Los 200.000 habitantes de Móstoles festejaron ayer la llegada del agua del Canal
Poco después del mediodía, el alcalde de Móstoles, Bartolomé González, giró la llave de paso que conectaba la red de distribución de aguas del pueblo al canal de Isabel II. En el mismo momento se elevó el chorro superior de una fuente de piedra sintética, en la explanada de Nazaret, donde se habían concentrado varias decenas de miles de vecinos, y comenzaron a estallar las primeras carcasas de una traca. El surtidor y las explosiones señalaban el final de un problema que venían sufriendo los 200.000 habitantes de Móstoles: la falta de agua. «A partir de ahora, podéis gastar toda la que queráis», anunció el alcalde desde un estrado.
A primera hora, Bartolomé González, uno de los alcaldes que el Partido Socialista Obrero Español había logrado llevar a los grandes municipios madrileños, revisaba su traje de color crema antes de repasar mentalmente por última vez el escueto programa matinal de la corporación: a las 11.30 horas, la comitiva de autoridades saldría del ayuntamiento, precedida por la banda municipal de músicos y por una corporación paralela de gigantes y cabezudos. A las doce, hora.oficlal, el cortejo tendría que haber llegado a la explanada de Nazaret, o de Estoríl, junto a la carretera general, lugar bíblico o balneario, según el nombre que se eligiese para él; buen lugar para pequeños milagros o para una traída de aguas había comentado un guardia municipal.A la misma hora, Angel Solaz, de 35 años, obrero metalúrgico especializado en cocinas, padre de dos hijos y vecino de Móstoles desde 1970, recuerda a su familia lo tarde que es y hay que ir allí, a la explanada, porque después de tantos rumores y desengaños, «verlo para creerlo». A las once, el pueblo había conseguido entenderse consigo mísmo más que nunca: el comercio estaba abierto, porque abastecer a 200.000 comensales exige una cabal distribución de obligaciones y devociones; los trabajadores con día libre estaban todos en la calle, los guardias municipales distribuían el intenso tráfico en las bocacalles y los grandes edificios revelaban, como siempre, el agobio de una ciudad-dormitorio, llena de familias superpuestas y divididas en clases medias y submedias.
A las 12.15 horas, la delegación de gigantes y cabezudos, y la música, que se había desentendido de la corporación, llegaron a la explanada, bajo los guiones rojos del ayuntamiento. «Tota pulchra est, On Phelipe Segundo», se leía en dos de los cuarteles del escudo municipal, y los vendedores de botijos ofrecían sus productos a una multitud que se extendía alrededor de la fuente seca.
Angel Solaz supo que el alcalde había llegado cuando advirtió que el portador del bombo dejaba de tocar, y comentó algo con su vecino, Francisco Benegas, de 34 años, desempleado. «Ya era hora de que dejásemos de depender de los pozos», ya era hora», le respondió Paco.
El alcalde subió a un estrado, y después de probar, «uno, dos, uno dos», el micrófono, dijo que aquél no era un éxito suyo, ni de la corporación, ni del canal de Isabel II, sino del pueblo. Manuel Pardo, de 37 años, conoce el pueblo desde hace veinte, y dice que la historia de Móstoles ha sido siempre desértica, como las maldiciones. «O sea, que siempre hemos padecido esta falta de agua, como padecemos la falta de hospital». El alcalde reanuda el discurso, después de recibir la ovación: «Desde el momento en que yo gire la llave, podréis gastar todo el agua que queráis».
Abre la válvula, se eleva un surtidor en la curnucopia del ángel de la fuente, y el vecindario llena los botijos, como si fueran huchas, y los aguadores del ayuntamiento, que pasean con cierto recochineo sobre el viejo camión cisterna, ahora casi inservible, y extienden una pancarta con una reivindicación laboral: «El agua ya llegó: queremos vino».
Los morteros de la traca disparan paracaídas y gallardetes, los chicos llenan vasos, en el surtidor. «Unos beben vino/otros, aguardiente /y los de la banda,/agua de la fuente», el alcalde reparte botijos autógrafos y, bajo el agua, un abuelo hace un comentario sobre Bartolomé: «Molsés González, habría que llamarles, aun . que éste no ha sacado el agua con el báculo, sino con el bastón». Y de pronto se descubre que los vecinos de Móstoles no tenían sed dejustiéia. Tenían simplemente sed.
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