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El modelo más extraño de Europa

Juan Arias

El feroz atentado de Bolonia, cuyas víctimas fueron 82, ha sacudido más que nunca la opinión pública mundial. Nunca como ahora el problema del misterioso terrorismo italiano está siendo analizado con mayor interés por la prensa internacional. Nunca Italia fue más noticia. Europa, sobre todo, ha temblado reconociendo en la matanza de la estación de Bolonia el despertar de una nueva edición "nazi", del terrorismo.

Hay quien asegura que Italia se va a dividir entre el antes y el después del atentado dé Bolonia, y que muchas cosas tendrán que cambiar. Se supone que no puede quedar sin consecuencias el gesto provocador de un pueblo que retira a sus muertos del funeral de Estado, es decir, el hecho espectacular de una buena parte de la clase política humillada ante 300.000 personas representativas de toda Italia en los funerales oficiales y sobre todo la imagen de un jefe de Estado como Sandro Pertini, viejo líder de la resistencia que aplaude cuando el alcalde de Bolonia, con un nudo en la garganta, le dice que será el pueblo quien juzgará desde hoy a sus gobernantes «sólo por sus hechos», denunciando al mismo tiempo y por primera vez en público en un momento tan solemne las complicidades con el terrorismo de una parte del poder.Pero incluso a los gobernantes animados por la mejor voluntad les será difícil hoy, a pesar de la renovación de los servicios secretos, poder desbaratar la complicada madeja de un terrorismo apellida do «el más ambiguo de Europa». A pesar de que hoy hasta los jueces admiten sin pudor que el atentado de la estación de Bolonia ha sido fascista, se sigue afirmando en Italia y en el extranjero que el terrorismo italiano, que tiene diez años de vida, es un terrorismo del todo particular, distinto, atípico. Quien resume mejor estas características de ambigüedad y misterio del terrorismo italiano es el hombre de la calle cuando afirma: «¿Quién está detrás de los terroristas negros o colorados? ¿Quién les protege? ¿Qué es lo que pretenden realmente?»

Los verdaderos responsables del activismo asesino de los diversos extremismos, no han sido aún descubiertos, esta es la opinión común de ciudadanos y políticos.

Está vigente la polémica suscitada por Craxi cuando ha dicho en el Parlamento que hay que identificar y descubrir al «Gran Viejo», responsable del terrorismo. Aún no ha sido posible saber a quién aludía el secretario socialista.

Actual también la polémica entre Berlinguer y el famoso escritor y diputado radical Sciascia sobre las responsabilidades de los servicios secretos de algunos países del Este en el secuestro y asesinato de Aldo Moro. Hay quienes mantienen la hipótesis de un centro mundial del terrorismo que mueve y prepara los mayores delitos terroristas y quienes defienden a ultranza que el terrorismo italiano es sólo italiano, aunque pueda recibir ayuda y apoyo en diversos países del extranjero.

El monstruo de mil cabezas

No se sabe si las características de ambigüedad de este terrorismo se deben a su naturaleza: un monstruo con mil cabezas; un mosaico de organizaciones que se encuentran y se separan o se multiplican como las setas, o bien de una precisa voluntad organizativa para confundir las aguas manteniendo siempre viva una ambigüedad que de este modo puede ser aprovechada con mayor eficacia en todo tipo de instrumentalización política.

El que algunos cuerpos separados del Estado como el viejo SID, es decir, los ex servicios secretos de seguridad, estuvieron implicados en el gravísimo atentado fascista de Milán de 1969, quedó claro en el importante proceso de Cattanzaro contra los ejecutores materiales del crimen, los cuales, condenados a cadena perpetua, lograron escapar al extranjero. ¿Con la ayuda de quién?

De esta manera se habla de los silencios culpables, las complicidades y el apoyo dado a estos hombres por los servicios secretos por parte de algunos hombres de la Democracia Cristiana, que estaban entonces en el Gobierno. Las sombras y las sospechas son aún muchas y graves. Nació entonces lo que se ha bautizado internacionalmente como «estrategia de la tensión», o bien «chantaje del miedo».

Pero si el terrorismo italiano nació de manos fascistas y se intentó camuflarlo como terrorismo «rojo» no cabe duda, sin embargo, que con el nacimiento de las Brigadas Rojas y de Primera Línea aparece en Italia un movimiento extremista armado de izquierda. Desde aquel momento el terrorismo de extrema derecha quedó relegado al silencio.Los hombres del poder actúan como si existiera un sólo terrorismo, y desde 1976 la caza se organiza en una sola dirección: contra los revolucionarios rojos. Aquí las fuerzas del orden y la magistratura se han demostrado eficacia escubriendo cientos de centrales del terror, y metiendo en la cárcel a más de 2.000 activistas.

Acusaciones al Ministerio del Interior

De las cabezas, nada. Seis años de operaciones enlentecieron la carrera de los terroristas de izquierda, pero fueron un tiempo precioso para los neofascistas, que pudieron reorganizarse.

Ha sido, nada menos, el líder Giacomo Mancini, una de las figuras más prestigiosas del Partido Socialista, quien acaba de acusar al Ministerio del Interior de haber dado un carpetazo a las oficinas que se encargaba del antiterrorismo neofascista. Y el mismo Mario Tuti, el extremista derechista acusado de haber puesto la bomba en el tren Italicus, en 1974, ha escrito desde la cárcel en la revista Durex publicado por los detenidos fascistas: «Nosotros debemos aprovechar esta tregua que nos ofrece el régimen para organizarnos y emprender una lucha que esta vez deberá ir hasta el fondo». Pero, precisamente una de las preguntas fundamentales que se han formulado después del atentado de Bolonia ha sido la siguiente: ¿Cómo se explica que exista una especie de alternativa entre el terrorismo de derecha y el de izquierda? ¿Por qué cuando se callan las bombas fascistas se despiertan las metralletas brigadistas y al revés?

Aquí se abre otra interrogante: ¿Existen de verdad dos terrorismos completamente distintos o en realidad uno solo con dos raíces diversas? En una entrevista. que hace unos meses, el neofascista Affatigato, quien acaba de ser detenido en Niza sospechoso de haber sido el ejecutor del atentado de Bolonia, dijo a un periodista del diario de Génova Il Secolo XIX. «Brigadas Rojas, NAR (Núcleos Armados Revolucionarios) de extrema derecha, actúan con una estrategia unitaria, con bases operativas comunes y con un acuerdo táctico».

Algunos observadores han empezado ya a alertar a la opinión pública sobre la personalidad ambigua del neofascista. Podría ser, afirman, la cabeza de turco del atentado para cubrir la impotencia de los servicios secretos, como el anárquico Valpreda, también de personalidad compleja, sirvió en 1969 como cabeza de turco para esconder el origen de extrema derecha del sangriento atentado de Piazza Fontana, de Milán.

Los interrogantes aumentan cada día y el análisis se hace complejo y difícil. Por eso hay quien piensa que lo más importante es observar, después de cada ataque terrorista, que fuerzas políticas recogen los mejores frutos. Es decir, a quienes sirven las bombas ya que muchas veces sirven sólo para fortalecer a quienes las condenan con mayor fuerza.

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