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Reportaje:

Los yugoslavos afrontan con tranquilidad política una difícil situación económica

Juan Cruz

Los yugoslavos de todas las lenguas y de las diversas etnias que coexisten en Yugoslavia se refieren a Tito como si éste fuera un líder inmortal. La evidencia de la muerte está, sin embargo, en las esquelas que continúan incrustadas en los árboles, en los escaparates de establecimientos públicos, en los lugares de recreo y en los medios de transporte.Esa conmemoración cotidiana de la muerte no es únicamente solemne y enlutada. El camarada Tito (druzek Tito es un verso obligado en todas las melodías patrióticas) no quería tristeza después de su muerte, y ahora son los versos partisanos los que le honran al término de cada fiesta. Cuando le enterraron, una de las canciones que le acompañaron a la tumba resultó extraña a muchos yugoslavos: era La Internacional, que no se escucha con frecuencia en este país y que muchos yugoslavos oyeron entonces con cierto desagrado protocolario.

La pasión de Tito por la música le valió en vida el chiste que mejor define su voluntad de no alineamiento. El chiste, tan respetuoso -como todos los que mereció en vida el líder muerto, sitúa a Tito ante un piano, tocando el instrumento con los brazos cruzados: para que la música sonara un poco para el Este y otro poco para el Oeste.

Esa habilidad para cruzar los brazos ante el piano de la política internacional convierte al yugoslavo, en general, en un personaje diplomático que, como los gallegos, transforma con facilidad una pregunta en otra cuestión. «¿Y usted cree», le preguntamos a una joven agente de viajes de la población de Herceg Novi, en la República de Montenegro, «que después de la muerte de Tito se va a producir alguna situación grave en Yugoslavia?». En inglés, la joven montenegrina dijo: «¿Qué respuesta quiere usted?».

«La obsesión americana»

Aparte de la propia muerte del líder, lo que más perturba a los yugoslavos es lo que ellos llaman «la obsesión americana» sobre lo que pueda pasar en Yugoslavia, ahora que falta el fundador del Estado. «¿Usted no ve a la gente relajada y trabajando? Pues eso es lo que ocurre después de la muerte de Tito: después de Tito, el ejemplo de Tito».Si la incertidumbre que vive un país se comprueba por el número de agentes del orden que patrullan las calles, Yugoslavia debe vivir hoy en una especie de nirvana, que se trunca cuando se produce el frenesí laboral, de siete de la mañana a tres de la tarde, que envuelve a los siete millones de trabajadores (hay cerca de un millón de parados) de esta federación de repúblicas socialistas y autogestionarias. De resto, el país descansa, celebra fiestas familiares o bebe lozova en bares sobrios, cuando no ve una televisión mediocre o contempla a Fabio Testi en los westerns de moda. Buñuel, de quien hoy se ve en Belgrado El discreto encanto de la burguesía, es otra alternativa.

Estos días, ese nirvana político anda un poco turbado, porque en Zagreb, capital de Croacia, comienza un proceso contra siete miembros de un grupo terrorista acusado de atentar contra el régimen yugoslavo, en connivencia con otros yugoslavos del exterior Esta sombra terrorista, de la que hablan poco los yugoslavos, no parece trascender entre las preocupaciones de los que se ocupan de las tareas del Estado.

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Esperando a Carter

Los problemas económicos son más preocupantes. La tasa de inflación yugoslava hace del país de Tito un consuelo universal: según las cifras oficiales, ronda el 20%; estimaciones más independientes la sitúan en un 24%, y el disidente por antonomasia, Milovan Djilas escribe desde su exilio interior en Belgrado que el 30% es un número más realista.Ese grave problema y el aumento del déficit de la balanza comercial, que se acerca a los 30.000 millones de dólares, son las verdaderas cuestiones que preocupari a los yugoslavos. Y así tendrán ocasión de decírselo a Carter cuando el presidente norteamericano, ausente ilustre del entierro de Tito, visite este mes Yugoslavia. El peligro soviético, dicen los yugoslavos, no existe («porque tanto el Este como el Oeste nos quieren tal como somos»), y flaco servicio les hizo Carter cuando habló de esa amenaza exterior antes de que falleciera Tito.

Los quebraderos de cabeza que causa la economía tienen un correlato en la aparición del desempleo juvenil y la subsiguiente delincuencia que ese desempleo ha originado. Dos mil drogadictos (narcomans los llaman en Yugoslavia) viven una gran incertidumbre: ya no es tan fácil hallar material barato, y recurren al vandalismo para poder integrarse con brío en la intrépida sociedad de consumo que el socialismo de mercado ha generado dentro de la sociedad autogestionaria.

La torre de Babel

Tito era, según su definición, «un yugoslavo de Croacia». Era de todas partes, en realidad: mandó desde Belgrado, se recuperó de sus dolencias graves en Montenegro y fue a recibir su último tratamiento médico en Liubliana, en la República federada de Eslovenia. Cuando murió un viejo camarada, hizo esta profecía: muerto Tito, el fanatismo nacionalista acabará con Yugoslavia. Esa sugerencia no suscita hoy miradas amistosas en Yugoslavia, donde se considera que los servios, los croatas, los eslovenios, los macedonios y los montenegrinos, aparte de los albanos, los musulmanes, los rumanos, los húngaros, los griegos y los gitanos, tienen sus derechos comunitarios salvaguardados dentro de una federación solidaria.«Debe costarles a ustedes mucho dinero mantener en el Parlamento federal todos esos sistemas de traducción simultánea de todas las lenguas que coexisten aquí», le dijimos a una funcionaria de Belgrado. «Nos cuesta mucho dinero, pero nos ahorra muchas vidas humanas», fue su respuesta.

Con ese ejemplo multinacional que dio Tito esperan los yugoslavos combatir, sobre todo, el nacionalismo serbocroata. La ausencia del líder, sin embargo, podría precipitar una discusión filosófica sobre el sistema socialista de mercado que domina en el país y que parece en contradicción con las tesis radicalmente marxistas que jóvenes universitarios y militantes comunistas de carácter ortodoxo quisieran ver impuestas en Yugoslavia. Todo se hará, de cualquier modo, muy despacio, con una parsimonia mediterránea. Polaco (despacio) es la palabra más usada del diccionario común de los yugoslavos.

Para el futuro, los yugoslavos creen tener una garantía constitucional, que forma un dique contra las apetencias independentistas: el presidente de la federación se á cada año de una república diferente. Hasta ese sistema de rotación lo recogió Tito de la Historia: en la República de Dubrovnik se instaló esa costumbre en el siglo XIII: el presidente de aquel Estado medieval sólo podía estar en el mando durante un mes. Tito fue más generoso con sus sucesores. Sobre las posibilidades de coexistencia en este país de países, los yugoslavos ofrecen un símbolo vivo: Sombor, una pequeña localidad cercana a la frontera con Hungría, donde hay 40.000 habitantes y 24 grupos, nacionalistas o étnicos. En Ulcinj, la última localidad yugoslava cercana a la frontera con Albania, los jóvenes albaneses que allí habitan han aprendido el serbocroata sólo para interpretar en público las rítmicas canciones en las que se repite que después de Tito seguirá la sombra magnífica de Tito mandando sobre tierra tan dividida.

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