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Reportaje:Viaje por el Africa austral: la política como espectáculo/ 2

Suráfrica, una bomba de relojería a punto de estallar

Una buena parte de la juventud surafricana negra piensa ya que lo único procedente es «mandar a los blancos a freír espárragos; no podemos esperar otro siglo hasta que pierdan sus prejuicios». Como afirmaba el reverendo John Thorne, «nuestros hijos sienten hoy que no tienen absolutamente ninguna razón para vivir, pero sí muchas para morir».Sucede, sin embargo, que esos blancos disponen de un formidable poder político, económico y militar y, salvo la confrontación armada con ellos, a la cual también están dispuestos, no queda más remedio que dialogar, utilizar los fallos del sistema, tratar de obtener una solución interna más o menos aceptable para todos.

A mediados de junio último, el Parlamento surafricano, que por tradición sesiona en Ciudad del Cabo, celebraba su última reunión antes de las vacaciones de invierno. Desde las gradas del piso alto, varios líderes negros, con aire de corderos en cueva de lobos, asistían al desvanecimiento de la esperanza que había sido colocada en una propuesta de crear un consejo presidencial, presentada por la comisión Schlebush, con la intención de reunir en un mismo mecanismo a blancos, negros, mulatos, indios y asiáticos, para discutir el futuro constitucional de Suráfrica.

Frente a esos líderes negros, la señora del primer ministro y sus dos hijas, y otras vanas señoras de ministros y diputados, aprobaban con movimientos de cabeza y gestos cada palabra de sus maridos respectivos. El ala ultraconservadora del partido nacional gobernante, que controla el doctor A. P. Trcuernicht, del recalcitrante Transvaal, logró que se excluyera del citado consejo presidencial a los negros, con lo cual la iniciativa perdía todo su valor.

Como consolación se ofrecía crear un consejo negro aparte que «en el futuro podría fusionarse con el consejo presidencial (de blancos mulatos, indios y asiáticos) si así lo decide éste». La propuesta fue rechazada.

Cambios profundos

Sin embargo, los blancos ya no están solidariamente unidos en esta intransigencia. Son muchos los que piensan que hay que aceptar cambios profundos ahora, hoy, que aún es tiempo. En las elecciones anticipadas de 1977, la oposición liberal obtuvo el 34% de los votos. El Partido Progresista Federal, que va más lejos aún y dice que un régimen de mayoría es inevitable, cree poder contar por sí solo con el 17% de las voces electorales.

M. W. Sutton, diputado y miembro de la comisión constitucional por el partido republicano, decía a EL PAÍS: «Nuestro problema es que el Gobierno está paralizado por su propio pasado. Su preocupación principal es mantener unido al Partido Nacional, y por eso siempre termina adoptando los puntos de vista de los más conservadores».

«Debemos hacer concesiones fundamentalmente económicas», añadía, «abrir todos los empleos a los negros, facilitar la movilidad de la fuerza de trabajo negra y darles satisfacción en su reivindicación de a trabajo igual, salarlo igual». Esta postura es la que defienden los industriales del país, que consideran que la legislación laboral frena hoy las posibilidades de expansión de Suráfrica, y van más allá del Gobierno cuando por su propia cuenta reconocen una representatividad sindical a determinados grupos de obreros a los cuales el Gobierno se la niega.

Si bien estas concesiones son insuficientes para los negros, no cabe duda de que aceptarlas permitiría al Gobierno desactivar una bomba social y comenzar el diálogo en un ambiente menos crispado que el actual.

Esa igualdad salarial, por sí sola, representa un enorme golpe a los privilegios de los blancos. Un obrero blanco gana, en las minas, por ejemplo, el equivalente a 70.000 pesetas; el obrero negro sólo gana 9.000. En términos generales, veinte millones de negros, el 80% de la población, percibieron en 1978 el 13% de la renta nacional, mientras que los blancos, el 20%, percibían e1,87% de la renta.

Para decirlo con palabras del diputado Van Zyl Slabbert «la causa de la polarización de fuerzas y de conflicto en Suráfrica es que los negros son cada vez más los productores de riqueza, mientras que en el futuro previsible, los blancos seguirán siendo políticamente responsables de distribuirlas».

El doctor M. G. Erasmus, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Stellenbosch, en la provincia de El Cabo, precisa: «El problema que confrontamos los blancos para adentrarnos por el camino de las reformas, es que sabemos que los días de nuestros actuales privilegios están contados Son muchos, sin embargo, los que pensamos que hay que olvidar eso privilegios porque ahora de lo que se trata es de nuestra propia supervivencia. Aunque no hemos llegado todavía a un punto crítico sabemos que ya nada se puede salvar sin concederle a los negros una parte importante y significativa en el proceso de decisión política».

Como otros muchos surafricanos, el doctor Erasmus cree que el tremendo potencial económico de Suráfrica, sus reservas energéticas, su capacidad para producir alimentos, las inmensas riquezas de su subsuelo y su importancia estratégica, son factores que permiten abrigar un cierto optimismo y confiar en que una solución negociada será encontrada. Para ello, e tiempo y las oportunidades pasa rápidamente: «Aún quedan líderes negros moderados capaces de sentarse a negociar con los blancos, sin embargo, estos son cada vez menos».

David Willers, investigador de la Fundación Surafricana, un organismo que financia importantes grupos industriales del país, explica: «Occidente, y concretamente Estados Unidos, piensa que la única reforma posible en Suráfrica es la eliminación pura y simple del apartheid. Para el Partido Nacional reformar el sistema quiere decir, en realidad, imponer y profundizar la política de desarrollo separado de los grupos étnicos y hacer de Suráfrica lo que se ha dado en llamar una constelación de estados».

Diferentes enfoques

Para Willers, la comunidad «afrikaan» y la de habla inglesa enfocan de una manera muy diferente el problema. «Hay que hablar afrikaan para comprender que ellos están mucho más asustados por la perspectiva de perder su identidad en un régimen de mayoría». La realidad es que mientras la prensa inglesa surafricana se muestra muy crítica con el Gobierno, la afrikaan, apela a una especie de cruzada contra lo que llama la «conspiración total» (total onslaught) contra Suráfrica.

Los industriales de Suráfrica pensaron al principio que el primer ministro P. W. Botha quería realmente introducir reformas importantes. Después de la exclusión de los negros del consejo presidencial se han convencido de que el Gobierno sólo está dispuesto a aplicar un poco de cosmética al sistema. Hoy juegan a todas las cartas y junto al Partido Nacional en el poder, ayudan financieramente a líderes radicales de Soweto, como el doctor Nthato Motlana, del famoso Comité de los Diez de aquella ciudad, y una de las figuras más prestigiosas.

Para Occidente, las discusiones de los blancos sobre si los negros pueden o no pueden acceder a determinados trabajos reservados a los blancos, si pueden comer en tal o cual restaurante u orinar junto a los blancos en tal o más cual servicio público, resultan absolutamente bizantinas, absurdas una pérdida de tiempo. Sin embargo, el ex ministro del Interior, Connie Mulder, acusaba, en abril, de traidor al primer ministro Botha, porque había dicho que «ninguna patria (homeland) negra debería ser forzada a la independencia».

Seria advertencia

Pero el primer ministro a su vez se había creído en la obligación de formular una seria advertencia al jefe del Partido Progresista Federal, Van Zyl Slabbert, que durante la última sesión parlamentaria expuso su frustración por la exclusión de los negros del consejo presidencial. «Algunos radicales hostiles», diría Botha, «están utilizando las quejas de los negros para buscar la caída del Gobierno. Piensan que si ellos se vuelven más radicales, el Gobierno se rendirá, e incluso han llegado a comparar la situación en Suráfrica con la de Rodesia. Deben saber que este Gobierno no gobierna desde una posición de debilidad y no son los débiles quienes le apoyan».

Basado en una realidad objetiva del Africa Austral, el Gobierno esgrime la amenaza comunista como argumento justificativo para cualquier decisión. Como en Suráfrica comunismo es todo aquello que va contra los privilegios de los blancos, lo que resulta es una especie de sicosis anticomunista tan poco realista como infantil.

Una personalidad tan eminente como el profesor C. F. Nieuwoudt, director del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Pretoria y presidente del Instituto de Estudios Estratégicos de la misma institución, decía a EL PAÍS: «Creo que toda la propaganda anticomunista ha sido inflada. No creo que el comunismo sea una amenaza real para Suráfrica. Sin embargo, algunos piensan que los comunistas podrían llegar a tomar el poder aquí, lo cual es absurdo. En mi opinión, la URSS y los países comunistas lo que hoy día quieren es un Africa neutral, porque los minerales y todas las otras cosas que necesitan y que Africa produce las prefieren comprar en el mercado internacional, que es mucho más barato. Operaciones como la de Afganistán, por el contrario, son muy costosas ».

Para el doctor Nieuwoudt, sin embargo, los conflictos raciales o religiosos no tienen prácticamente solución. «Ahí está para demostrarlo el caso escocés, irlandés o vasco», dice. «Lo que los europeos no comprenden es que si a otras comunidades del mundo no le gusta la mezcla de razas, no tienen más que hacer las maletas y marcharse. Nosotros, sin embargo, tenemos que solucionar el problema aquí, porque no tenemos adonde ir. En Suráfrica no podemos permitirnos la confrontación porque ésta lleva a la revolución. Debemos sentarnos alrededor de una mesa y discutir. En último análisis, tendremos un Gobierno de mayoría pues, al fin y al cabo, el apartheid como pensamiento político tiene mucho de británico. Pero nuestra solución tiene que ser aceptada por todos, y una cuestión de la que no se dan cuenta los europeos es que en Surafrica no hay cuatro millones de blancos y dieciocho de negros, sino cuatro millones de blancos, cinco de zulús, dos y medio de tswanas, otro tanto de xhosas, casi dos millones de sothos, dos millones medio de mestizos e indios, casi un millón de asiáticos, etcétera ».

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