Irak y Arabia Saudí reemplazan a Irán como gendarmes del Golfo
La propuesta hecha el pasado mes de febrero por el presidente iraquí, Saddam Hussein, de una «carta nacional árabe», en la que se recogen los principios del no alineamiento y se defiende la separación equidistante del mundo árabe respecto a las dos superpotencias, fue una señal evidente de que Bagdad quiere desempeñar un nuevo papel en Oriente Próximo.Con más de doce millones de habitantes, Irak es el país árabe más poblado al este de Egipto, y sus tres millones y pico de barriles de petróleo diarios le han convertido en el tercer país productor de crudo del mundo. Desde hace algún tiempo, el régimen baasista iraquí ha cesado aparentemente en sus empeños de «exportar la revolución», ha roto sus relaciones con los grupos palestinos más radicales y el año pasado colaboró eficazmente en la pacificación del conflicto fronterizo entre Yemen del Norte y Yemen del Sur.
Pese al tratado de amistad que le une con Moscú, el Gobierno de Saddam Hussein reprime desde hace años sin ninguna contemplación a los comunistas iraquíes y en el plano internacional ha dado suapoyo a la rebelión eritrea, mientras que los soviéticos respaldan a Etiopía. La propuesta de neutralidad frente a las grandes potencias, incluida en el proyecto de «carta nacional árabe », que será discutido en una próxima cumbre a la que asistirán una quincena de países, supone un nuevo alejamiento de la URSS.
Esta progresiva moderación de Irak, que parece también dispuesto a negociar de forma amistosa sus reclamaciones territoriales sobre Kuwait, se debe probablemente a un doble motivo. De un lado, Saddam Hussein ya tiene bastantes problemas internos, desde los kurdos hasta la disidencia en el seno del Ejército, sin olvidar que la mayoría de la población iraquí es de religión musulmana chiita, mientras que las élites gobernantes del partido Baas son sunitas. De otro lado, si Irak quiere realmente jugar el papel de primera potencia regional, aprovechando el declive de Irán, necesita desprenderse cuanto antes de todo patronazgo soviético.
La reciente compra a Italia de cuatro fragatas y seis corbetas muestra la intención iraquí de modernizar su flota de guerra, ya poderosa, y afianzar su presencia en aguas del Golfo. El Ejército iraquí, bien entrenado y equipado, y compuesto por más de 200.000 hombres, aparece como la fuerza principal de la región, habida cuenta del deterioro sufrido en el Ejército iraní.
La disputa territorial sobre unas pequeñas islas del golfo Pérsico y los recientes choques fronterizos entre Irán e Irak son un grave foco de tensión en una zona ya de por sí explosiva. Una guerra entre los dos países -algo improbable, pero, desde luego, no imposible en las circunstancias actuales- afectaría, sin duda, al suministro de petróleo y pondría en una situación difícil a soviéticos y norteamericanos.
La ejecución de cinco miembros del Consejo Revolucionario y la purga efectuada en el Ejército y el partido por Saddam Hussein, apenas instalado en la presidencia de la República, a mediados del año pasado, evidenciaron la existencia de serias tensiones internas en Irak. Al mismo tiempo, la supuesta conspiración contra Hussein repercutió en las relaciones con Siria y el proyecto de unifiicación entre los dos países volvió a congelarse. Damasco ha negado rotundamente cualquier apoyo a un compló contra el Gobierno iraquí, pero la desconfianza, obviamente, existe entre los dos regímenes baasistas.
Los kurdos del noreste del país suponen otra potencial amenaza para el Gobierno iraquí, aunque la región, una de las principales zonas petrolíferas del país, ha estado en relativa calma desde 1975, a raíz del acuerdo alcanzado ese año entre el sha de Irán y los gobernantes iraquíes, que permitió a éstos reprimir la revuelta kurda.
Armamentismo saudí
Durante la visita a Riad del ministro de Defensa francés, el pasado mes de mayo, se anunciaron una serie de acuerdos, en los que prácticamente se encarga a la industria francesa de la construcción de una fuerza naval ligera, apta para patrullar el golfo Pérsico y el mar Rojo.
Desde la caída del sha, al que, por otra parte, no profesaban ninguna especial simpatía, los dirigentes saudíes han incrementado sus gastos militares, y en el año fiscal 1978-1979, el presupuesto de defensa supuso el 35% del presupuesto nacional. Miles de millones de dólares se invertirán, durante los próximos tres años, en la construcción de cuatro grandes bases militares en puntos estratégicos del país.
El conflicto fronterizo entre los dos Yemen, a principios del año pasado, fue motivo de alarma para Arabia Saudí, que colaboró inmediatamente con Estados Unidos en el envío de material bélico a Yemen del Norte. Se calcula que hay casi un millón de trabajadores yemeníes en Arabia Saudí, más de la mitad de la fuerza de trabajo importada.
La escasa población y la inmensa riqueza del país no han servido para evitar tensiones sociales y religiosas, que es muy difícil calibrar en su dimensión exacta, dado lo hermético del sistema y de las fronteras saudíes. La enfermedad del rey Jaled, que fue operado del corazón recientemente en Estados Unidos, hace que el país sea regido en la práctica por el príncipe heredero, Fahd. No está tan claro, sin embargo, quién será a su vez el sucesor de éste, si el más conservador príncipe Abdullah, jefe de la paramilitar Guardia Nacional, o el prooccidental príncipe Sultán, ministro de Defensa.
La ocupación de la Gran Mezquita de La Meca, el pasado mes de noviembre, por un nutrido grupo de extremistas religiosos armados, que tardaron más de veinte días en ser reducidos, ha sido el más grave acontecimiento registrado en Arabia Saudí desde el asesinato del rey Faisal, en 1975, e incluso de mayor trascendencia que éste. El secreto y la destreza con que se preparó la operación, y el hecho de que entre los asaltantes hubiera miembros de tribus consideradas fieles a la Casa Real, hacen pensar en la posibilidad de nuevas acciones extremistas. Movimientos islámicos contrarios a la «occidentalización» que supone el desarrollo económico financiado por el petróleo pueden también hacer acto de presencia, y las minorías chiitas del este del país protagonizaron ya disturbios en las ciudades de Qatif y Saihat.
Arabia Saudí ha prometido su asistencia a la cumbre que discutirá el proyecto de «carta nacional árabe» del presidente Hussein, en un gesto más de distensión entre los dos países, interesados por las circunstancias en colaborar por ahora en el mantenimiento del orden y la seguridad en la región del Golfo.
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