiomas pospreautonómicos las obras de Sabino Arana y Prat de la Riba; obligar a publicar, a cuenta de autor, todos los manuscritos inéditos por causa de la censura franquista; obligar a estrenar, a cuenta de dramaturgo, la totalidad de las obras prohibidas por aquélla; subvencionar una biografla de los héroes de la gallarda operación Galaxia y de los responsables de la no menos heroica y gallarda decisión del Ayuntamiento de Hernani de actualizar la pragmática de los Reyes Católicos tocante a los gitanos; potenciar al máximo la vida literaria para mejor ahogar en el huevo los gérmenes de la literatura; multiplicar por mil el número de actos, banquetes de homenaje, cenas de desagravio, presentaciones de libros; fundar un premio especial Giner de los Ríos o Pablo Iglesias para el ídolo actual de los jóvenes talentosos, don Ernesto Giménez Caballero, etcétera. Esto es, acrecer en lo posible la gran ceremonia de la confución y acelerar así, tal vez, el derrumbe del carcomido edificio.

Para los que vuelcan su energía y, talento en la escritura y no en una estrategia de avance digna de campeón de ajedrez; para quienes no se agitan, ni chillan, ni trepan, ni piropean, ni insultan, ni medran, ni pontifican, ni hacen el gallo, ni empujan., ni cabildean; para los que no confunden la labor señera del escritor con risibles prebendas de afeite cultural o la promoción ubicua, recurrente, agresiva de su rodinesco-pensativa o giocondiana ¡imagen, un solo consejo, de orden higiénico, para seguir escribiendo: exiliarse, esta vez de modo voluntario y eventualmente definitivo. Agacharse, como bajo el franquismo, y esperar a que pase el muermo de arribismo y mediocridad que nos entume a escala preautonómica, autonómica y estatal. Hacerse el muerto, y, de puro cansancio, morirse de verdad,

O recorrer, como yo, y también desde París, estas líneas sabrosas y por fortuna irrecuperables del autoexiliado don Manuel Azaña: «De tarde en tarde leo en algún periódico noticias políticas de Madrid; lo que sé y, lo que adivino me produce una irritación y un asco como para no volver a pisar la carrera de San Jerónimo... La obtusidad y la pedantería de que están atacados los españoles de nuestro tiempo se mezclan en los políticos con la baja astucia que ponen en la defensa de sus posiciones. Hoy por hoy, lo que yo quisiera hacer, en caso de verme obligado a residir en Madrid, sería fundar un periódico titulado el Anti Todo, que se publicase cada media hora Fiara recoger los latidos de la aversión universal».

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