Los radicales
Un escritor polaco que vive en Manhattan ha escrito una novela que, llevada al cine, nos da una, vez más la parábola visual del buen salvaje, entre roussoniano y del partido radical ese que se va a crear. Enrique Herreros jr., importador de la película, me la pasa en privadísimo (mi santa esposa y yo: el cine ha salvado algunos matrimonios, aunque haya deshecho tantos). Y me dice Herreros, aludiendo al protagonista (Peter Sellers), un jardinero adánico e inculto que por azares del guión llega la presidencia estadounidense:-Es igual que Suárez.
Tiene gracia el paralelismo, pero a mí me ha recordado más los nacientes grupos radicales de Madrid, como el de Francisco Alburquerque, Fernando Ariel del Val, Paloma Saavedra y Santiago Castillo Alonso, sobre los que Carmela García Moreno, como mano inocente, me pasa abundante papela. En el radicalismo, penúltima emoción política de la season, creo distinguir tres radicalismos: el ecologista, humanitarista y feminista, que es el que más me recuerda a Peter Sellers en esta inédita película americana (ya la verán ustedes en el otoño, y también con su santa esposa - que el cine se ha hecho para las familias). El radicalismo intelectual, retrorre público, cultural, con Azaña al fondo, que es el que indujo y dedujo, brillantemente nuestro señorito, o sea, Juan Luis Cebrián, este invierno, en una conferencia del club veinte y pico. Ese partido radical tendría algo de la Asociación de Intelectuales al Servicio de la República monárquica, o viceversa, y lo veo como un tranvía de antes de la guerra, cruzando Madrid lleno de krausistas, orteguianos, Besteiros y gentes, y dando campanillazos de atención en los cruces, para prevenir contra «las fuerzas de producción y tráfico», que decía Marx. O sea, un tranvía testimonial. Hace mucha falta que alguien testimonie su inteligencia, cuando menos, en esta hora de política ininteligente e inelegante. Tercero y último: un radicalismo a la italiana, activista y combativo.
Ninguno de estos radicalismos va a la raíz, pese a su nombre o precisamente por eso, pues los políticos son tramperos de Arkansas que siempre ponen a sus partidos/cepo un nombre que dice lo contrario de lo que dice. Pero si no la raíz, sí las ramas, la fronda, las copas, los arbustos, las arborescencias nacionales, sociales, económicas, políticas, podrían mejorar con un poco de peluquería radical. Quique Herreros, revolucionando todos sus ciclos de importación/ exhibición, debiera estrenar ya mismo esta película, u organizar pases especiales de minicine o en la Filmo de Berlanga, para radicales madrileños en cristalización. Mr. Chance Gardener (un nombre que no dice nada: la casualidad y el oficio, la jardinería, los dos factores que constituyen y nominan al personaje), título al que me temo antepondrán aquí un originalísimo Bienvenido, ha vivido entre el jardín y el televisor, que controla a distancia. Cuando sale al mundo, su única arma es el controlador a distancia de la tele, y lo hace funcionar contra lo que no le gusta. Quiere cambiar la realidad como se cambia de canal. Profundo, poético y desolador hallazgo por el que vemos que el Caballero sin espada, de James Stewart y Frank Kapra (felices cuarenta), ahora tiene por espada un mando de televisor. El buen salvaje, el Rousseau madrileño de tervilor radical, ya no puede retornar a los orígenes ecológicos de su jardín. Está corrompido de televisión, como toda la política actual.
Mr. Chance Gardener es una gran película hecha como para españoles y precisamente para radicales. El canto y la sátira, el peligro y ventaja de la pureza a ultranza. Una posición vital rnuy atractiva, muy sugestiva, una actuación civil muy positiva. La jardínería como programa político. Lo radical tiene que florecer en uno u otro grupo. O en varios. Esto apesta a política y el personal quiere pasar sus noches en los jardines de España. Pero -cuidado-, el señor Chance Gardener acaba siendo manipulado por los caimanes de Washington como nuevo presidente/ títere. Cuidado.
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