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CORRIDA DE BENEFICENCIA

El gran destajo

La tarde paquirrista, que llegó de inexorable forma merced al paquirrismo galopante de ciertos mandamases de la diputación y amiguetes, resultó, como era de esperar, la fiesta del destajo. Bien mirado, esta corrida debió celebrarse el 1 de mayo. Paquirri, destajista, construyó sin desmayos, ladrillo a ladrillo (lo de ladrilló no se dice sin intención) el monumento al destajo de los derechazos y los naturales.Para que no hubiera la menor duda sobre sus intenciones, desde el primer toro se puso a pegar derechazos y naturales. La variación estaba en los bloques numéricos. Por ejemplo, unas veces faenaba con tres series de derechazos y dos de naturales, y otras, con tres de naturales y dos de derechazos. O con una de naturales y otra de derechazos, más una de derechazos y otra de naturales.

Plaza de Las Ventas

Corrida de Beneficencia. Toros de Juan Pedro Domecq, Atanasio Femández, Pablo Romero, Samuel (vuelta al ruedo), Matías Bernardos y viuda de Garrido, todos bien presentados y manejables. Paquirri, único espada: pinchazo, estocada baja enhebrada y tres descabellos (ovación y algunos pitos cuando saluda). Estocada baja (palmas y pitos). Buena estocada (oreja protestada) Dos pinchazos, estocada ladeada, aviso con retraso y rueda el toro (oreja protestada). Dos pinchazos bajos y estocada ladeada (algunas palmas). Estocada corta baja (aplausos y pitos cuando saluda). Presenció la corrida, desde el palco de honor, el Rey, acompañado del ministro del Interior. Presidió el director de la Seguridad del Estado.

Todos los toros tenían faena y Paquirri las hacía, con valor y el mejor derroche de voluntad. Nadie podrá decir de este torero que no deja en el empeño hasta la última gota de su sudor. Natural o derechazo que tenga el toro, se lo saca, hasta ahí podríamos llegar. Y aun que no lo tenga. El destajismo de Paquirri es capaz de esta y aun mayores empresas. Y más aún ayer, que era su día para la historia y la jornada fastuosa e imborrable ,de los diputados paquirristas y amiguetes.

Se le agradecía el esfuerzo -al que se debe añadir el trajín de banderillas, que prendía al desgaire-, y como muestra cayó en sus manos la oreja del Pablo Romero al que, por cierto, fulminó de un volapié sensacional, metiendo el acero por el hoyo de las agujas. Pero tuvo la desgraciada fortuna, o la afortunada desgracia, de que el Samuel, corrido en cuarto lugar, fuera un toro de bandera; el toro con que sueñan los toreros de arte, e incluso los destajistas; uno de los mejores que se hayan Vilto en esta plaza en los últimos años. Y ocurrió que mientras, efectivamente, a este toro le instrumentaba los mejores muletazos de la tarde, como la embestida era tan progresiva y clamorosamente noble, suave y entregara, quedaba al descubierto la escasa calidad de cada pase, y cuantos más daba, más se echaba en falta el pellizco del arte. Y eso que se esforzaba Paquirri, cargó la suerte, citó de frente, era palpable su preocupación por depurar el estilo y, por supuesto, tenía mérito.

Pero, inesperadamente, calentó al público. Fue cuando se descaró con la andanada que se había. hecho notar en la tarde y, mirándola, instrumentó un par de naturales. Siempre hemos sostenido que cuando un torero torea mirando al público sólo demuestra que el toro es una hermanita de la caridad. Pero el alarde sirvió para que las legiones de funcionarios y funcionarias que habían ido a la plaza de barba entablaran una acalorada polémica con los andanadistas, y para darles a éstos en la cresta aclamaron a Paquirri y le consiguieron otra oreja.

Ya no hubo más trofeos, porque para el quinto toro ni el funcionariado aguantaba tanto derechazo, y además ese toro, como el siguiente, presentaron problemillas que naturalmente no impidieron al barbateño seguir zurrando la tarde con derechazos y naturales, si bien. le salían escasamente vistosos y muchos francamente feos. De vísperas había amenazado el diestro con que mataría los sobreros, y la gente lo sabía. Por eso cuando rodó el sexto se produjo un compló de silencio, no fuera a darle por cumplir lo prometido.

Brindó Paquirri el primer toro al Rey; el cuarto, a sus; hijos, y el quinto, a un señorito calvo. En la plaza había algo más de media entrada, que equivale a un fracaso de organización, mientras fuentes cercanas a la diputación nos dicen que en taquilla se vendió muchísimo menos, lo cual, si es cierto, debe significar un quebranto económico. La diferencia entre los boletos vendidos y las localidades ocupadas debió ser importante y parece indicar que los organizadores pretendían aparentar éxito donde no lo había. Es decir, igualito que antes, con la única y no desdeñable diferencia de que nunca hubo tan poco público y tan poco ambiente en una corrida de Beneficencia como en el gran destajo de ayer.

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