La renovación de Nervacero y el corporativismo radical
Hay acontecimientos políticos que a más de uno le hacen reconsiderar en qué parámetros geopolíticos, culturales, o incluso en qué continente se halla Euskadi. Uno de esos acontecimientos es la ocupación del Parlamento vasco por los trabajadores de Nervacero el pasado viernes 26 de junio.En cualquier país de Europa, si unos trabajadores quisieran ocupar el Parlamento, irían pertrechados con instrumentos de persuasión más o menos contundentes, como llaves inglesas, hoces o fusiles. E irían a decir que el Parlamento no sirve (como lo dijeron algunos militantes de Nervacero), que añoran su mayo del 68, que disuelven el Parlamento, detienen al Gobierno y nombran un comité de comisarios del pueblo de obreros, campesinos y soldados. Eso es lo serio. Pero Euskadi es un país cachondo o, mejor, es el país que, parió a Unamuno como emblema de la paradoja.
Porque los trabajadores de Nervacero, al irrumpir en el palacio de la Diputación del Señorío de Vizcaya, no querían disolver el Gobierno ni cerrar el Parlamento. Con decir que ni siquiera apoyaban la huelga general del día siguiente, convocada, como todos los 27 de mes, por Herri Batasuna y Movimiento Comunista, está todo dicho.
Narvacero sería una de las empresas con menos problemas en Euskadi si no fuera porque metió mano en este asunto Abril Martorell, que no se caracteriza precisamente por su mano zurda o tacto para los asuntos de los vascos.
La gota que colmó el vaso
Lo que más ha radicalizado a los trabajadores de Nervacero, que no desean otra cosa que trabajar, es que en los siete meses que dura el conflicto se les haya dicho muchas veces que todo estaba solutionado. La gota que rebasó el vaso de la indignación cayó en la misma mañana del 26, cuando se esperaba la firma de los vendís de las acciones por parte de la familia Arbulu, y ante la inconparecencia de aquélla, los trabajadores, que momentos antes habían decidido no sumarse a la huelga general del día siguiente, deciden presentarse al Parlamento vasco y encerrarse allí hasta que no se solucionase su problema, es decir, hasta que no vieran entrar por la puerta a un señór con los 1.050 millones del crédito.
El asunto no hubiera ido a mayores, pues el plan que decidieron consistía en que los trabajadores esperarían en el hall mientras su comité de empresa estuviera presente en la sala del pleno durante el debate acerca de su problema. Pero la irrupción de las FOP en el interior del palacio y del mismo salón del pleno desbordó totalmente la situación y, a la vista de los heridos, el clima de tensión se impuso sobre todo el desarrollo posterior.
Una vez ocupado el Parlamento, algunos miembros del comité de empresa de Nervacero se dedicaron a repetir a lo largo de la tarde y de la noche que el Parlamento no servía para nada. Actitud un tanto extraña, ya que los trabajadores por algo habrían venido precisamente al Parlamento. Lo explicó mejor la dirigente de su partido, autoinvitada para tal ocasión, que volvió a repetir el contenido de sus mítines de la última campaña electoral, aunque en un tono más moderado y solemne, como requería el escenario de la sala de plenos del Parlamento. Al final, a las cinco de la madrugada, cuando abandonaba el edificio, pude apreciar en sus grandes y profundos ojos la tristeza de la cenicienta que, al toque fatídico del reloj, tiene que volver desencantada a la realidad, o la melancolía de la concursante que ha sido reina por un día. ¡Qué crueles resultan la democracia y el señor D'Hont!
Diálogo nocturno
El Gobierno y los parlamentarios del PNV se retiraron a las habitaciones interiores. Entonces se celebró un larguísimo debate, sin personalidades ni frases hechas entre los parlamentarios de izquierda (PSE-PSOE, Euskadiko Ezkerra y PCE) y los trabajadores, con un moderador del comité de empresa, que causó la admiración de la concurrencia por su saber hacer y suficiente cultura como para no resultarle extraño el epíteto de tovarich.
La izquierda parlamentaria, por primera vez en su corta historia, tuvo oportunidad de ganar tres votaciones seguidas: para condenar la actuación de las FOP, para formar una comisión que fuese a Madrid para solucionar el asunto de Nervacero y para comprometerse, en caso de que las negociaciones fracasen, a tratar con los sindicatos la promoción de una huelga general.
Para que el resultado fuera positivo también para los más radicales, para los que planteaban la inutilidad del Parlamento, pero a quienes los trabajadores habían vuelto la espalda al aceptar la gestión de la comisión Gobierno-parlamentarios de izquierda, aquéllos consiguieron que, al filo de las cinco de la madrugada, la asamblea aceptase el sumarse a la huelga general del día entrante. Hubiese sido demasiado cruel que los trabajadores hubiesen tenido que ir directamente a sus puestos de trabajo después de aquel día tan largo.
Para completar la jornada, y al olor de la sangre, el señor Letamendía se presentó por primera vez en la sede del Parlamento para gritar que él y su grupo apoyarían todo lo que decidiese la asamblea y que, si hacía falta, estaría en primera línea frente a la policía. Su gesto paranoide despertó la sonrisa irónica en la concurrencia.
La izquierda debe aprender de este curioso suceso. Debemos aprender la grave responsabilidad de hacer evolucionar ese casi nulo nivel de conciencia de clase, rayano en el corporativismo más incipiente, aunque con un radicalismo evidente, hasta conseguir esa clase concienciada, única capaz de dar salida a la crisis social y económica que padece Euskadi, y que nos obligue, en una situación tan depauperada, a estructurar de una vez por todas una sociedad vasca que no viva exclusivamente de ilusiones frustradas y de sentimientos heroicos medievales.
Para ello, la izquierda vasca necesita la paciencia del moderador de la asamblea de Nervacero para encauzar la lucha y la organización de modo que los trabajadores de Euskadi demos un salto cualitativo desde el espíritu, a veces anterior a la Primera Internacional, que domina en algunos sectores, hacia unos modos de conciencia y organización superiores a los de la Tercera Internacional. Contamos ya con unas masas dispuestas a defender de cualquier modo sus justas reivindicaciones.
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