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El discreto reencanto de la progresía

La mayoría de los intelectuales y profesionales abajo firmantes que hicimos la nada «drôle de guerre» de la cultura democrática contra el franquismo en la primera mitad de la década pasada, estamos superando, a nivel psicosomático, el desencanto que fuimos contrayendo hacia el final de ese decenio al sentirnos, además de cornudos, otra vez apaleados.Después de seis años de guerra ni perdida ni ganada, tres de posguerra pactada y bien pactada y uno de sequía pertinaz de la esperanza de ver avanzar por la Vía Lactea de unas Cortes descremadas (el único Camino de Santiago y de Felipe, más que de rosas sembrado de trampas) el Carro de la democracia económica y social soñada, cargado con paz y con manzanas, nos hemos ido a casa.

Hemos dejado atrás el dolorido sentir y el acongoje y, antes que caer en las garras del psiquiatra que nos enderece en la «chaise longue» el alma jorobada, nos hemos retirado a nuestros lares, como se nos mandaba. Y hemos trocado el desencanto por el discreto encanto de la progresía desmovilizada.

Al adentrarnos en los felices años ochenta, olvidados del tiempo perdido en el pasado, ya sólo le pedimos al futuro, con Fray Luis y con Horacio, que me deje gozar mi. medianía cortando retozón la flor del día., y que mientras miserablemente se están los otros abrasando, en sed insaciable del no durable mando, tendido yo a la sombra esté cantando...

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Los enseñantes que ensoñaron una escuela sin clases separadas y sin dogmas, al ver que con la Iglesia hemos topado y que la escuela de los ricos con el dinero de todos se refinancia, se van de vacaciones a gozar los encantos pedagógicos de Francia y a comprar el Libro rojo del cole para estudiar por libre las asignaturas pendientes de su infancia.

Los médicos que combatieron por una salud socializada y asisten impotentes al retorno de los brujos de la medicina del mercado y de la iguala, se curan en salud cuerpos y almas, alternando la bata con el chandal y dedicando su ocio a cultivar su huerto familiar, asilvestrado (mientras papá estaba en las Cruzadas) y a, empujar el carrito de la Historia en el hipermercado.

Los abogados de orden público y obrero que ven a sus clientes de impago volver, los condenados, donde solían ser juzgados por sedición de las ideas o del orden laboral estatutario, en los nuevos tribunales de los viejos poderes fácticos, con la venia y considerando despliegan en los pubs sus alegatos o se van a hacer gárgaras demostenianas ante las olas del mar Mediterráneo.

Los arquitectos que pensaban que la democracia urbanizable iría por los barrios, y siguen viendo a los de siempre sombras de cielo y brisas apropiarse en suntuosos pórticos privados, al amparo de la ley de la jungla del asfalto no socializado, encierran en torres de marfil su desencanto y hacen cada noche en Malasaña su propio 2 de Mayo.

Los escritores antes censurados que vuelven a ver los cuernos de la Cierva embestir al trapo colorado, se dicen: i Corta y rema, que viene don Ricardo! Y, sorteando los escollos de Gárgoris y Habidis del pasado, huyen hacia los mares del sur, más soleados, y ¡que púberes canéforas te den por el acanto, desencanto!

Los cantautores que contra Franco cantaban peor, pero mejor, las penas de un pueblo encadenado, pero en marcha, y hoy lo ven sin cadenas, pero en paro, le piden a Calíope que inspire en su pecho nuevo canto y, al son dulce acordado del plectro suavemente meneado, tienden al sol su corazón cansado.

Los ingenieros que querían llevar caminos industriales a los pueblos y tierra y pan llevar a campesinos y braceros, al ver rechazados sus proyectos, se, arrojan del barco de los locos (¡los ingenieros, primero!) con sus diplomas salvavidas puestos y se dejan llevar por la corriente de su estatus social de cuadros técnicos.

Los actores de la huelga del teatro y la pantalla por la libertad de expresión, que ven reconvertirse en oficio de tinieblas su profesión, apagan, echan el telón y se van a las Bermudas braguetarias del Oliver, Bocaccio y el Gijón.

Los profetas de Dios en esta tierra que convertían los maitines en mítines reclamando el reinado de, los justos, hoy pospuesto ad calendas celestiales por los nuevos mitineros maltineros, al ver que llamé al cielo y no me oyó, retornan a sus panes y sus preces y dejan de repicar en las conciencias para volver a la procesión.

Los economistas que soñaron con un sistema económico planificado y ven instalarse aquí el «laissez faire», sin que las «determinadas estructuras» que había que reformar se hayan reformado, reciclan su saber aleatorio a las quinielas y aplican las tablas input-output a la cocina bocusiana del mercado. O se compran un sillón con orejeras para ver del otro lado del espejo a hombres ricos y hombres pobres, pero ajenos.

Aquellos estudiantes rebeldes que amamos tanto y que querían quitar puertas al campus para que entrasen los obreros, viendo que ni los claveles de abril ni los de mayo florecieron, en una Universidad cerrada a cal y canto, culminaron sin laude sus carreras, ante los grises hoy achocolatados, o se hicieron «hashistas-leninistas» e, igual que el pino junto a la ribera, se dan a la contemplación como si fueran santos. Y de aquellos periodistas que lucharon por la paz y la palabra para todos, y ni siquiera para sí las consiguieron, porque el mismo dedo de antes, transplantado, silencio avisa o amenaza miedo, ¿qué se hicieron? Los que hemos conquistado el derecho alienable al come y calla, mientras otros se quedaron sin voz y sin sustento, nos damos por contentos.

Pero en este cortejo de «carrozas» que «pasan» como espectros reencantados de lo que fueron, ni son todos los que están ni están todos los que fueron.

De la generación del desencanto pasajero se borraron de antemano los que aceptaron una silla en el banquete del poder (donde la oposición también reparte puestos) aunque fuera como convidados pétreos.

También se salvaron del naufragio los inasequibles al desaliento.

Algunos de éstos vuelven a encontrarse en cenas contra Franco resurrecto y en comisiones pro libertad del pensamiento, como en los buenos viejos tiempos.

Pero, mientras hablamos, huye con la palabra el Tiempo.«¡Carpe diem! »: me voy a mi valle de Sabina a cuidar mi propio huerto

Fernando Castelló es periodista, y fue vocal de la junta directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid y es uno de los impulsores de las uniones de periodistas.

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