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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El museo imaginario

Una cosa que hay que hacer siempre al iniciar la temporada es pasarse tres horas en el Museo del Prado, o cuando menos tres cuartos de hora, que el tiempo se ha inflacionado mucho desde que d'Ors escribiera su guía. Ya que todo está igual en Madrid y lo único que hace el Gobierno es cambiar nombres de sitio, vámonos al Prado, donde también cambian cuadros de sitio, pero los cuadros son siempre los mismos, como los ministros, barones de Velázquez con gola o socialistas de Goya con moño.El Prado es lo eterno y la Moncloa es sólo lo sempiterno o lo eviterno, pero he aquí que hasta el Prado han llegado los males del eviternismo político de la Moncloa, pues me encuentro varias salas de Velázquez pintadas de rojo, de un rojo/cafetería, de un rojo/fábrica de duraluminio, de un rojo/puerta metálica- no- pasar-peligro-de-muerte. Las Meninas o el Cristo, por no hablar de otros muchos cuadros velazqueños, han sido descolgados y vueltos a colgar sobre ese museo imaginario, inimaginable, antimalrauxiano, sobre esa mano de rojo, ese empapelado, ese entelado, ese rojo/factoría, rojo /chapistería, rojo/chapucería. Aquí, con los barandas de la cosa cultural, hay que estar al vado y a la puente, que la puente parece que ya la decidieron sobre el Duero, y mientras tanto, en el vado que siempre fue el Prado/paseo, río natural del pre-Madrid, que bajaba desde la Castellana (por decirlo de alguna forma), en el vado, digo, el ministro del rollo, los directores generales y el director personal del Museo se han sacado esa alegría del rojo/puerta para alegrar un poco a Velázquez, que les debe parecer aburrido y poco marchoso. Mientras el mundo nos roba a Picasso y por fin se duda/proyecta hacer algo sobre Dalí (el otro español universal, qué le vamos a hacer), los peritos del Prado han decidido robarnos también a Velázquez, que lo creíamos seguro y nos naufraga en una ola de sangre como de matanza /probanza del cerdo, en una pitanza de menudillos que sólo un matarife de la Historia del Arte puede haber aportado.

A partir del nivel de incompetencia del señor que re ha dado/pensado esa mano de rojo a las salas Velázquez, se puede seguir en espiral, hacia arriba, la incompetencia cultural de los nuevos/viejos ministros relacionados con el tema. Porque es que todo el Museo tiene desde hace tiempo, y mucho más ahora, cuando el turismo visitante es aún denso y diverso, un aire como camastrón. El Museo está llevado así como una sacristía de catedral, donde se sabe que hay buenas cosas, cuadros y objetos de valor, pero donde asimismo conviene ventilar y que los sacristanes y los Grecos se oreen (se deterioren) un poco. Ujieres posvacacionales, como criados que se han venido por delante de los señoritos a airear la casa y disfrazarla un poco, van abriendo balcones por donde entra el sol de la tarde, el aire quemante, la contaminación/ polución, el fuego de Atocha y la humedad del Retiro. A tres metros de El Jardín de las delicias hay un balcón abierto que tiene a Hieronimus Bosch sudorífero de septiembres madriles, recalentado de motores, personal y tarde de otoño llena de sol de Madrid, en un clima de habanera que resulta muy casta, pero es un quede para tan delicado y anciano cuadro. En general toda la escuela flamenca han decidido airearla mucho, que ligue bronce, los barandas del Museo que pronto será imaginario, porque se lo están cargando.

Guillermo Moreno de Guerra me cuenta que del hermoso e impar retrato de Quevedo que hay en Valencia de don Juan, no conserva ni una diapositiva aquel Museo. En la tarde remolona y rubia del Prado, entre yanquis vagotónicas y japoneses implacables, nuestro gran Museo es hoy, como España misma, una especie de catedral laicizada, apoltronada, soleada y de un cinismo sobredorado y antiguo.

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