Cultura destinará ocho millones para restaurar el convento de las Comendadoras
El anuncio del Ministerio de Cultura de invertir sesenta millones de pesetas en reparar el convento de las Comendadoras ha sido recibido por las monjas de la compañía con un fuerte escepticismo, motivado por los largos años de espera sufridos bajo techos derrumbados, paredes agrietadas y humedades que lo hacen prácticamente inhabitable.
Las ocho monjas que viven en el convento aseguran que desde su construcción las únicas obras de reparación hechas en el edificio se han efectuado en la parte que ellas utilizan como vivienda. «Lo hacíamos para que no se nos cayeran las paredes encima con el poco dinero que sacamos de dar clases a párvulos. Tan poco dinero teníamos, que tuvimos que decir a los albañiles que terminaran antes de lo previsto, porque no disponíamos de una peseta más», explica la madre superiora, quien asegura que han echado instancias cada vez que se producía un cambio de ministro para pedir que el convento fuera reparado.A la vez que muestran las salas abandonadas y los corredores con techos derrumbados, tres de las hermanas que allí viven explican que el convento fue donado a las Comendadoras por el matrimonio formado por Iñigo Cárdenas e Isabel de Avellaneda. En 1584 se inició su construcción, y en 1650, el edificio, de 5.000 metros cuadrados, fue entregado. Las fachadas del edificio dan a la plaza de las Comendadoras y a las calles de Montserrat, Acuerdo, Amaniel y Quiñones. Declarado monumento histórico-artístico en 1970, la iglesia, del siglo XVII, está perfectamente restaurada, así como la sacristía de Caballeros, notable muestra del barroco napolitano del siglo XVIII.
El convento fue cárcel en la posguerra
A lo largo de los años transcurridos desde su construcción, la actividad religiosa del convento solamente se vio alterada durante la guerra, cuando las monjas tuvieron que marcharse, e inmediatamente después, al convertirse en cárcel para los vencidos. Una de las monjas que vive actualmente en el convento, la madre Rosalía, de noventa años, vivió todos estos cambios. Durante un tiempo, presos y monjas convivieron en el mismo edificio. «Pese a que ellos no eran religiosos», cuenta ahora la superiora, «los presos se portaron muy bien y nos ayudaban a reparar puertas, ventanas o lo que hiciera falta. Nosotras también los ayudábamos. Muchos de ellos han vuelto a hacernos visitas, porque la ayuda fue mutua».
Pero el convento de las Comendadoras tiene, además de sus valores históricos, un fuerte peso en el barrio. Allí han asistido durante mucho tiempo grupos de ancianos a un pequeño club habilitado para ellos, en el que jugaban a las cartas y se contaban sus cosas. «Los hundimientos progresivos de las paredes del convento nos obligaron a cerrar el club», dice la superiora; «al principio, los viejos se enfadaban con nosotras porque no entendían el motivo por el que ya no podían venir. Pero es así. Si no hay seguridad, no se puede arriesgar la vida de nadie». Ellas mismas han tenido la suerte de que inmediatamente después de salir de una de las estancias -«El Señor nos cuida siempre», dicen-, el techo se derrumbara sin que a ellas les cayera nada encima.
Además de la pequeña escuela de párvulos que mantienen, también se quedan con niños más horas de las lectivas, mientras las madres trabajan. Por cada niño cobran 1.200 pesetas al mes, pero si el padre está en el paro cobran la mitad, e incluso, en algún caso, acogen al niño gratuitamente. Total, que con estos ingresos no han podido hacer obras. «Llevan años haciendo fotos y midiendo, pero hasta ahora no han hecho nada y tienen que ver que este convento no es solo para nosotras, sino que, además de ser una joya auténtica, todo el barrio lo tiene como algo suyo y espera tenerlo de por vida».
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