Euskadi, en la encrucijada
Para algunos de los más significados profesionales y comentaristas de la política, Euskadiko Ezkerra se encuentra hoy en una encrucijada: entre el apoyo a las vías pacíficas, democráticas e institucionales de actuación política y las acciones armadas de ETApm. Así lo afirma el ministro del Interior cuando dice que estamos bordeando los límites de, las leyes penales. Así lo afirma Txiki Benegas y lo han expresado. numerosos medios de comunicación. Así lo han pensado también los máximos responsables de la seguridad del Estado, cuando recientemente nos han detenido, nos han aplicado la ley Antiterrorista y nos han puesto luego, en libertad sin ningún cargo.En realidad, nuestras motivaciones al escribir esto sobrepasan la mera justificación de nuestras posturas personales o de nuestro partido, y pretenden ser un elemento más de reflexión sobre lo que pasa en Euskadi y sobre sus causas y soluciones, pero no está de sobra puntualizar previamente un par de cosas.
Por supuesto, los límites de las leyes penales muchas veces están poco definidos y ocurre también que poseen la facultad de trasladarse. Puede suceder, por tanto, que determinados actos vayan más allá de dichos límites y consecuentemente caigan en el campo de lo ilegal; pero puede suceder también que esos límites se trasladen más acá de esos mismos actos y, consecuentemente, el campo de lo ilegal caiga sobre ellos. La diferencia parece sutil, aunque no lo es, pero en todo caso hay algo que está claro: la legalidad o ilegalidad de Euskadiko Ezkerra podrá ser -para algunos- dudosa, pero su legitimidad -legitimidad representativa y, por tanto, constitucional- está fuera de toda duda. Que la legalidad se acomode a esa legalidad representativa -por supuesto, como una fuerza política más entre quienes la poseemos en Euskadi- o no es evidentemente algo que nos preocupa, pero que, por supuesto, no va a hacer cambiar nuestras líneas fundamentales de actuación.
Y es que Euskadiko Ezkerra no está en ninguna encrucijada entre acción política y violencia, pero la sociedad vasca sí está en esa encrucijada. Y por eso, toda la visión centralista del problema vasco ha resultado trágicamente equivocada, antes y durante la transición. Cuando los responsables de la seguridad del Estado -y no sólo ellos- continúan repitiendo la misma cantilena de los grupos terroristas minoritarios, sabemos que lo dicen porque lo tienen que decir, y quizá también porque se lo tienen que creer, pero sabemos también que en Euskadi ese discurso es más estéril que sembrar en un desierto, al menos si lo que se pretende realmente es alcanzar una convivencia democrática y pacífica.
Ahondar en las raíces históricas de todo tipo -políticó, sociológico, cultural- de la enorme carga de violencia, o quizá más exactamente de agresividad que está presente en el conjunto de la sociedad vasca, sería muy largo, y, por otra parte, ya ha habido muchos que las han explicado suficientemente, pero no está de más recordar que esas raíces existen y que, en algunos casos, continúan tan presentes hoy como ésa desgraciada consecuencia suya.
La cuestión, cuando se analiza la actuación de las fuerzas políticas -y todas las fuerzas políticas están en el candelero de la violencia, porque a todas concierne o debería concernir el resolverla-, es ver a qué contribuye esa actuación: si a hacer creibles las vías políticas o a enconar aún más las raíces sociales de la violencia. Porque no sólo es apologista de la violencia quien se sube a una tribuna y grita «A las armas», sino quien bloquea, recorta, retrasa y regatea las soluciones políticas. Y no es necesariamente el mejor defensor de las instituciones el más moderado en sus planteamientos ni el más conciliador en sus propuestas, sino quien presenta un proyecto con soluciones posibles, lo defiende y corre sus riesgos por él, En el abanico de fuerzas políticas hay evidentemente de todo, y entre ellas, especialistas en hacer crecer como la espuma la legitimidad representativa de las posturas más radicalizadas y obligar a hacer equilibrios para nadar y guardar la ropa a los demás. El partido del Gobierno sabe algo de esto, pero dudamos mucho que este tipo de actitudes sirvan para dar credibilidad a las instituciones democráticas, ni para instaurar un clima de convivencia.
Diálogo y negociación
Creemo s que es sobre esta base como hay que juzgar los comportamientos y actuaciones de Euskadiko Ezkerra. Por nuestra parte, pensamos que está muy claro que, desde hace ya tiempo, no sólo hemos reclamado soluciones políticas, sino que hemos trabajado por conseguirlas. Hemos creído, y seguimos creyendo, en el diálogo y en la negociación. Y nadie puede decir que nuestros planteamientos hayan incitado a la violencia, hayan contribuido al desprestigio de las instituciones, ni que hayamos intentado aumentar la frustración existente en amplias capas del pueblo vasco para capitalizarla. Habrá quienes nos quieran acusar de cinismo o de ambigüedad, pero en un país donde el recurso al radicalismo, del tipo que sea, resulta electoralmente bastante rentable, nuestra línea de actuación puede tacharse de cualquier cosa menos de cínica.Desde luego, la cosa no es fácil. Porque ni nosotros, ni nadie considerado aisladamente tiene las llaves para acabar con la violencia. El problema requiere un acuerdo de los partidos vascos, piro no un compromiso táctico momentáneo y superficial, sino un acuerdo mucho más profundo, y a partir de él una negociación, a fondo también, con los poderes del Estado.
El primer problema es que ese acuerdo que de alguna manera se alcanzó en la elaboración del Estatuto de Autonomía ha desaparecido. Porque el PNV, fortalecido por su triunfo electoral del pasado marzo, ha pretendido aprovecharse en solitario de los logros del proceso autonómico. Pero lo que sería normal en un país normal -es decir, con unas instituciones consolidadas-, un Gobierno monocolor resulta bastante insuficiente en un país enteramente por construir. Esa tarea exige demasiados riesgos como para que pueda asumirlos un partido en solitario, y a lo que parece hasta ahora, el PNV no se está distinguiendo precisamente por correrlos. El PSOE, por su parte, totalmente a la, defensiva, está intentando convertir a las dos comunidades diferenciadas por el origen tratando de quedarse con la exclusiva electoral de una de ellas; y, en Navarra, es el principal responsable, por su ausencia de alternativas y por su bloqueo al procedimiento que posibilitaría el plebiscito de los navarros, del proceso de radicalización y de bipolarización creciente que se está dando.
El segundo problema es que no se ve -o, por lo menos, nosotros no vemos- la más mínima voluntad por parte de los actuales depositarios de los poderes del Estado, en comprender la trascendencia y la gravedad del tema y la necesidad de afrontarlo con decisión política. Quizá la respuesta está en que esos depositarios actuales carecen de la suficiente coherencia y están en un equilibrio más o menos inestable. Quizá también de lo que carecen es precisamente de una auténtica perspectiva de Estado.
Violencia y frustración
El tercer problema, por supuesto, es que también en Euskadi hay quien no cree, o no quiere, el diálogo y la negociación, quien se alimenta de la frustración política, y mantiene su legitimidad -que la tiene y mucha- sobre el desconcierto y el desacuerdo de unos y la cerrazón de otros. Pero sería un error limitarse a ver aquí solamente un grupo de exaltados. Esa radicalización, consecuencia directa de tantas frustraciones históricas, es un fenómeno social profundamente enraizado en Euskadi y que frecuentemente desborda los planteamientos de cualquier vanguardia que intente dirigirlo.
Todos estos factores se entremezclan constantemente, es claro. Y la cuestión está en quién puede tomar la iniciativa; quién tiene que tender la mano primero; quién tiene que ceder. No lo sabemos; ni pretendemos tener ninguna varita mágica que lo resuelva. Tampoco es cuestión de exponer aquí el programa político de Euskadiko Ezkerra, ni de hacer futurología optimista o pesimista. La responsabilidad está en manos de todas las fuerzas políticas. La decisión sobre su propio futuro está en manos del pueblo vasco. Porque hay una cosa que no se debe olvidar: las instituciones, todas y cada una, tienen por encima la soberanía popular. Y aunque la Constitución no reconoce más que una única soberanía popular de un único pueblo español, y el concepto de soberanía compartida no está jurídicamente definido la realidad de una soberanía vasca y de una legitimidad nacida de ella es innegable. Y cualquier intento de resolver el problema vasco pasado por encima suyo está y va a seguir estando condenado históricamente al fracaso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Treguas terroristas
- Política nacional
- Ley Antiterrorista
- EE
- Opinión
- Comunidades autónomas
- Negociaciones ETA
- Administración autonómica
- Legislación española
- Política antiterrorista
- País Vasco
- Lucha antiterrorista
- ETA
- Partidos políticos
- Grupos terroristas
- España
- Política
- Administración pública
- Terrorismo
- Legislación
- Sociedad
- Justicia