"Nunca habría sido candidato si Carter se hubiera mantenido fiel al ideal del partido"
Pregunta. La mayoría con que cuenta Jimmy Carter entre los delegados de la convención demócrata es tal que puede estar prácticamente seguro de conseguir la investidura del Partido Demócrata. Entonces, ¿por qué continúa usted la lucha?Respuesta. Sigo siendo candidato a la Presidencia porque sigo creyendo que la Presidencia debe ser la imagen misma de la fuerza y la compasión y porque sigo creyendo que mi partido debe ser el partido de la justicia económica y social.
Sigo luchando porque deseo que la convención elija a un candidato que represente verdaderamente los ideales demócratas, para que defina un programa, una plataforma que exprese verdaderamente el espíritu de nuestro partido. Yo nunca me habría presentado como candidato a la Casa Blanca si Jimmy Carter se hubiese mantenido fiel al ideal del partido, y sigo siendo candidato porque estoy convencido de que este ideal es todavía válido hoy en día.
A todo lo largo de mi campaña electoral, durante nueve meses, he visto de cerca los sufrimientos y las inquietudes de los americanos: los parados, las familias en las que la enfermedad constituye una catástrofe porque no cuentan con ningún tipo de seguridad social, los viejos que no disponen de medios para calentarse en invierno, etcétera. Sería indigno abandonarlos en nombre de la unidad del partido, una unidad que no sería más que una fachada. El partido de Franklin Roosevelt, de Harry Truman, de John Kennedy, de Lyndon Johnson, no puede traicionar su pasado. No debemos resolver el problema de la inflación por la recesión, no debemos luchar contra la inflación condenando los trabajadores al paro. Muy al contrario, debemos poner inmeditamente en marcha un programa antirecesión, con objeto de crear puestos de trabajo para los parados y de proteger a los trabajadores contra los cierres de fábricas. Es el único medio de recuperar nuestro liderazgo económico, tanto dentro del país como en el exterior.
Al mismo tiempo, el Partido Demócrata debe definir una política extranjera que no se limite tan sólo a una serie de símbolos. Debemos poner claramente de manifiesto nuestra determinación y nuestro vigor. Cuando se dirige al resto del mundo, Norteamérica tiene que hablar con una sola voz, claramente y con consistencia. Basta ya de palabras hueras y de actos vacíos.
P. Concretamente, ¿cuáles son sus puntos de desacuerdo con el presidente Carter?
R. En primer lugar, no compartimos, desde luego, el mismo punto de vista en lo que se refiere a las posibles soluciones de la situación económica. Ahora bien, yo pienso que las elecciones de noviembre se van a centrar casi seguramente en torno a la crisis. No hay nada que ilustre mejor mi conflicto con la Administración Carter como las negociaciones relativas a la plataforma del partido.
El texto presentado por los representantes de Carter ni siquiera reconocía la existencia de la recesión. Según ellos, la reactivación de la economía sólo será necesaria cuando la recesión se produzca efectivamente, cuando se agrave realmente el paro. El número de parados excede hoy de ocho millones, y todas las cifras ponen de manifiesto que la ralentización económica está abocada a la caída libre; en estas condiciones, el hecho de mantenerse en una postura tan pasiva equivale a abandonar el terreno al primer candidato que ofrezca una alternativa, es decir, al adversario republicano.
En mi opinión, es absolutamente imperativo que el partido mantenga su promesa de 1976: no combatir la inflación mediante el paro. Si pretendemos que los trabajadores sigan siendo fieles a nuestro partido debemos rechazar esta idea, que es típicamente republicana: a saber, que contra la subida incontenible de los precios la recesión constituye una réplica perfectamente aceptable.
Yo he propuesto un plan de reactivación que habría hecho posible la creación inmediata de 800.000 puestos de trabajo, poniendo en ejecución nuevas obras de construcción inmobiliaria, revitalizando nuestra red de ferrocarriles, densificando nuestros servicios sociales: hospitales, escuelas, bibliotecas, etcétera. Los sindicatos han apoyado mi proyecto, así como las organizaciones negras y los municipios... Sin embargo, los representantes de Carter lo han rechazado. A pesar de lo urgente de la situación, la plataforma no ha mencionado para nada las medidas antirecesión.
'La justicia no es un problema de modas'
P. Las prioridades de la Casa Blanca le desagradan, pero quizá los electores estén agradecidos a Carter por el hecho de haberse preocupado en primer lugar de la inflación.
R. Sí, enfecto, si la plataforma hubiese ofrecido una solución realista contra esta inflación de dos cifras que nos abruma actualmente. Un programa serio tendría que haber prometido un control obligatorio -y no ya sólo voluntario- de los precios y los salarios.
P. Los americanos parecen ser cada vez más conservadores, mientras que usted se expresa como si fuera el último paladín del liberalismo de los años sesenta. Los inquilinos de la Casa Blanca aprovechan la ocasión para decir que no está usted a tono con el país, que está usted pasado de moda. ¿Cuál es su opinión en este sentido?
R. La justicia social no es en modo alguno un problema de modas. ¿Cuál es la preocupación básica de todos los seres humanos? La salud. Pues bien, yo soy partidario de un sistema que garantizaría una asistencia médica decente a todos los americanos. Una asistencia que no sería un privilegio, sino un derecho. El sistema actual ha sido un fracaso lamentable: veintiséis millones de americanos no cuentan con ninguna cobertura médica y diecinueve millones disponen tan sólo de un seguro simbólico. A pesar de todo, la Administración Carter se niega a apoyarme cuando yo solicito la creación de un sistema completo de seguridad social. Sólo hay dos países industrializados en los que no existe una seguridad social a nivel nacional: Suráfrica y Estados Unidos.
P. Algunos de los adversarios más irreductibles del presidente reconocen, a pesar de todo, que, en el campo de la energía, ha seguido una política firme y valiente. Sin embargo, tampoco en este sentido le regatea usted sus críticas. ¿Por qué?
R. Porque también aquí ha sido traicionada la tradición del partido. La plataforma de 1976 se había pronunciado contra la liberalización de los precios del petróleo producido en Estados Unidos. Ahora bien, con posterioridad, la Administración Carter hizo votar una ley que equivale a ajustar nuestros precios a los de la OPEP, a expensas, evidentemente, de los americanos más pobres. Para el programa de 1980 yo he presentado una enmienda en la que se especifica que el precio de nuestro petróleo no debe, en ningún caso, ser fijado por la OPEP. Esta enmienda ha sido rechazada. Otro tanto ha ocurrido cuando dije que había que impedir que las compañías petrolíferas compraran minas de carbón o se hicieran con el control de empresas especializadas en la energía solar. Se trata, sin embargo, del único medio para evitar que dichas compañías refuercen aún más su monopolio de la industria energética.
Me he llevado una gran alegría cuando, en la cumbre económica de Venecia, los grandes países occidentales se han pronunciado en favor del desarrollo prioritario de las nuevas energías. Nuestro futuro depende cada vez más de un mayor desarrollo de la energía solar. Ahora bien, cada vez que he insistido en la necesidad de disponer de los medios que permitan alcanzar este objetivo, me he topado con la hostilidad de la Casa Blanca. La Administración Carter sigue prefiriendo los carburantes clásicos y la energía nuclear.
P. ¿Sus desacuerdos con la Casa Blanca se refieren también a la política extranjera que sigue ésta?
R. El capítulo diplomático del programa ha sido mejorado gracias a mis representantes. Inicialmente, ni se mencionaban siquiera los rehenes americanos de Irán. Los problemas del golfo Pérsico se silenciaban sin más. No se condenaba el apartheid en Suráfrica. Los derechos del hombre apenas si se evocaban. Todas estas lagunas se rectificaron en la versión final.
A pesar de la oposición de la Casa Blanca, hemos conseguido la inclusión de los puntos siguientes: toda negociación en el conflicto irlandés debe fijarse como meta final la unificación de la isla; en el caso de Chipre, las tropas turcas deben retirarse y debe permitirse la entrada de los refugiados; en lo que se refiere al Próximo Oriente, Estados Unidos debe oponerse a la cesión de armamentos sofisticados, así como a cualquier acción que ponga en peligro la seguridad de Israel.
'Tenemos que tratar a los amigos como iguales'
P. Los aliados estiman que tienen bastantes razones para quejarse de la Administración americana. Pero la crítica que más frecuentemente se escucha es la de que Carter los coge siempre de sorpresa cuando se lanza en una nueva política. El presidente la proclama primero -casi siempre por la televisión- y consulta después. ¿Qué opina usted de ello?
R. Si queremos tener aliados eficaces, tenemos que tratar a nuestros amigos como iguales. Washington debe consultar a sus aliados antes de tomar una decisión, y no después.
Tenemos que procurar conocer primero la opinión de nuestros aliados, con objeto de actuar después de común acuerdo. No podemos imponer tal o cual política a la OTAN o a Japón, pero sí podemos definir juntos una política común. Es absolutamente primordial que Estados Unidos aprenda a trabajar de nuevo como un interlocutor más entre sus aliados, no sólo a nivel de los problemas europeos, sino también a nivel de las cuestiones globales, de economía y de seguridad.
P. Se opuso usted a Carter a propósito del misil MX, que es para usted un arma desestabilizadora. Ahora bien, cuando Estados Unidos abandona la idea de desarrollar tal o cual arma estratégica, la experiencia ha enseñado que la Unión Soviética no le devuelve necesariamente el cumplido. ¿Quiere decir esto que, en lo que se refiere a la negociación con el Kremlin, tiene usted previsto un planteamiento distinto al del presidente Carter?
R. En nuestras relaciones con los soviéticos tenemos que abandonar desde luego la ilusión de que ellos ven el mundo como lo vemos nosotros. No debemos creer automáticamente que están dispuestos a actuar de acuerdo con nuestras reglas y que quieren ser sencillamente nuestros amigos. Ello no es óbice para que sea absolutamente esencial que nuestros dos países encuentren campos de cooperación. Por esta razón, yo sigo siendo partidario de que el Senado ratifique el tratado SALT.
No debe permitirse que alguien pueda dudar de la voluntad y de la capacidad de la OTAN para defenderse en el caso de una amenaza militar contra ella. Ahora bien, tampoco debe dudar nadie de que los aliados van a hacer todo lo posible para conseguir reducciones de fuerzas equilibradas, ya se trate de fuerzas nucleares o de fuerzas convencionales. Por ello, me he alegrado mucho al saber que el canciller Helmut Schmidt ha llevado recientemente este mensaje al presidente Breznev. Como consecuencia de este viaje del canciller, no puedo por menos de alegrarme al comprobar que se han abierto mejores perspectivas con vistas a futuras negociaciones.
P. Ha hablado usted de los armamentos estratégicos, pero tampoco parece usted de acuerdo con el presidente Carter en lo que se refiere a las tropas convencionales. Ha hecho usted algunos comentarios muy críticos cuando, a raíz del «golpe de Kabul», el presidente decidió restaurar la inscripción obligatoria de todos los ciudadanos americanos en edad militar.
R. En mi opinión, la manera más eficaz de responder a la agresión soviética en Afganistán no consiste en restablecer la inscripción obligatoria de todos los jóvenes de diecinueve y veinte años, sino en reforzar lo que ya existe; es decir, nuestro ejército profesional. Hay que proporcionarle todos los medios necesarios para que pueda reclutar las mujeres y los hombres más cualificados, para que pueda formarlos y equiparlos. Actualmente, el problema más agudo con que se enfrentan nuestras fuerzas armadas no es el de encontrar voluntarios, sino el de retenerlos. La mitad de los voluntarios se niega a renovar el contrato cuando finaliza su primer alistamiento. Cuando un suboficial se ve obligado, como ocurre muchas veces, a solicitar al ayuntamiento los subsidios que están normalmente previstos para los indigentes, se desmoraliza, es una humillación.
Se trata de un problema de dinero. Si se desea que los voluntarios hagan carrera en el Ejército, hay que pagarlos decentemente, hay que alojarlos, hay que garantizarles una asistencia médica, hay que brindarles la posibilidad de que prosigan sus estudios.
P. Usted reclama una convención «abierta», con objeto de que los delegados no se vean obligados a votar automáticamente por el candidato por el cual habían sido elegidos durante las elecciones primarias. En la conferencia de prensa que convocó el pasado lunes, el presidente Carter le ha acusado en cierto modo de pretender «amañar» la convención al incitar a los delegados a quebrantar su juramento. ¿Cuál es su respuesta?
R. Una convención «abierta» permitiría votar a los delegados con arreglo a su conciencia y a sus deseos actuales. Y al decir actuales, me refiero, claro está, a los de los electores. Entre el principio y el final de la campaña, entre las elecciones primarias de hace seis meses y la convención que se va a celebrar esta semana, las opiniones han podido evolucionar, los juicios han podido modificarse. Por todo ello, soy hostil a la idea de una convención «cerrada»: se trata de un procedimiento que va en contra de las reglas de la democracia.
P. Según usted, Carter debe dejar «en libertad» a sus delegados porque la situación ha cambiado sustancialmente desde que fueron elegidos, a raíz de la aparición de nuevas crisis, tanto en el país como en el extranjero. En apoyo de su tesis, el antiguo presidente de la Comisión de Reglamentos del Partido Demócrata, Jim O'Hara, ha escrito recientemente en un periódico: «Las personas y las circunstancias cambian. Lo que era válido en las nieves de las primarias de invierno quizá ya no lo sea en los calores de las convenciones de verano». ¿Resume acaso esta fórmula su propia posición?
R. Estimo que Jim O'Hara ha contribuido así de manera importante debate. Es más, he enviado al una copia de dicho artículo a todos mis delegados.
'Los republicanos proponen una marcha atrás'
P. No se anda usted por las ramas cuando habla de Jimmy Carter, a pesar de que es demócrata como usted. Pero ¿qué opina usted de los republicanos, y concretamente, del tándem Reagan-Bush?
R. Lo que están proponiendo los candidatos republicanos al país es sencillamente una marcha atrás. Este tándem nos trae inevitablemente a la memoria los días malos, la época de la guerra fría y de la sociedad desigual de aquellos tiempos. Reagan y Bush ven el mundo tal y como sería si no hubiera existido un Vietnam y las negociaciones sobre la limitación de las armas estratégicas, como si no hubiera habido la «new deal» de Roosevelt y los progresos sobre los derechos del hombre.
Los republicanos prometen la resurrección de la economía, pero la única solución que proponen para nuestros complejos problemas se limita a una idea simplista: reducir los impuestos en unos 120.000 millones de dólares. En una economía incierta como la nuestra, un aflujo de dinero tan considerable crearía seguramente más inflación que inversiones.
En cuanto a la política extranjera, el Partido Republicano hace gala de la misma miopía, del mismo espíritu superficial. Cuando Reagan echa una ojeada al mundo, no ve el hambre, ni la represión, ni la injusticia. Sólo ve a los rusos cocinando su sopa de hechiceros sobre el fuego de todos los conflictos locales. La diplomacia de Reagan colocaría a Estados Unidos a contracorriente del sentido de la historia: en Suráfrica, en América Central y en todos los países donde los pueblos sueñan con la libertad.
Estoy convencido de que los republicanos no ofrecen ninguna solución, como tampoco ningún liderazgo, pero es indispensable que el Partido Demócrata represente una verdadera alternativa: debe expresar la determinación de los americanos para volver a asumir su propio destino.
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