Las mujeres pegan a sus hijos más que los padres
Las mujeres golpean con más frecuencia a los niños que sus padres. La mayoría de los delitos contra la propiedad cometidos por menores son obra de muchachos, mientras que las chicas delinquen contra la honestidad, por prostitución u «otras conductas irregulares». Dos hechos que no van a sorprender a nadie, pero que ahora se constatan y cuantifican en virtud de la estadística, «ese método por el cual, si tú te comes un pollo y yo ninguno, cada uno nos hemos comido medio», como alguien ironizaba. Dos fenómenos dispares y, a la vez, afines que giran en la misma esfera de conflictividad y violencia cotidiana, dentro del espacio de crisis de la institución familiar. Las investigaciones de un psiquiatra mexicano y las de un equipo de investigación contratado por la Subdirección General de la Familia son las fuentes respectivas a las que nos remitimos.
El psiquiatra mexicano Jaime Marcovich, probablemente discípulo de su colega argentino Arnaldo Rascovsky, el famoso padre del filicidio, comenzó su investigación sobre 686 historias de niños golpeados, maltratados o torturados. No le sería difícil encontrar esta muestra. Un millón de niños, en Estados Unidos; 25.000, en Francia; 3.000, en Alemania, y otros tantos en Bélgica, sufren cada año diversas manifestaciones de represión violenta, algunos incluso mueren a consecuencia de ello. En España 5.000 niños ingresan en clínicas y hospitales con traumatismos diversos. La ocultación de muchas agresiones o la incidencia de los accidentes infantiles son dos factores de error a tener en cuenta, por lo que se debe dar a estas cantidades el valor de estimaciones aproximadas.El resultado del trabajo del doctor Marcovich fue concluyente: de los 686 casos estudiados, en 270 la agresión provino de la madre; en 131, del padre, y en el resto, de terceras personas.
No muy satisfecho, al parecer, de haber aislado esta especie de síndrome de violencia materna, reñido con la imagen tradicional de mater amantissima que conviene respetar, el doctor Marcovich encontró felizmente, una explicación plausible y tranquilizadora para justificar las cifras. «Las madres están mucho más tiempo con sus hijos que los padres: es lógico, pues, que ellas les golpeen más». Los golpes se suponen necesarios. Que sea el padre o la madre quien los propine es accesorio, cuestión de oportunidad. Sólo falta determinar el número de cachetes o bofetones que recibe el niño medio cada hora para completar la genial teoría, en realidad, terriblemente simplificadora.
Claves de la violencia materna
A la brillante deducción del psiquiatra mexicano cabría objetar que no reside el problema en el tiempo, sino en las condiciones en que éste transcurre, en cómo lo vive la mayoría de madres-amas de casa-abnegadas esposas. Es en la alienante y en absoluto gratificante función, que desempeña la mujer en el hogar donde se debe buscar la explicación última de la violencia materna. Dedicadas en exclusiva a las improductivas tareas domésticas, a consumir y a organizar la subsistencia diaria de los miembros de la familia, carentes de vida propia; para muchas mujeres que han hecho del matrimonio una meta, esta es la única forma de existencia, sin alicientes ni expectativas.Que las mujeres casadas sean más susceptibles a sufrir enfermedades mentales que las solteras, mientras que en los hombres ocurre precisamente lo contrario, es un claro indicio del carácter nocivo y empobrecedor de una consagración exclusiva al hogar.
En tales condiciones, unidas muchas veces a preocupaciones económicas o a una permanente insatisfacción sexual, la descarga de tensiones, frustraciones y ansiedad en forma de violencia ejercida contra el ser más débil y próximo, el niño, es un impulso incontrolable, el síntoma de una situación patológica, no una reacción patológica en sí.
El doctor Marcovich olvida considerar otro factor. La imagen de prestigio y autoridad que goza el padre dentro de la familia influye de forma que suele bastar una indicación suya para que los niños obedezcan. En su estudio constata, sin embargo, un dato significativo al respecto: el 61% de los padres que pegan a sus hijos se encuentran sin trabajo y, por tanto, disminuidos en su papel de proveedores del hogar.
La madre, en cambio, debe recurrir a la coacción física para imponerse, pues su imagen no ofrece a los ojos de los hijos esos rasgos de solidez y respetabilidad.
El trabajo de Marcovich apunta, por último, una conclusión interesante: el niño no deseado es un niño más golpeado. Las madres solteras, las que se ven obligadas a la maternidad, así como las que se muestran más reacias a asumir su embarazo son las más agresivas con sus hijos.
Sexo y delincuencia juvenil
Las niñas, ya se sabe, son más buenas. Más tranquilas, obedientes y cariñosas que los chicos. Además hacen más compañía. Comentarios de este género suelen hacerlos padres ante el nacimiento de una hija, más de una vez para consolarse de que la criatura no sea varón. Con tales expectativas es lógico que su educación se oriente básicamente en un sentido: hacer de ellas pequeñas mujercitas, futuras buenas madres y esposas. Y nada más nacer empieza el aprendizaje del oficio, con el de reina y estanquera, el único que se ha considerado en nuestro país respetable para la mujer.Al niño se le prepara, en cambio, desde la más tierna infancia para la «dura lucha de la vida». Se le inicia estimula en demostraciones de fuerza y ejercicios de competición. Cuando suelta las lágrimas se te conmina: «No llores, que es de nenas».
Los efectos de la educación sexista que todos recibimos, junto a los múltiples agentes coadyuvantes que modelan el carácter infantil en función del sexo, se traducen fielmente en la conducta delicuencia juvenil. En las estadísticas judiciales se plasma esa diferenciación, acentuada además por el carácter discriminatorio y sexista de los criterios que todavía rigen el sistema jurídico y legal. Así, de los menores que ingresaron bajo tutela en 1978, por cometer delitos contra la propiedad, el 72% eran chicos y sólo un 18% chicas. La mayoría de los ingresados por delitos contra la honestidad, un 45 55son muchachas, y también son ellas mayoría entre los tutelados por fugarse de casa o mantener lo que se llama «otras conductas irregulares».
Interpretar los citados porcentajes es muy sencillo. Los muchachos, educados para conseguir sus deseos de forma activa, se encuentran más capacitados para transgredir la norma, mientras que las chicas, instruidas en las tácticas de huida y pasiva resistencia, tienden a eludirla antes que a enfrentarla, en el trance de expresar su rebeldía o disconformidad.
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