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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La soledad de Jomeini

LA POLITICA de moderación y de no injerencia que sobre la guerra entre Irak e Irán están desarrollando Estados Unidos y la Unión Soviética puede conducir al engaño de tener el conflicto por una mera querella fronteriza en la que el régimen iraquí de Saddam Hussein se hubiera aprovechado de la debilidad del Estado iraní (caos social, de un Ejército descabezado y privado de los recambios estadounidenses y contestación internacional por la cuestión de los rehenes) para llevar a cabo una presión oportunista sobre los territorios de Chat el Arab o el espacio discutido entre los ríos Tigris y Eufrates.Es más que probable que esta guerra tenga orígenes más complicados o retorcidos; como es posible que ésta sea una guerra relativamente prolongada -incluso en el caso de que las batallas de ahora sólo duraran unos díasy que amplíe a otros países de la zona. Jordania está ayudando activamente, y de hecho puede decirse que, de un modo o de otro, ha entrado en la guerra también. La monarquía hachemita, teóricamente muy alejada de los postulados políticos iraquíes, ha adoptado un papel claramente a su favor en el conflicto. Alberga en sus aeródromos a una parte de la aviación estratégica iraquí para preservarla de represalias iraníes y suministra repuestos, consejeros militares y cobertura política. Los ruidosos silencios o la ambigüedad equidistante de otros países árabes, como Siria, Libia o Argelia, ponen aún más de manifiesto la soledad inmediata que rodea a Jomeini, apoyado, sin embargo, por millones de chiitas en todos los países árabes.

Es obvio que nada es casual en la estrategia de las naciones y en la historia de los conflictos humanos. Y una guerra -aunque aparentemente aparezca local- en el Próximo Oriente parece que sólo puede ser una «guerra tolerada» o «pactada». Junto con el continente africano, el Próximo Oriente es uno de los dos puntos del planeta donde un exceso de desequilibrio podría conducir a una tercera guerra mundial, y no es excesivo suponer que las dos grandes potencias ocultan complacencias o hilos de la trama original de esta sorprendente guerra. En cualquier caso, deben también albergar temores, porque nunca se pueden controlarlos efectos de una explosión semejante.

La invasión soviética de Afganistán y el más reciente golpe militar en Turquía pueden haber sido los antecedentes del conflicto entre Irak e Irán. El contagio del islamismo chiita (con distintos métodos, a diferentes niveles) habría propiciado los dos pasos dados por la Unión Soviética y la Inteligencia americana para preservar a países de su influencia en la periferia iraní. Ambas potencias se verían finalmente beneficiadas por una mayor debilidad del Irán chiita, un régimen revolucionario que en su «pureza», casi de corte ácrata, ha logrado irritar a Oriente y Occidente, poniendo en peligro los intereses de los dos bloques.

Irak, manteniéndose en una postura de amistad crítica hacia la URSS y de lenta apertura hacia las necesidades que Occidente tiene en la zona, aspiraría con esta guerra al papel de gendarme del golfo Pérsico -esta vez con cierta equidistancia entre EE UU y la URSS-, vacante desde el destronamiento del sha. Así, la guerra puede durar al menos hasta que Irak obtenga suficientes ganancias territoriales sobre Irán como para poder negociar después desde posiciones de fuerza. Una lección bien aprendida de los israelíes.

La hipotética caída de Jomeinicomo inspirador de la revolución iraní abre, a su vez, expectativas indescifrables sobre un país como Irán, en el que no cabe pensar ni el consolídamiento del moderado Banisadr ni en ilusorios proyectos de restauración dinástica. La soledad de Jomeini se abre ciertamente sobre el vacío institucional de su propio país.

Pero los golpes militares descargados sobre el Próximo Oriente quien los termina recibiendo y pagando es Europa occidental, que tantea sin éxito desde hace tiempo una política internacional y energética propia entre Estados Unidos y la URSS. La guerra entre Irak e Irán pone en juego el libre paso de los superpetroleros por el estrecho de Ormuz; es decir: el 60% de las importaciones de crudos de Europa occidental.

Sobre las cenizas de esta guerra, de la que aún faltan muchos datos y sobran silencios o cautelas de la diplomacia internacional, emergen hipótesis como las enunciadas: el interés soviético- americano por terminar o reducir el foco de infección política que supone el «jomeinismo», la aparición de Irak (nación con estrechas relaciones con España, plasmadas en un creciente intercambio de petróleo por annamento táctico) como nueva potencia equilibradora en la zona y, una vez más, la demostración de que Europa, bajo la dirección del eje París-Bonn, todavía se encuentra sometida a avatares de una política internacional que no puede controlar en solitario.

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