El regreso al Ejército de los oficiales de la UMD
Un ciudadano independiente y de buena fe recuerda muy bien aquella mañana de julio de 1975. Los medios de comunicación emitían la noticia de la detención de varios oficiales que pertenecían a un movimiento organizado de oposición al régimen autoritario entonces vigente. Se trataba de la Unión Militar Democrática. En las FF AA, que habían sido estructuradas, cuantificadas y mentalizadas para el mantenimiento de la dictadura, se había producido una corriente activa de opinión, un sentimiento claro de que la sociedad española debía recuperar el poder y la gestión común de los asuntos públicos. Fue un día grande y esperanzador para todos aquellos súbditos que caminaban durante siglos al encuentro de unas libertades y unos derechos siempre escamoteados por la clase dirigente de ayer y de hoy. Se confirmaba la existencia de oficiales que, rompiendo los viejos esquemas mentales que habían servido de justificación a todas las dictaduras, asumían claramente un pensamiento progresista que podría enlazar con el de Tocqueville que, en su estudio sobre la sociedad americana, había puesto de relieve cómo una democracia estable era precisamente la mayor garantía contra las revoluciones violentas y la mejor solución para que las gentes de diversas clases y grupos pudieran resolver sus conflictos al nivel estrictamente político, y no mediante la guerra civil, y la dictadura de una clase sobre las demás, o de un partido sobre todo el pueblo.Los principios democráticos, que comienzan a sistematizarse a partir del Renacimiento y que son la base ideológica de la organización política y social de los Estados modernos, rompen las teorías absolutistas. Las sociedades miran con alivio hacia atrás y recuerdan la trágica y cruel pesadilla de los Estados esclavistas y feudales, que degradaron y martirizaron al hombre durante siglos. Su influencia se extiende al plano individual, donde el hombre va modificando su naturaleza egoísta y agresiva, desecha mitos y fanatismos generadores de violencia, y en sus relaciones crea hábitos más civilizados de tolerancia. Estas sociedades democráticas, por su propia naturaleza, son extremadamente vulnerables. Los estamentos, grupos, y sectores que detentan el poder y sus privilegios anexos han cedido parte de éste no de una forma altruista, sino por imposición de la sociedad, por lo que la tentación del poder absoluto, que conlleva corrupción absoluta, siempre estará presente. Pero para caer en esta tentación es necesario el uso de la fuerza sobre la población alegre y siempre confiada. De aquí el halago, la adulación y el incienso permanente que reciben y han recibido los ejércitos a lo largo de la historia por parte de aquellos que han querido captarse su voluntad con los fines inconfesables que todo el mundo conoce.
Es una constante de todas las dictaduras intentar dar apariencia de legalidad a su sistema. Instituciones sui géneris, justificadas por una información que distorsiona la realidad, y unas leyes ad hoc proporcionan la cobertura necesaria. No hay más legalidad que la que se desprende de una comunidad natural que decide asociarse políticamente: se produce un pacto social del que surgen unas leyes y pautas de convivencia según la voluntad general. Conviene traer a, la memoria algunos documentos clave en el desarrollo de la Humanidad, como son: Estado constitucional (Inglaterra); Declaración de Independencia norteamericana, de 1776; Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789; Declaración Universal de los Derechos Humanos. En todos ellos late un cuerpo de doctrina sobre derechos y libertades bajo el denominador común de principios como verdades existentes por sí mismas y legitimidad inalienable. Existe unanimidad cuando condenan a los regímenes autoritarios, pronunciándose en términos como derecho a la rebelión contra el Gobierno despótico; resistencia a la opresión; considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de derecho a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión. También la Iglesia, durante el papado de Pío XI y Pablo VI, ha redactado textos y emitido declaraciones con el mismo sentido y contenido magistral de las anteriores. Esta clamo rosa coincidencia por parte de las instituciones y los Gobiernos de aquellos países líderes del progreso social, en lo que se refiere a los derechos del hombre y su protección, arrebata y desacredita cualquier tipo de legitimidad con la que falazmente pretenden enmascararse los sistemas autoritarios, que a veces sólo pueden aportar un pretendido derecho de conquista que evoca al ex emperador Bokassa I, proveedor de diamantes centroafricano y notorio antropófago.
La larga duración del modelo autocrático español creó en todo el país una conciencia de rechazo y una búsqueda de salidas hacia un Estado de derecho semejante a los de países con un alto nivel de industrialización. El grado de desarrollo alcanzado permitía con toda garantía una organización política democrática válida para todo nuestro futuro. Simultáneamente se hace notar una oposición creciente, que actúa de una manera fragmentaria, descoordinada y en base al sacrificio personal. En este largo camino hacia la libertad fueron muchas las personas que sufrieron prisión e incomprensión; otros aguantaron la tremenda amargura del exilio, posiblemente siguiendo los consejos del florentino Guicciardini, escritor político (1483-1540), que reconocía poder dar pocas reglas de conducta a quien vivía bajo un tirano, a no ser la de que tome el camino del destierro. En las FF AA -colectivo al que la sociedad ha encargado la misión de su defensa, siendo parte profesional y parte reclutado por ofrecimiento patriótico del resto de los españoles- aparecieron grupos de oficiales que se organizaron para intentar concienciar didácticamente a sus compañeros sobre sentimientos democráticos y de servicio a la patria, la de todos. Algunos fueron encarcelados, juzgados y apartados del servicio. Con los oficiales de la UMD el Ejército ofreció, en unas condiciones de rigurosa hostilidad, el pequeño sacrificio de unos hombres buenos.
Hace unas semanas, los españoles recibieron la buena noticia de una proposición de ley que había sido presentada en el Congreso por todos los grupos parlamentarios, excepto el de Fraga, referente a la vuelta de los oficiales pertenecientes a la UMD que habían sido separados del servicio por su identidad ideológica con la comunidad nacional, que deseaba su coexistencia bajo el signo de la libertad y de los principios básicos de ese hermoso marco de convivencia que es nuestra actual Constitución. Su apartamiento actual está originando una permanente contradicción en la clase política que ha surgido de las nuevas instituciones y también con la presencia en las FF AA de muchos componentes poco amigos de la democracia y cuyo número, de conocerse, posiblemente daría vértigo a la población que ha acudido a las urnas gozosamente. El pueblo español, ejerciendo la soberanía a través de sus legítimos representantes, va a hacer realidad su deseo de contar con unos oficiales símbolo de la defensa del ordenamiento constitucional (artículo 3º de las Reales Ordenanzas).
De las FF AA no debe excluirse nunca precisamente a unos hombres que, como el ateniense Pericles, conciben la democracia como un estilo de vida peculiar, en el que la idea de libertad individual se conjuga armoniosamente con la lealtad a la patria.
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