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La discutible decisión de dejar desierto el Premio de Piano Paloma O'Shea

Prestigio y popularidad cualifican y definen el concurso de piano Paloma O'Shea, que cada dos años se celebra en Santander, coincidiendo con los festivales, y cuyo primer premio quedó desierto este año. Prestigio muy especial dentro del ámbito internacional de la asociación europea de concursos musicales, presidida por Andre Marescotti; popularidad multitudinaria en la capital de Cantabria, que ha seguido las pruebas de la última edición con apasionado entusiasmo.Esta vez se inscribieron más de cien pianistas, procedentes de veinticinco países; setenta concursantes han realizado las distintas eliminatorias ante un jurado de diez miembros españoles, soviéticos, franceses, checos, americanos, suizos y portugueses. Tras la primera eliminatoria, pasaron a las prefinales once intérpretes, cada uno de los cuales posee méritos suficientes para garantizar el interesante nivel del Paloma O'Shea.

Nivel, dicho sea de paso, mantenido y acrecentado por la exigencia de los jurados, que en la sexta edición, recién clausurada decidieron, por mayoría de votos, declarar desierto el primer premio, para conceder el segundo al irlandés Barry Douglas (veinte años) y dos terceros premios al italiano Francesco Nicolosi (veintiséis años) y al rumano Atanasiu Dan, un año más joven.

Los numerosos premios establecidos por familias y entidades santanderinas, por la firma Hazen o por la Fundación Gulbelkian, de Lisboa, alcanzaron a casi todos los finalistas, con mención muy especial para el invidente francés Bernard d'Ascoli (veintidós años), poético traductor de Chopin, o la japonesa Michico Tsuda, notable asimiladora de la música española (Falla, Granados y Albéniz), así como para el alemán Martin Doerrie, protagonista de una Alborada del gracioso, que mereció el Premio de Música Contemporánea, ya que las bases del concurso establecen tal concepto a partir de Claude Debussy.

Douglas, el triunfador

La calidad y el trabajo de los jurados impone el respeto a sus decisiones, lo que no obliga al comentarista a compartir sus criterios, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron adoptados por mayoría. Por principio, soy enemigo de los premios desiertos, y tengo por más útil la concesión de los galardones una vez alcanzado el nivel exigible.

Creo que en esta ocasión el irlandés Barry Douglas podía haber sido premio Paloma O'Shea digno continuador de los Trifan, Sermet, Yassa o Colom. Douglas tiene ante sí una espléndida carrera, y no será extraño que el año próximo, o al otro, consiga un gran premio internacional.

Si este es el futuro Paloma O'Shea, la pena de ahora quedará compensada; si es otro, se habrá hurtado a Santander -con la mejor intención y la más agudizada responsabilidad del jurado- la gloria de un nuevo lanzamiento.

Creo sinceramente que quien a los veinte años nos dio una sonata de Liszt tan bien tocada como musicalmente concebida, y quien levantó oleadas de aplausos con el concierto de Tschaikowsky, excelente de línea y con talante de alto virtuosismo, podía ostentar el Premio-Paloma O'Shea. Por otra parte, un concurso supone una comparación, una confrontación referible sólo a la edición correspondiente. No existen niveles objetivo y permanentes capaces de establecer para siempre un juego de pesas y medidas. No todos los premios de Ginebra resultaron Victoria de los Angeles o Arturo Benedetti; pero, si se otorgaron, motivos habría para ello. Hay quien piensa que desde el máximo rigor, desde el que casi podríamos denominar excesivo rigor, se favorece al concurso. No comparto tal opinión, y sí la de ciertos efectos desilusionadores desencantadores, por usar el término de moda, de los premio declarados desiertos.

Nicolosi y Atanasiu Dan

Si el italiano Nicolosi, en la segunda prueba, expuso una brillantísima Rapsodia española, de Liszt, en la final, con orquesta demostró muy honda musicalidad limpieza de estilo y belleza de sonoridad en El concierto en re menor, de Mozart. El rumano Atanasiu Dan mereció plenamente el otro tercer premio, pues su Rachamaninoff revela capacidad técnica e imaginación poética.

Diremos, porque es cierto, que esta última sesión con la sinfónica de RTVE, espléndidamente dirigida por Odón Alonso, tuvo una brillantez extraordinaria, incluso infrecuente en este tipo de manifestaciones.

Incluida dentro de la programación del 29º Festival en el ciclo sinfónico de la plaza Porticada, provocó una asistencia masiva, con predominio de público joven, entusiasta y buen discernidor.

En el paraninfo de Las Llamas, bajo la presidencia de la infanta Margarita, fueron entregados los diversos premios, punto final de un concurso modélico por concepción y organización. Y, sobre todo, por una tónica que convierte la dura lucha de emulación en convivencia social, plena de popularidad y señorío, de lo que darán buen testimonio los jurados venideros de fuera y un buen número de críticos extranjeros.

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