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Una presunta banda mafiosa practica la extorsión utilizando los anuncios por palabras de los periódicos

El domingo pasado, día 31, comenzó en Ginebra una compleja operación policial, encaminada a desarticular un grupo de chantajistas que extorsiona desde hace varios meses a un alto número de españoles, empleando una combinación de cartas de amenaza y de anuncios en las secciones por palabras de los diarios de mayor tirada. El grupo se hace llamar Comando Autónomo Obrero Anticapitalista y exige que sean ingresadas en un banco suizo fuertes cantidades de dinero, aparentemente asequibles a las víctimas. La sutileza del plan, una de cuyas claves sería el secreto bancario, ha garantizado hasta ahora la impunidad de la banda de chantajistas, dirigida por meros estafadores y ajena a cualquier partido político.

Hace varios meses, algunos minuciosos lectores de periódicos comenzaron a descubrir extraños anuncios Por palabras, o en pequeños módulos, escondidos en las esquinas de las páginas. Tenían textos breves y casi siempre evangélicos, y hacían pensar en declaraciones públicas de fe, seguramente formuladas por los devotos de alguna congregación religiosa. El día 28 de junio, en un recuadro inserto en la parte inferior de una página de la sección de «Artes» de EL PAIS, en cuya orla figuraba un bloc de notas, se leía «Espíritu Santo, gracias. M. T. C.». El 8 de julio, en la página 43, alguien agradecía un insospechado favor con la inscripción «San Judas Tadeo, gracias». El 9 de julio, en la página 10, un comunicante se atrevía a reunir en un mismo anuncio a Jesús y a Nietzsche en dos citas, apenas separadas por una tenue barra vertical. « La verdad os hará libres» y «Si amas al prójimo, déjale tranquilo».Los diarios españoles de mayor tirada han incluido anuncios similares por encargo de clientes de aspecto muy normal, dicen los empleados publicistas. Todos ellos podrían responder a una descripción genérica de los ciudadanos españoles de la clase media-alta, aunque, en general, la clase y la altura eran apenas perceptibles en un vaho de perfume caro, en la calidad de la lanilla de sus americanas o en un corte de pelo ajustado y discreto. Algunos, eso sí, llegaban a las oficinas algo más nerviosos de lo que cabría esperar en alguien que sólo pretende agradecer un don celestial. «¿Mi carné de identidad? ¿Es necesario ... ? Tendría que volver a casa..., a consultar». Claro que una vacilación no tenía por qué significar otra cosa que una pequeña contrariedad. La burocracia es un mal inevitable, pensarían.

Por eso, nadie se habría atrevido a calificar su conducta como anormal.

Pagar o morir, sugerencia inevitable

Hace algunos meses que varias decenas, tal vez cientos de ciudadanos de la clase media-alta comenzaron a recibir unas determinadas cartas, impresas en ciclostil. Y siguen recibiéndolas.

Llevan al margen un número ordinal, hoy el 325, mañana el 425, y en ellas se pide a los destinatarios una cantidad de dinero alta, aunque nunca tanto como para serles inaccesible. Conceptualmente, dicen así: «Exigimos a usted la entrega de tres millones de pesetas a nuestro grupo. Si se niega a nuestra petición, usted y su familia tendrán que atenerse-a-las-consecuencias. Si la acepta, deberá publicar, dentro de un plazo máximo de una semana, el siguiente texto, en la sección de anuncios por palabras del diario EL PAÍS: "320. Espíritu Santo, gracias. Sánchez". Posteriormente recibirá usted un segundo comunicado nuestro, en el que se especificarán las condiciones -fecha, hora y lugar- en que habrá de transferirnos el dinero».

Una organización desconocida hasta ahora

Están firmadas por el Comando Autónomo Obrero Anticapitalista, una organización desconocida hasta ahora por los archiveros. Su título parece avalar su naturaleza política, incluso una predisposición bélica y, no obstante, un investigador puede ponerle varias objeciones: la palabra comando es demasiado tópica, el adjetivo autónomo sería una sutil justificación para una banda de delincuentes comunes que quisieran hacerse pasar por una organización política, porque, al fin y al cabo, la palabra autonomía indica un cierto grado de independencia y pretendería encubrir la falta de conexión del grupo con los partidos convencionales, y los términos obrero y anticapitalista tampoco son un rasgo diferencial, sino una simple redundancia. Los firmantes podrían haberse hecho llamar comando anticapitalista sin perder mensaje político.

Hasta nueve de estas cartas llegaron a poder de los comisarios madrileños, y las hipótesis sobre extorsión política, sobre una intervención directa de la Mafia o de un grupo reducido de cerebros han sido manejadas sucesivamente en los despachos policiales. Las pesquisas previas permitieron llegar a dos conclusiones: los textos habían sido escritos en una máquina extranjera, o al menos en una máquina sin eñes, y el enlace español de la supuesta banda las había echado en los buzones de la central de correos en Madrid. El grupo constaría, al menos, de dos hombres. Uno, en Suiza y otro en España.

Investigaciones posteriores llevaron a la certeza de que los nueve destinatarios conocidos por la policía están relacionados, de un modo o de otro, con el llamado mundo del cine. En una inicial memoria de conclusiones, los agentes apostarían a que el plan había sido maquinado por un trabajador español residente en Ginebra, en complicidad con un amigo residente en Madrid. La existencia de una red de colaboradores fue quedándose, poco a poco, en una sospecha: dos hombres faltos de dinero y puestos a pensar durante una tarde podrían haber llegado a un proyecto de golpe limpio y vertebral. Ni siquiera habría que aceptar la contrapartida obligatoria de casos parecidos: la de arriesgarse.

En apariencia, los impuestos revolucionarios son asignados según la capacidad financiera de las víctimas. Ello permitiría implantar en sus mentes, como en un reflejo condicionado, la idea «el que no paga es porque no quiere», hábilmente combinada con la actual psicosis de atentado. Se calcula que la cantidad media exigida es de tres millones de pesetas. Basta que cincuenta personas se presten al trato para que los extorsionistas consigan acumular 150 millones de pesetas, más de dos millones de dólares.

Encuentros en Suiza

Todas las hipótesis utilizadas han podido ser reducidas a una conclusión: el grupo actúa con las espaldas bien cubiertas. Tiende una maraña de siglas, amenazas y claves para llegar al plan directo de extorsión. A la segunda carta.

En el segundo contacto, verbal o escrito, y asegurado por el número ordinal que distingue a unas víctimas de otras en los archivos de los extorsionistas, se exige que los fondos sean trasladados a Suiza. Los porteadores, la. víctima o un delegado, deberán hospedarse en un hotel ginebrino, siempre de gran lujo, y esperar nuevos datos. Unas escuetas iristrucciones telefónicas serán suficientes para fijar las condiciones de la entrega. Bastará sugerirles el número de una cuenta bancaria, es decir, una cifra abstracta e inexpresiva como un antifaz. Formalizado el ingreso, el portador deberá regresar a España en el primer avión, y el sigilo de los bancos suizos velará con todo rigor el secreto de la personalidad de los auténticos titulares de la cuenta corriente.

En previsión de casos especiales, se recurrirá a un plan de emergencia. Si en el último instante un ciudadano conforme con el trato ha de suspender el viaje y la entrega por alguna razón inapelable, tendrá que cornunicarse con el grupo, publicando un segundo anuncio en la rnisma sección, con arreglo a unas instrucciones precisas.

El martes 12 de agosto, el quinto anuncio de la subsección de varios del diario EL PAÍS reproducía el siguiente texto: «325. San Esteban, ruega por nosotros. No podemos viajar Ginebra. Contacto España, Palomo». Había sido encargado («¿Mi carné de identidad? ¿Es necesario ... ?») por una de las presuntas víctimas del chantaje. Una contrariedad hacía imposible el traslado del dinero a Suiza en las condiciones pedidas por el comando.

Numerosas denuncias de personas que se negaban al trato

Para entonces, los archivos policiales españoles habían reunido ya infinidad de denuncias de personas que se negaban al trato, y los agentes sospechaban que muchas otras habrían accedido a la extorsión por el simple recuerdo de los crímenes, más o menos perfectos, de los últimos tiempos. El único cabo suelto en el mecanismo de la estafa también podía explicarse: el descaro que supone forzar a las víctimas a una excesiva publicidad en los periódicos es sólo aparente: ¿no es cierto que algunos auténticos devotos del Espíritu Santo, san Esteban o san Judas Tadeo acostumbran a expresar públicamente su agradecimiento en anuncios por palabras o por módulos, como en una profesión de fe? ¿Quién podía sospechar de la insignificante cifra que distingue una oración de un mensaje?

Un plan bien montado

«Tal hora, tal banco y tal número de cuenta. Luego, vuélvase a Madrid». Acaso, la vIctima ni siquiera llegaría a ver la cara de sus chantajistas. Un buen plan, sin duda.

Durante el mes de agosto, un equipo de funcionarios del Cuerpo Superior de Policía se trasladó a Ginebra, en busca de conexiones entre los emigrantes. El rastreo, animado por los complicadísimos chivatos japoneses cedidos por la policía local., no llevó a nuevas pistas. Había que estudiar más atentamente las cartas. Al fin se descubrió que uno de los denunciantes aún estaba dentro de plazo para aceptar la entrega. Convendría hablarcon él, convencerle de que aceptase un delegado policial, un hombre del maletín. Los extorsionadores habían dicho: «Hóspedese en el hotel que le sugerimos y permanezca a la espera. En uno de los cuatro días siguientes; al de su llegada recibirá noticias; nuestras».

El 23 de agosto, sábado, dos inspectores solicitaron que, en el número del día 24, domingo, EL PAÍS insertase este anuncio, «en el primer lugar, por favor», de la subsección de varios: «325. San Esteban, ruega por nosotros. Llegada a Ginebra, 31-8. Ruiz». Unas breves indagaciones cerca de la dirección general corresporidiente confirmaron que una de las víctimas del chantaje se había ofrecido a las autoridades españolas para desenmascarar al grupo. Un agente ha.bría de emprender el viajea Ginebra el 31-8. El domingo, pues.

Y el 31 de agosto, mientras los españoles regresaban de sus vacaciones, el señor Ruiz partió hacia Suiza con el maletín repleto, un poco de temor y la seguridad de que prestaba un inapreciable servicio a sus conciudadanos. Mas allá de las tiendas de cuchillería, los free-shops y la fría limpieza del aeropuerto de Ginebra, alcanzaría a ver, camino de la ciudad, la gran discoteca Macumba, lugar habitual de reunión de muchos jóvenes emigrantes españoles, italianos y marroquies, y el gran hipermercado Balexert, donde suelen hacer sus compras a diario.

En los primeros días nadie detectó en el hotel señales de merodeadores, ni el telefonista registró llamadas o encargos. A las tres de la tarde del tercero, alguien preguntó por monsieur Ruiz. «Está fuera, señor. Después del almuerzo regresará. ¿Algún recado?». Ningún recado.

El día cuarto sonó de nuevo el teléfono. El señor Ruiz descolgó rápidamente el receptor. «¿Sí? Dígame». Pero la única respuesta fue un chasquido: un agudo instinto de supervivencia le hizo arrepentirse a tiempo.

El plazo había concluido. El equipo de policías tuvo que dar la operación por fracasada y alguien hizo un gesto de contrariedad ante uno de los teléfonos rojos del Ministerio español del Interior. Por una vez serían los propios extorsionistas quienes tuvieran que dar gracias al Espíritu Santo.

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