Los intelectuales
Vamos a olvidarnos un poco de Suárez y de Felipe, que han hecho en la tele de Fortunata y Jacinta, para volver a las humanidades, que, como diría María Cuadra, es lo nuestro. El rollo lo inició brillantemente Andrés Amorós, no hace mucho, abriéndose con un ensayo titulado Introducción a la literatura. Ahora, sin chupar rueda, pero insistiendo en el tema, el sociólogo Amando de Miguel presenta Los intelectuales bonitos, libro escrito, quizá, simultáneamente al de Amorós y que a mí me parece el más apasionante libro de Amando (por supuesto, el mejor escrito), no sólo porque me cite mucho, aunque eso también es un mérito.A partir de la rica lectura de Amando de Miguel, a mí se me ocurre mirar a los intelectuales españoles, bonitos, feos, o travestidos, tal como los miro en el cóctel de cada tarde y el cuelgue metafísico de cada noche. A saber, hay o tenemos intelectuales de tres especies, razas o familias: los sartrianos, los parnasianos y los que están en lista de espera. Llamo sartrianos, por extensión, a todos los que de alguna forma participan de algún compromiso, ejercido incluso, a veces, como falta de compromiso. Así Aranguren, Fernando Savater, Ramón Tamames, Tierno, Buero, Delibes, Cela, o el propio Amando de Miguel. Son la consecuencia última, la encarnación desencarnada de aquel Sartre a quien un columnista francés ha llamado «el encarnador», el hombre que lo ha encarnado todo a lo largo del siglo, que ha encarnado el siglo mismo, con lo que el siglo tiene de bizco, ateo y existencial. Parnasianos llamo, también por extensión o aproximación, a quienes han huido del presente para refugiarse en la Historia o han huído de la Historia para refugiarse en la cultura o han huído de la cultura para refugiarse en Malasaña. Así Sánchez Dragó, con su Dragontea, el gran Alvaro Pombo, Pere Gimferrer y todos los retronovisimos, thomasvenecianos, villenahelenizantes y otros atletas líricos de comunión diaria con Cavaris, Elytis y demás elitismos. Esta dorada basca intelectual ha elegido el pastiche como salvación, la bibliografía como creación, la estética como ética y las urnas cinerarias griegas como respuesta involuntaria displicente y lejana a la urna funeraria y granítica de donde sale y entra el franquismo como Franco por su casa. 0 sea, que pasan.
Los que están en lista de espera son quienes han perdido el avión o no saben qué avión coger ni a dónde ir ni si tienen billete para el avión ni siquiera si está abierto o en huelga el bar del aeropuerto: así Fernando Arrabal, el Toulouse-Lautrec de nuestra acracia católica, así Jiménez Losantos, último deudo en el entierro de Azaña (cuyo cadáver va a entrar en España por Cartagena) y primer deudo en el entierro de Giménez-Caballero, que Dios nos conserve muchos años. Así Emilio Romero, quien demostró en Pueblo que incluso bajo fabulosas subvenciones estatales se puede hacer un buen periódico y luego se ha quedado sin periódico, sin subvención, sin Estado, sin billete.
Hay que decir que los sartrianos de derechas, de izquierdas, de entretiempo o de piqué, desde ese Pablo Serrano parlante que es la cabeza de Aranguren hasta la infancia recuperada, barbuda y revolté de Fernando Savater, son los que ponen pensamiento y futuro en el futuro pensamiento español y antiucedé. Hay que decir que los parnasianos huídos de la Historia y de sus novias, sólo vinculados al siglo por algún sobre remoto con el sueldo de Televisión Española, están poniendo folklore, papeles pintados y una variedad de titanlux a nuestra permanente transición política rematada ahora con una moción de censura socialista como esas bolas de piedra escurialense que rematan algunas esquinas del monasterio. Finalmente, de los que están en lista de espera, de Juan Goytisolo a Semprún, de Arrabal a Calvo Serer, de Romero a Trevijano, sólo cabe esperar que pasen Amando de Miguel o Pérez de Tudela y les salven con un libro o una cuerda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.