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Juan Pablo II se despide de Francia afirmando la primacía de la cultura y el espíritu

Desde la plataforma universal de la Unesco (organismo de las Naciones Unidas para la cultura y la educación, que agrupa a 145 países), Juan Pablo II afirmó ayer que «el futuro del hombre depende de la cultura» y que la paz del mundo «depende de la primacía del espíritu». Así cerraba la serie de intervenciones en defensa del ser humano, dirigiéndose a representantes de todas las clases sociales, de religiones diversas, a los católicos galos y a los poderes civiles.

El papa Juan Pablo II regresó anoche a Roma, desde Lisieux, tras sus cuatro días de visita oficial a Francia. Durante las últimas 48 horas de su estancia en París, multiplicó las advertencias a los católicos, a la Iglesia de Francia y a los poderes temporales, todo ello para ilustrar su noción de la defensa del hombre, tema genérico de las dos docenas de discursos que, aproximadamente, pronunció. A pesar del mal tiempo, las manifestaciones populares fueron nutridas, pero muy por debajo de las previsiones de las autoridades religiosasEn el aeropuerto de Le Bourget, durante la misa del pueblo de Dios (asistieron alrededor de 300.000 personas contra el millón largo que se había previsto), condenó «el rostro amenazante del imperialismo y del totalitarismo». En la barriada comunista de Saint-Denis defendió el «derecho, a la vida», contra el aborto legalizado en Francia, y exaltó la maternidad. En el Parque de los Príncipes, ante 50.000 jóvenes pleiteó en favor de la sexualidad consagrada por el matrimonio.

En su reunión con el episcopado francés denunció la secularización como «uno de los más grandes peligros», condenó el progresismo y el integrismo (monseñor Lefébvre) y recalcó: «El Concilio, sólo el Concilio, y nada más que el Concilio Vaticano II». Ensalzó la vida familiar y «el derecho estricto de los padres a darles una educación a sus hijos conforme a sus creencias» (Francia es un país celoso de su dogma de la enseñanza libre). Wojtyla condenó también el progreso «salvaje».

En definitiva, el sector más regocijado por la visita del Papa, a juzgar por las apariencias, ha sido el que integra a la llamada clase política que, el sábado último, en la recepción del palacio del Elíseo, «se comía» al Papa ante las cámaras de TV, que emitían hacia el electorado que en 1981 elegirá el presidente de la República. Incluso los socialistas, que habían anunciado su ausencia en los actos oficiales, se presentaron con François Mitterrand al frente. Ayer, el diario comunista L'Humanité valoraba como «un gran acontecimiento» el apretón de manos Marcháis-Juan Pablo II.

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