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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Apostillas a una polémica

Erase una vez un enfermo llamado «economía española». Estaba grave, muy grave, y su estado empeoraba cada día; su pulso (léase nivel de actividad) se iba debilitando; sufría constantes hemorragias (léase aumento del paro). Todos los doctores estaban de acuerdo con este análisis, pero discrepaban en cuanto al tratamiento.Para algunos doctores muy doctos, la situación estaba clara. El enfermo estaba mal constituido: su corazón y su torrente circulatorio sufrían de deformaciones graves; sus pulmones ventilaban mal; su hígado y sus riñones necesitaban de trasplante. El único remedio era dejar que todos esos órganos imperfectos murieran; mas aun para lograrlo había que aplicar al enfermo un tratamiento de choque que los hiciera desaparecer cuanto antes. Sacarle al aire libre, exponerle a todas las corrientes, esperando que del impacto de dicho tratamiento surgiera un hombre nuevo mejor constituido.

Otros doctores menos sabios en la teoría, pero más cerca de la práctica diaria, reconocían que, en efecto, el enfermo tenía una serie de deficiencias en su constitución, aunque menos graves y menos generales que las que le diagnosticaban sus doctos colegas; es más, pensaban que algunas de las aparentes deformaciones no eran sino consecuencias de los tratamientos aplicados en los últimos tiempos.

Este segundo grupo de doctores, si se hubiera tratado de un simple experimento de laboratorio o de una discusión académica, hubieran podido estar conformes con el tratamiento de choque, a ver qué pasaba. Pero les importaba el enfermo; de él dependían ellos y millones de compatriotas. Y el tratamiento de choque, peligroso de por sí para un hombre con todas sus energías, para otro que se encontraba ya muy débil podía fácilmente conducir al colapso.

Por ello, la terapéutica que proponían era más pragmática y realista. Había, ante todo, que vigorizar el débil pulso del enfermo, que reactivar su torrente circulatorio, que parar su desangramiento en forma de desempleo, procurando al mismo tiempo mejorar su estructura interna. Y ello con toda prudencia, para evitar subidas de la fiebre y con los remedios más adecuados en cada caso. En otras palabras, estimaban preferible volver a contar con un ser vivo y activo, aunque con defectos, a encontrarse con un cadáver gloriosamente muerto en aras de la ortodoxia.

El programa de la CEOE

Estos médicos de cabecera reunidos en la CEOE habían considerado que de las múltiples enfermedades padecidas por la economía española, el paro y su incremento era la más grave en estos momentos, por sus consecuencias políticas, económicas y sociales; y habían propuesto, por ello, una serie de remedios conducentes a evitar, en primer lugar, que siguiera creciendo el desempleo, en segundo lugar, a disminuir el mismo. Era evidente que estas medidas, como toda medida económica, tenían sus contraindicaciones y sus contradicciones. Pero lo importante era el lograr, a través de las mismas, una corrección de esa lacra que suponía para la economía española el ir a la cabeza de todas las estadísticas de los países europeos en materia de paro.

El programa tenía su coherencia; reconocía que no era conveniente reactivar con carácter general y artificial la demanda. Preconizaba, en cambio, la puesta en marcha y el estímulo de una serie de sectores concretos para los que sí existía, desde ya, demanda pendiente y justificación suficiente, y para los cuales, dicha puesta en marcha era relativamente fácil.

Por tanto, se trataba de una reactivación selectiva y realista que a través de la demanda generada por esos sectores de impulsión fuera, progresiva y paulatinamente, reactivando los demás. Nada más lejos, por consiguiente, de «proponer un crecimiento indiscriminado de la producción» o «de suspirar por una reactivación que sólo serviría para incrementar los stocks de productos sin salida o la acumulación de bienes de capital sin ningún valor» (páginas 19 y 6 del informe de Coyuntura Económica, de la Confederación Española de Cajas de Ahorros).

Las reacciones críticas

Ahora bien, para que estos sectores de impulsión o locomotoras pudieran arrancar y no se detuvieran a la primera de cambio era preciso que contaran con el combustible suficiente; en este caso, la financiación precisa para desarrollarse y para llevar a cabo las inversiones correspondientes. De aquí que el programa de la CEOE, precisamente por razones de coherencia, propugnara como medidas instrumentales una serie de actuaciones concretas en el terreno de la financiación y de la fiscalidad.

El último número de la revista de Coyuntura Económica, de la Confederación Española de Cajas de Ahorros, acusa al programa de la CEOE de contradictorio, al incluirse dentro del mismo medidas que no encajan en una economía de mercado, precisamente la preconizada por el sector empresarial.

La réplica es fácil: en primer lugar, lo importante cuando se quiere evitar que un enfermo entre, en coma profundo, es la eficacia de los medicamentos que se le apliquen y no el laboratorio de donde procedan. Justamente por eso los empresarios, decididos partidarios de la inversión privada, no han tenido, sin embargo, repartos en recomendar en su programa la puesta en marcha de una serie de inversiones públicas que pueden ser eficaces en estos momentos para reducir el desempleo y reactivar la economía.

En segundo lugar, la economía de mercado es una filosofía y una cierta concepción de la actividad económica y eso hay que defenderlo a ultranza; pero su aplicación no supone un recetario rígido y cerrado. La economía de mercado, llevada a sus últimas consecuencias, tal como lo preconizan ciertos economistas, tesis que ahora parece compartida por los redactores de Coyuntura Económica, aunque en su momento no la aplicaron, conduciría, por ejemplo, en el terreno laboral, a la plena flexibilidad de plantillas, al libre despido, a la supresión del salario minimo garantizado y, en lo económico, a la desapa,rición drástica y por la vía rápida de una serie de sectores menos competitivos. Ello puede ser teóricamente deseable para que sobre las cenizas resurja el hombre nuevo, pero en las circunstancias actuales no es realista, ni viable, ni sería soportable.

Mantener vivo al entorno

En otras palabras, las discusiones de escuela y de modelo son muy útiles para ciertos foros. Pero los empresarios con responsabilidad individual y colectiva en el quehacer diario de nuestra economía no pueden prescindir en sus propuestas de la realidad efectiva en que, nos guste o no, estamos metidos. Y la economía española es ella y sus circunstancias. Tiene una determinada estructura y unos determinados andamiajes; quizá, a veces, un tanto ortopédicos y poco modélicos, aunque fueron muy eficaces para sacarnos del subdesarrollo. Y el dar, de repente un puntapié a todos ellos en aras je la ortodoxia sólo supondría el que el enfermo se diera un batacazo morrocotudo que, dado su estado de debilidad, será mortal.

Por tanto, el problema no es de reestructuración frente a la reactivación (artículo del profesor Lagares, publicado en EL PAIS del día 19-VIII-1980). Claro que hay que reestructurar, pero manteniendo vivo al enfermo y dándole también, al mismo tiempo, el pulso y la energía que necesitará para soportar las sucesivas operaciones. Porque si el enfermo se muere en el trasplante, ¿quién va a pagar la factura? El programa de la CEOE va precisamente orientado a revigorizar al enfermo, a ponerlo de nuevo en pie. La opción de la reestructuración, caiga quien caiga, con el abandono de sectores calificados de poco viables para el futuro (construcción naval, siderurgia, etcétera) y la reducción de nuestras exportaciones, que entrañaría una disminución de las desgravaciones fiscales, en cambio llevaría consigo y con carácter inmediato un aumento del desempleo. Nuestra economía sería más ortodoxa, pero tal vez en la paz de los sepulcros.

La reforma del sistema financiero

Hasta 1977, la economía española contaba con unos mecanismos que le aseguraban la financiación a medio y largo plazo que necesitaba y en las condiciones adecuadas. Estos mecanismos fueron parte esencial del desarrollo español. En dicho año, y en aras de la ortodoxia, se decretó su desaparición; en unos casos, mediante eliminación inmediata; en otros, a través de reducciones sucesivas. Ello hubiera estado justificado si, al mismo tiempo, se hubieran abierto otros cauces por los que se canalizara y fluyera la financiación a medio y largo plazo.

Pero sólo se hizo el desmontaje y precisamente en el peor momento, cuando la inflación, por una parte, y los riesgos de la crisis, por otra, estimulaban espontáneamente las colocaciones a corto plazo. Y cuando el Estado, para cubrir su fuerte déficit, detraída privilegiadamente en su favor el ahorro que aún quedaba en el mercado de capitales.

Los resultados están a la vista. Drástica reducción de las posibilidades de financiación a medio y largo plazo. Ahora se habla constantemente de la necesidad de invertirpara luchar contra el paro y para reestructurar. Pero ¿cómo se puede invertir en créditos a noventa días y a costes no rentables para cualquier inversión no especulativa? Estos son hechos y no teorías.

La CEOE ha propuesto una serie de medidas para mantener viva la financiación a medio y largo plazo. Y no basta con criticarlas. Quien las tenga mejores, que las proponga. Pero desde ya, porque la situazión no espera, y que sean propuestas de efecto inmediato y no meras declaraciones de principio.

Dos consideraciones finales. En 1977, cuando, en aras de la teoría, se desmontaron los mecanismos de financiación considerados heterodoxos, se olvió al sector público, quien siguió gozando sin merma de los mismos. Curiosa manera de aplicar la economía de mercado.

Y, para terminar, se suele criticar, a los mencionados mecanismos de financiación, de privilegio para unos pocos en detrimento de muchos. Esta afirmación no resiste el análisis. Los beneficiarios de los llamados mecanismos privilegiados de financiación son, fundamentalmente, de una parte, la exportación, que se extiende a lo largo y a lo ancho de toda la economía española, incluida la agrícola. Y de otra, los compradores de bienes de equipo, es decir, de una forma o de otra, toda la industria española.

José Luis Cerón Ayuso es vicepresidente de la CEOE y presidente de su comisión de economía.

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