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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La Unesco, un baluarte de la paz

El Papa llegará a la sede de la Unesco el lunes. Quizá sea el momento para intentar un esbozo del mundo entero al que el Sumo Pontífice va a dirigirse, a partir de este observatorio, creado precisamente para unir a los hombres de toda condición."Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". Así se inicia el preámbulo de la Constitución de la Unesco, en el texto suscrito el día 16 de noviembre de 1945, en Londres, al término de la última guerra mundial.

A través de la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación, la Unesco ha procurado cumplirlas decisiones que los Estados miembros han ido adoptando sucesivamente para "erigir los baluartes de la paz": obras de alfabetización, de educación permanente, de respeto a los derechos humanos; proyectos científicos intergubernamentales, la conservación del patrimonio artístico, el respeto a la identidad cultural, el fomento de la comunicación libre y objetiva... Desde su sede en París y sobre el terreno, especialmente en los países más necesitados de los 150 Estados que ahora la integran, la organización ha llevado a cabo una tarea encomiable, de resultados poco apreciables a corto plazo.

Sin embargo, los problemas son hoy mayores y más acuciantes que en 1946. El escenario es totalmente distinto..., y no menos dramático.

Cualitativa y cuantitativamente, la humanidad se halla ante unos problemas de tal magnitud que su propia supervivencia puede hallarse en juego. El incremento demográfico ha sido formidable. El ritmo de crecimiento de población en los países menos desarrollados ha conducido a la existencia de grandes masas desprovistas de lo más elemental; masas ignorantes y desnutridas que esperan -con una profunda y lacerante mirada de asombro- que se mitiguen tantos desequilibrios y desigualdades.

La incorrecta utilización, con criterios preferentemente mercantiles, de los grandes progresos científicos y tecnológicos ha conducido a un progresivo deterioro del hábitat humano. Junto a la densidad de población y de contaminación ambiental; el incremento de la densidad de información ha alcanzado límites increíbles. Hoy, en la civilización "occidental" un niño recibe en un mes la información que antes recibía a lo largo de toda su vida un hombre de setenta años.

Uno de los principales aspectos adversos -los hay muy positivos- de los grandes sistemas ideológicos y socioeconómicos, todavía vigentes aunque en declive, ha sido el reducir al hombre, o al menos a la mayoría de ellos, a la condición de «productor» inserto en unos parámetros laborales convencionales. Es cierto que, de esta manera, se ha podido ir ampliando progresivamente, aunque con grandes desequilibrios, el disfrute de los bienes materiales. Ahora llega el momento de la gran plenitud, pero también de la gran prueba: el hombre ha dejado a la máquina -con excesiva rapidez en ocasiones- la fuerza y la celeridad y debe concentrarse progresivamente en lo que es dinstintivo de su condición: en la creatividad, en la actividad intelectual, en los valores y bienes menos efímeros que los que han condicionado en buena parte su actividad hasta ahora.

El curso de los acontecimientos parece hallarse, no obstante, fuera de nuestro alcance. Todo parece irremediable. En la mayoría de los casos, los problemas y las desigualdades no sólo subsisten, sino que se agravan. No podemos ofrecer una alimentación mínima a todas los habitantes de la Tierra. No hay recursos. Es demasiado caro. Ni podemos educarles, ni ofrecerles las atenciones sanitarias que requieren, porque no hay medios, no hay dinero... No es cierto: lo que sucede es que el dinero se invierte masivamente en armamento, en medios de destrucción.

Sin embargo, todos estamos diciendo que no deberíamos armarnos... y todos nos estamos armando hasta los dientes. En los foros internacionales se proclama la paz, pero luego, en cambio, se prepara la guerra. El mundo gasta sesenta veces más en preparar la guerra que en educación.

Los científicos deben alzar su voz y decir claramente que la ciencia está siendo dirigida hacia objetivos distintos a los que pueden establecer la paz y la concordia. Los organismos internacionales deben actuar con igual valentía.

Lo cierto es, pues, que el escenario ha cambiado y no tenemos protagonistas para el nuevo decorado. O quizá, en algunos casos, no se facilita, o incluso se impide, su salida o su preparación. El precio es la indiferencia de los espectadores, especialmente entre la juventud. Y es que la peor situación de todas se plantea cuando no sólo no se está a favor de algo, sino tampoco "en contra" de nada. Para contrarrestar el escepticismo, para despertar ilusiones, es necesario tener el valor de presentar y desear alcanzar grandes objetivos, asentados sobre unos valores intransitorios.

Hay que intentar a toda costa cambiar el rumbo, incluso a riesgo de que se nos considere ilusos. Ilusionados, sí; ilusos, no. Rebeldía, sí; indiferencia, no..., porque no pueden levantarse los «baluartes de la paz» con una juventud atónica y desesperanzada.

Si el año 2000 -en el que de 6.900 millones de habitantes, 5.400 millones serán del Tercer

Mundo- no queremos que el hambre ponga de manifiesto el fracaso de nuestra civilización global, tendremos qué dirigir, desde ahora, la ciencia y la técnica con criterios nuevos. Los que esperan piden solamente el consuelo de los hechos. La respuesta no está en el "reparto estadístico", en «la distribución equitativa», en las bellas palabras. Está en el uso racional y científico de los conocimientos adquiridos para ordenar los recursos humanos y materiales hacia los genuinos objetivos de la sociedad.

Trasladar el dominio de la ciencia por unos pocos a unos muchos constituye el proceso más revolucionario de nuestros días y la base más sólida para iniciar los años 2000 con mejores perspectivas. La revolución científica se llevará a efecto cuando el saber no se halle supeditado al poder, sino junto a él. El saber sustenta hoy -y lo hará progresivamente- el poder. Hoy, la ciencia sirve demasiado a la fuerza. La respuesta está en que sirva únicamente a la razón. La revolución está en el saber. En utilizar sabiamente el saber. Es decir, en la sabiduría.

La única forma de dirigirnos a un nuevo orden internacional es una firme amenaza de amor. Tenemos que romper los parámetros superados, basados en el consumismo: Hay un nuevo horizonte: tenemos que saber descubrirlo y tener el ánimo -renunciando a muchas cosas-.

El lunes, el Papa se dirigirá al mundo desde la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. No hay plataforma más simbólica, ni hay pilares más sólidos para el futuro de la condición humana. Para amenazar con la diligencia en el amor y la comprensión. Para responder con una sonrisa, de acuerdo con el verso de Vicente Aleixandre: «.., alzad un cuerpo riente, una amenaza de amor...».

Federico Mayor es director adjunto de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

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