Las víctimas de la fiesta
Extraño espectáculo. Se acude al estreno de una ópera española en 1980 y se encuentra con un zarzuelón de fines del XIX al que se le hubiesen añadido algunas formas de la comedia musical americana de los años treinta-cuarenta, algo de la música de fondo del cine. Y un público que buscaba desesperadamente la reconstrucción de la solemnidad, del acontecimiento, del viejo prestigio social de la ópera, replanchando algunos el esmoquin, algunas el traje largo, para alternarlos, por su desdicha, con camisolas demasiado sueltas, con informalidades de atuendo de todas clases. Me contaron de señoras que llevan las joyas en el bolso y se las ponen al entrar, para quitárselas antes de salir a la calle: como si en el recinto donde se da la Ópera estuviera el sagrado, y en la calle la noche lóbrega de los atracos.El poeta nos cuenta un fragmento de la vida de Espronceda. Desde el exilio en Santarem hasta el regeso a Madrid: con el episodio como centro, del amor con Teresa al fondo, el exilio, el absolutismo de Fernando VII, la España liberal, el romanticismo literario, El autor del libreto se toma libertades con el desarrollo biográfico, y está en su derecho pero no deja de sorprender que haga morir a la cresa Mancha por la puñalada de una rival enamorada de Espronceda, en lugar de por la tuberculosis tan famosa en la historia del romanticismo español.
El autor de un libreto es una de las víctimas de la ópera: está siempre forzado a la necesidad del músico, a las exigencias de los cantantes, a tratar de adaptarse a la música. José Méndez Herrera parece una víctima mansa y resignada a ese destino. Es un investigador literario importante -su traducción de las obras completas de Dickens, con prólogo y notas abundantes, es una de sus obras de valía-, ha traducido al castellano muy buen teatro extranjero: ha. estrenado algunas obras y publicado libros de poemas, y ha pasado por todo ello sin este desplome en el ripio que produce precisamente para hacer renacer a Espronceda.
No hay construcción teatral., repito que sin duda forzado por las necesidades sustantivas del género. No hay intento de revisión de la época, del personaje, no hay máss que costumbres y tópicos de Zarzuelón. No quiero decir con esto que la ópera italiana o la francesa no tengan su carga de mala poesía, de verso forzado y de situaciones imposibles: es el mundo de lo convencional. Pero forma parte de un tiempo pasado, es algo -que existe así, no que se esté inventando en este momento. Y, además, en castellano se entiende, y el público no puede reprimir, a veces, un cierto murmullo que le produce la comicidad de un pareado o de una rima escrita con otra Intención.
Otra víctima de la Ópera es el director de escena. Su servidumbre es ilimitada, y los autores y, los cantantes considerados corno actores no suelen apreciar su importancia, que en la Ópera moderna es primordial y respetada. Rafael Pérez Sierra es un especialista en la dirección de escena del teatro Iirico, y se ve, a pesar de todas sus su experiencia, su tesón, su lucha. Consigue agrupar o dispersar personajes cuando puede y el libro y la partitura lo permiten. Ya se sabe que los grandes cantantes no tienen tiempo para muchos, ensayos completos, ya se sabe también que sus necesidades o sus costumbres de canto les obligan a actitudes determinadas y a abandonos del gesto conveniente para la acción. Pérez Sierra ha hecho un buen trabajo, aunque con un resultado desagradecido. La inmersión en el siglo XIX no perdona.
La tercera víctima es el escenógrafo figurinista. Gustavo Torner es un pintor con delicadeza de colores y con sabiduría deformas. La manera en que ha construido los decorados, obligados a la mutación relativamente rápida y a la materia relativamente barata, tiene una estética de finura y calidad. Los trajes son bellos, y hay cuadros, como el de la fiesta en la Alameda de Osuna, donde el colorido de los trajes permite mayor fantasía en el grupo bien construido por Sierra, tiene gran belleza. Lo aplastan todo ciertos chorros de luz que dejan más visible el material que el color, la construcción que la sugerencia.
Mal asunto. No sólo nos estancamos, sino que vamos atrás, y ni siquiera a un atrás digno, sino a una copia a un pastiche. Que a todo ello se le dé caracteres de acontecimiento es muy inquietante. Y hubo quienes se inquietaron: los del oallinero, que no suficientemente audibles en sus protestas finiales, se metieron en el patio de butacas en el momento en que parecía garantizado el éxito convencional y amistoso, de compromiso, y aguaron un poco la fiesta. Caían como desde la realidad de 1980 sobre la imitación del siglo
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