La jornada de un huelguista en Gdansk
Los astilleros Lenin, de Gdansk, están llenos de huelguistas vestidos con monos azules. Altavoces inmensos transmiten constantemente comunicados del MKS, comité interhuelgas, con el volumen muy alto, por lo que es imposible encontrar un rincón tranquilo.Ryszard Kowalski, de treinta años, montador en los astilleros Lenin desde hace diez años, me acompana a una zona ligeramente más tranquila, detrás del edificio de la dirección, bajo las miradas intrigadas, pero amistosas, de sus compañeros.
Nos sentamos bajo un árbol. Ryszard es corpulento, con una gran barba, que cubre tres cuartas partes de su cara, y el pelo largo. Va vestido con pantalones azules de trabajo, sandalias v una camisa de franela a cuadros. Hace una semana que lleva la misma ropa día y noche. Desde el 14 de agosto, cuando a las ocho de la mañana se declararon en huelga, no ha abandonado el astillero.
«La primera noche dormimos ahí, en el suelo, unos cincuenta compañeros. Yo estaba tan nervioso que casi no pegué ojo en toda la noche». «No quiero problernas», continúa. «Tengo una mujer y dos hijos. En diciembre de 1970 estuve en la manifestación. Vi caer a camaradas destrozados por las ráfagas de la policía. Con una vez basta. Yo lucho por mis derechos y estoy dispuesto a ir hasta el final. Pero sin violencias, pacíficamente».
Estos recuerdos le hacen recapacitar: «Diez años después y seguimos igual. Reivindicando lo que nos habían prometido entonces. Nos han engañado. Pero esta vez no les resultará tan fácil» dice con tono seguro.
Ryszard forma parte de un piquete de huelga. «Mi ronda empieza a las cuatro de la madrugada. Tengo que vigilar el canal de entrada de la rampa de lanzamiento, para evitar cualquier provocación de su parte». Nos cuenta un poco el régimen de vida de estas jornadas de lucha: «A las nueve de la mañana oímos por los altavoces los debates del comité interhuelgas. A las cinco de la tarde veo a mi mujer e hijos a través de la verja de entrada. Me traen comida, y es el mejor momento del día. Por la noche oigo, junto con los camaradas, la BBC y Europa Libre. Es la única forma de enterarnos de lo que pasa. Aquí todo lo cuentan deformado, es vergonzoso». El resto del tiempo lo emplean visitando otros talleres, discutiendo, militando.
A la pregunta de si no quiere volver a su casa, responde con un no rotundo, y concluye: «Además, si volviera, mi mujer me cerraría la puerta en las narices y me obligaría a volver a los astilleros, con mis camaradas».
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