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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La destrucción de Madrid

Parece que estamos asistiendo a un pacto de silencio en torno al Plan Especial de Madrid. El mismo que hace algún tiempo levantó una polvareda de opiniones encontradas. Apenas unas notas en la prensa parecen indicar que el plan goza de la aceptación de la clase política e incluso de los sectores profesionales implicados. De los demás no sabemos nada, acaso porque ellos tampoco se han enterado de la «fiesta». Sin embargo, hace unos días, durante la segunda sesión de la mesa redonda celebrada en el Colegio Oficial de Arquitectos en torno al tema del plan especial se produjeron algunas intervenciones contrarias que han trascendido a la opinión pública como inspiradas por los intereses espúreos de algunos profesionales «ligados al capital más reaccionario». Nada menos cierto.Aunque parezca mentira, se puede, y yo creo que, dadas las circunstancias, hasta se debe, estar en contra del plan, sin que ello signifique que el disconforme es un cómplice desaprensivo del poder que destruye la ciudad, ni siquiera un cómplice malgre lui, ingenuo y lleno de buena voluntad.

En la sesión que conmemoro, algunos disconformes tuvimos ocasión de dirigirnos a un «club privado» para exponer las razones de un desacuerdo no inspirado precisamente por intereses inconfesables, sino todo lo contrario. De entre esas razones, que son muchas, podrían extraerse de las siguientes:

a) Está claro que nos encontramos ante un plan «consensuado», ya que la corporación municipal lo aprobó inicialmente por unanimidad, cosa insólita en los tiempos que corren, y sobre un tema que debería haber suscitado fuertes enfrentamientos de intereses, lo cual significa que los de la promoción inmobiliaria están cubiertos, al menos, en una medida «razonable».

El que haya sectores que aún quisieran más es tan lógico como poco relevante; no olvidemos que la codicia es una pasión que en ocasiones nubla la razón.

b) Es un plan de los de «tapadillo», que no se ha divulgado como debiera, contradiciendo así las más elementales promesas de transparencia que hiciera la actual corporación en su período electoral. Es un plan de los de antes.

El ciudadano, que, por otra parte, se ha enterado muy bien de sus nuevos deberes fiscales municipales, no se ha enterado de que se va a quedar sin ciudad, o de que se la van a cambiar por el modelo universal prêt-à-porter, y sólo se ha discutido el tema en algunos círculos de iniciados, en los que muchas veces se mezclan los intereses personales y de los que sólo trascienden algunas notas que sólo sirven para confundir más a la opinión pública.

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c) El plan es exclusivamente un plan de protección de edificios, eso es al menos lo único que regula, y aunque en las primeras páginas parece que promete otras cosas, en la instrumentación se pierden esas buenas intenciones en simples palabras.

Pero es que como plan de protección de edificios es un plan deficiente, como demostró en la misma sesión el representante de Adelpha. El catálogo de edificios está plagado de equivocaciones de todo tipo, ¡después de tres años a vueltas con el tema! Como muestra basta el botón que re presenta la contradicción de preferir la restauración a la consolidación y conservación en el grado de máxima protección, justo lo contrario de lo que dice la ley del Patrimonio, dejando, por lo demás, una amplia discrecionalidad en los demás casos, discrecionalidad que debería corresponderse con una confianza y unas garantías que hoy no puede ofrecer la Gerencia Municipal de Urbanismo ni por su trayectoria política, que ignora la participación de las fuerzas ciudadanas a través de sus numerosas organizaciones, ni por su evidente incapacidad técnica.

d) El plan no protege la ciudad, esto es, no defiende el espacio-público, resultado de las diferentes instancias que quedan abandonadas: usos, usuarios, actividades, etcétera.

Se limita a defender los recipientes, pero no los contenidos, y muchas veces sólo la cáscara del envase, reduciendo la ciudad a su esqueleto desarticulado, en el mejor de los casos.

e) El plan no promueve medidas de apoyo ni de fomento de la recuperación popular, esto es, viva, de la ciudad (empieza por eludir su participación), sino que se limita a establecer medidas de regulación de la actividad inmobiliaria y, en consecuencia, a proteger su actividad, dando preferencia, como hemos visto, a las que implican algún género de transformación productiva, es decir, las que significan introducir en lo edificado algún nuevo valor añadido que permita reciclar productivamente el patrimonio y transformar la ciudad con la consiguiente expulsión de usos y usuarios.

No basta con hacer protestas de que se conservan los usos, porque de hecho, dentro de las clasificaciones convencionales que se manejan (residencia, comercio, etcétera), caben variantes contradictorias, o sea, que sin cambiar el uso que fija el plan se puede y se va a rehacer una ciudad que no tendrá nada que ver con la actual.

f) Parece evidente, aunque los redactores del plan lo han ignorado, que la destrucción y transformación de la ciudad histórica en Madrid es el resultado de la actividad de un grupo de agentes perfectamente caracterizados que actúan de forma muy concreta, usando instrumentos muy concretos y con intereses y objetivos claramente determinados (no se trata sólo de feroces especuladores de zarzuela) que precisan, si es que verdaderamente se les quiere parar los pies, de un tratamiento no menos específico que tendrá que adoptar medidas de estrategia algo más imaginativas que la normativa propuesta.

g) Por último, ya va siendo hora de que se dejen de utilizar argumentos como que «hay que ser realistas», «es un plan posible», o coartadas como la de que hay un plan general que no lo permite o el fantasma del paro, porque esa actitud se traduce en que se va a aprobar un plan tan posible como inútil y destructor, se está perdiendo una oportunidad importante, acaso la última, de salvar al poco Madrid complejo, rico y no sometido que queda de convertirse en un suburbio moderno más (de calidad, naturalmente), y se está perdiendo en un momento en que la izquierda, o lo que sea, se encuentra en una posición inmejorable de ganar esa batalla, y que para ello bastaría con dejar de negociar con los promotores y buscar su apoyo a través de las explicaciones y del debate oportuno entre las mismas fuerzas que les han colocado en el puesto que ocupan, las únicas con las que a la hora de la verdad tendrán que contar: el pueblo de Madrid.

En cuanto al plan general, resulta por lo menos grotesco que se trate de respetar en esta ocasión, cuando resulta que se ha venido modificando sistemáticamente desde que existe (las modificaciones andan cerca del millar) y cuando, por una vez, se modificaría para bien, y no para aumentar el volumen y cambiar usos a más y mejor. Claro que eso supondría un precedente que, por lo visto, tampoco puede permitirse el nuevo ayuntamiento. Por favor, no nos repitan que para resolver el paro hay que destruir una ciudad, porque es precisamente lo contrario: si las inversiones se dedicaran a crear riqueza y puestos de trabajo, no podrían dedicarse a hacer negocios fáciles con el patrimonio de todos.

Fernando Roch es profesor de Planeamiento Urbanístico de la Escuela de Arquitectura de Madrid.

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