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De los Ramones a "Moliendo café toda la tarde"

Ángel S. Harguindey

Todo parece indicar que el mundo taurino es lo más similar que existe al mundo pop, concretamente al rockero. Un gira de conjunto puntero se asemeja a la de la figura estelar de la lidia. Cada día en una ciudad distinta, desplazamientos constantes, multitudes enfebrecidas y grandes descargas de adrenalina en los momentos culminantes. El público difiere, pero menos de lo que se supone. Al fin y al cabo todos conocen de antemano las cualidades de la estrella y continuarán amándola aunque tenga una tarde mala.Las Ventas de ayer tenía más ambiente que cuando actuó Chick Corea. La diferencia radicaba en que en el ruedo apenas había gente en esta ocasión, por más que la blandenguería de los tres primeros astados permitiera todo tipo de confianzas. Manzanares, torero del que lo más notorio que conoce el amateur es que en cierta ocasión se vistió de mujer, actuó con desgana, sabiéndose seguro de una larga lista de contratos firmados con antelación. Sin ritmo, sin interpretar ningún solo, su faena en el pnimero se asemejó a un concierto de orquestina de hotel decadente: con cierto profesionalismo y un notable sopor en la audiencia. En su segunda actuación aburrió al más pintado por más que algunos fieles aseguraran que con el morlaco no se podía hacer más.

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No pueden con el toro

El Niño de la Capea comenzó su faena con el ímpetu de los Ramones. Nervioso, agresivo y dominador. Lástima que a diferencia de los neoyorquinos no tuvo en cuenta el tiempo, y eso se penaliza. Cuando los rockeros son duros, sus interpretaciones suelen ser breves -dos minutos a lo sumo- para no dejar respirar a los vatios. El Niño se durmió en sus laureles, y lo que comenzó bronco y bello acabó lánguido y superficial. En su segundo no supo hacer nada. Le habían cambiado la partitura.

Emilio Muñoz -el más joven de los tres- tuvo a su favor el contar entre su gente con Alfonso Ordóñez, portador, sin duda alguna, del traje más psicodélico de cuantos se exhibieron en la tarde: rosa y plata con mareantes geometrías a su espalda, al que sólo le faltaba uno de esos cuadros titulados «Ciervos abrevando en el lago», para pasar a la posteridad. Pese a ello, su interpretación no pasó de ser la de una charanga de pueblo con pretensiones. Se puede tocar «Moliendo café» con pasión y rigor, pero no se puede querer ser Bruce Springteen y tener en las manos una ocarina. Cuando toreaba su segundo bicho, el personal comenzó a desfilar por los tendidos con la convicción de que en la marcha estaba el desaire a los tres intérpretes de la tarde.

Y ya para terminar señalemos que los de la andanada del 8 tienen la gran virtud de enfadar a los más con sus gritos, en ese rol eterno de provocadores de la impureza. Dan la sensación de que han ido a escuchar a Albinoni sin percatarse de que la flesta, en el mejor de los casos, no supera un solo de trompeta de Ruddy Ventura.

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