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En torno a Rafael Lapesa

¿Qué pito toco yo hablando de un lingüista como Rafael Lapesa? Ya que no sería raro que un músico de vanguardia compusiera una obra y larga sólo con tocar diversos pitos, ahí van una serie de ellos que muchos de mi generación y no pocos jóvenes tocarán conmigo. Nadie puede dudar del carácter de acontecimiento que tiene la última edición de la Historia de la lengua española.Gran libro de texto, sí, no menos libro de obligada consulta, pero, al mismo tiempo, libro de cultura viva porque quien lo escribe es probable que tenga guardados poemas de juventud, pero lo que sí es seguro es esto: cada consecuencia rigurosamente lingüística es el resumen de una lectura gozosa, paladeada y con definitiva instalación en la memoria más personal. Libro de cultura: si tengo que explicar ahora mismo en modesto historiador de la música, al lado de un pianista como Antonio Baciero, lo que es la música del humanismo español, lo que es para tecla, canción y vihuela la influencia italiana transformada en música castellana grave, jugosa o pícara, tendré que apoyarme en lo que Lapesa dice de la evolución de la lengua en esa época.

Ocurre en los investigadores jóvenes, no en todos, que, sin previo disfrute de lectura gratuita, arman unas tesis repletas de notas, tan repletas que impide el goce de la lectura seguida. Si sale la palabra martes habrá que poner una nota a pie de página diciendo que es el segundo día de la semana. Exagero, ya lo sé, pero no mucho, y con los ejemplos se puede hacer una divertida antología.

Es una mala herencia, al menos en la Historia del Arte y en la Musicología, de los que sin haber disfrutado de verdad ante un cuadro o ante una partitura, exhíben con orgullo y desprecio una labor artesana, meritoria, sí, pero necesitada de un encuadre en historia verdadera, en sociología verdadera, y conste que no habría necesidad de sociología si los historiadores del arte mostraran lógicamente lo que es inseparable de la creación. El llamado sabio de las sentadas en los archivos se irrita a veces si con sus documentos alguien saca consecuencias que él no sospechaba. Si eso se contagia a los jóvenes, buena la hemos hecho, porque tan, extremista es hacer tabla rasa de todo y exhibir como programa una «contracultura» no digerida como negarse a construir sobre los datos, sobre las notas, con auténtico talante de ensayo, una visión, un panorama, un juicio.

De aquí la enorme importancia de un tomazo como el de Lapesa, donde no sobran ni faltan notas, pues una de ellas, por ejemplo, dice y apunta: «El sentido meramente fisiológico con que hoy suele emplearse "hacer el amor" es calco muy reciente del inglés "to make love"». Las citas son consecuencia de auténtico regodeo de lectura. ¡Pero si incluso a la hora de predicar la cita exacta viene de lo que Lapesa escoge de santa Teresa!

Aquí, lejos, los buenos libros que llegan, pasto de soledad, rico collado, enseñan mucho más. Preside el de Lapesa y tengo a mi izquierda la hermosa edición que del tratado de Carducho presenta Francisco Calvo Serraller. No cabe más como presentación científica. Ahora bien: el prólogo es jugoso, incluso atrevido y conciso, pero suficientemente nos lleva al núcleo de la época: me hace recordar un tratado contemporáneo de música, el de Cerone, tratado bravío e indigesto, donde llama «hideputa» a un compositor de atrevida armonía. Pero ese «libro de cátedra» no puede separarse de lo que el autor hace como crítico, como expositor del arte actual.

Al otro lado del Lapesa, la primera historia seria del grabado español, la de Antonio Gallego: que sea, a la vez, seria y polémica, indica que las muchas horas de archivo han tenido como subsuelo muchas horas de contemplación gratuita y muchísimas de lectura histórica. Esto es posible por el ejemplo de maestros como Lapesa, como Lafuente Ferrari, cuya Breve historia de la pintura española sigue siendo modelo, como el mismo Gallego señala.

La sonería fundamental que rodea la ingente y delicada obra de Lapesa viene de muy lejos, tiene su fuente en algo que, por desgracia, es casi historia. Lapesa, que aprendió lengua y amor en la Institución Libre de Enseñanza, fue hasta su jubilación el profesor de la puntualidad, el profesor sin celos de los talentos de sus discípulos: el premio de eso consiste en conservar una juventud de inquietud dialogante. Y algo no menos importante e inseparable: la psicología de la sociedad de consumo se ha metido también, por desgracia, en los investigadores, en los hombres de letras, quebrando esa dorada modestia de vida, el más bello testimonio de la primacía del espíritu, con la casa repleta de libros, revistas y separatas -la separata como casi epístola a los amigos- con el premio del viaje para congresos y, sobre todo, con el libro como parto feliz.

Contra la quiebra de ese espíritu se puede y se debe ejercer la irritada nostalgia, el deseo de vuelta, la implacable crítica. La modestia, la renuncia que supone la austeridad recibe el ciento por uno del que habla el Evangelio, pues también el libro grande y verdadero es una victoria contra la muerte.

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