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Tribuna
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Nuestra libertad de prensa

En Florencia ha tenido lugar una asamblea del Instituto Internacional de Prensa, y en ella han tomado parte dos directores de periódicos españoles: Juan Luis Cebrián, director de EL PAIS, y Miguel Angel Aguilar, director de Diario 16. La noticia que tengo no es otra que la transmitida por las agencias, y en la cual ha quedado establecido el grave deterioro de la libertad de prensa en España, paradójicamente en un sistema político democrático. La Constitución es bien clara en este asunto. En su capítulo de «Los derechos y las libertades» se reconoce el derecho «a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción; a la producción y creación literaria, artística, científica y técnica; a la libertad de cátedra, y a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión».Para referirse a la libertad de Prensa, hay que poner la mirada, inicialmente, en la propiedad de los medios de información: Prensa, radio, televisión y otros. Ahí está la cuestión. No se debe empezar de otro modo. El otro día se conmemoró el 75º aniversario de la fundación de Abc. Este periódico, cuya propiedad está en manos de una familia que tiene ya tres generaciones activas al frente del periódico, tuvo una actitud crítica, de naturaleza liberal, en los últimos años de la primera restauración, fue crítico de la dictadura del general Primo de Rivera; fue crítico y adversario de la Segunda República, principalmente, por su única adscripción resuelta en favor de la monarquía; pasó no pocos sinsabores en el antiguo régimen, y ahora aparece también alejado, como a lo largo de toda su historia, de cualquier vinculación al poder, a grupos o partidos. EL PAIS ha sido el gran éxito periodístico de la transición, con un periodismo intelectual, literario, informativo y crítico de gran nivel, y mantiene e incrementa actualmente aquel éxito. Es una amplia sociedad de acciones, y tampoco aparece vinculado en su inspiración o su orientación, a nadie; aunque su aroma está a la izquierda de la situación y no a la derecha.

He escogido estos dos ejemplos de periodismo privado y libre como la muestra más próxima a esa proclamación de la libertad de Prensa, y esto es lo que merece vivir y estar asistido por los lectores y por los mecanismos financieros del país. Hay otros casos, pero el objetivo de este artículo no es otro que el de analizar la situación de la libertad de Prensa en España, al aire de lo que se ha establecido en esa asamblea de Florencia.

En primer lugar, hay dos hechos anómalos respecto a la libertad -no digo respecto a la legalidad-, y que es la existencia de tres poderosas empresas estatales; una de ellas es la televisión, que es un periódico con quince o veinte millones de lectores; la Radio Nacional, que está bien dirigida y nutrida de profesionales, con una audiencia importante, y la cadena de periódicos del Estado, cuyo origen es el Movimiento en el antiguo régimen. Todo eso supone, en cuanto a lectores, oyentes y televidentes, más del 60% de lo que podríamos llamar globalmente la información, o la opinión a los lectores o a los ciudadanos. ¿Y quién dirige, inspira, ordena y censura todo esto? Sencillamente, el Gobierno, a través de sus aparatos visibles o invisibles. Cuando se llega a este asunto aparecen esos funcionarios para la interpretación de los textos a que se refería Romanones, que, tras proclamar la legalidad de los medios informativos del Estado -y aquí tienen razón-, añaden que el Estado somos todos, que «es la forma jurídica de la sociedad», y, por ello, es el pueblo español quien los anima y los inspira. Como se ve, esto es una broma. Confieso que en estos trances me gusta más oír el desahogo literario de Alfonso Guerra, que la argumentación impecable y obligada de mi viejo amigo Gaby Cisneros. Ni siquiera ofreciendo al Parlamento esta misión -la misión del Estado- podría llevarse adelante prácticamente y perfectamente; entre otras cosas, porque quien prevalece siempre en el Parlamento, mayoritariamente, es el partido que sostiene al poder. Por todo ello, hay que dejarse de habilidades, de trampas y de bobadas, y de afirmar, que lo que se llama prensa estatal, o radio estatal, o televisión estatal no es otra cosa que instrumentos del Gobierno, y que, además, este Gobierno, usa de ellos abusivamente, y, en ocasiones, escandalosamente. Así es que este país, que goza de un sistema democrático, tiene la opinión y la información agarrada en su mayor parte por el poder, y esto no es otra cosa que una realidad autoritaria.

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Pero hay todavía algo más: el Estado tiene una agencia oficial de información, que es la fuente principal de los periódicos, de la radio y de la televisión. Me estoy refiriendo a la agencia Efe; esa poderosa agencia tiene corresponsales por todo el mundo, y naturalmente su presidente y su director -que incorrectamente es la misma cosa en estos momentos, algo que en el pasado no sucedía- y su consejo son de designación del poder, de uno o de otro modo. Y como a un profesional como yo no se le pueden enseñar a estas alturas los ingredientes de la naturaleza informativa de la noticia, añado que la política está también en la información, como está el café en la leche, cuando tomamos café con leche. La orientación informativa de la agencia Efe, tanto exterior como interior, pertenece también al Gobierno. Y la usa en su beneficio y a su antojo.

Y, por último, está el asunto más oscuro y más sucio de la libertad de Prensa. Y que es la contradicción entre lo que establece la Constitución y el comportamiento de la política. Mi larga experiencia me dice que en este país hay muy pocos liberales, y si los que hay acceden al poder -que es lo que ha sucedido ahora- entonces ya no queda ninguno. A los políticos -autoritarios o democráticos- no les gusta la crítica de los periódicos, de la radio o de la televisión; en el mejor de los casos, la tragan, la padecen, pero no la vitorean. El político español está fabricado para el incienso, el palio, la adulación y el servilismo. Al obstinado en la libertad o en la crítica, si estuviera en su territorio de acción, o le ponen contra la pared. o le callan. Si, por otra parte, los hábitos de muchos políticos actuales se han hecho en una situación como la anterior, con grandes restricciones de la libertad de opinión, aquellos hábitos se extienden ahora, tanto a los que estaban en el poder como en la oposición; en los primeros, por costumbre, y en los segundos, por una estrategia que les obligó a la discreción y al sigilo. Aquí la única libertad que se ama es «la libertad contra el otro». Fernando Abril y otros sostienen para los periodistas y para los aspirantes a funcionarios «la ley del pesebre». Nos encontramos en unos momentos en los que se advierten más libertades para descalificar que libertades para hacer una verdadera crítica a los actos del Gobierno y a los comportamientos parlamentarios de partidos o de grupos. Aquí el amor a la libertad parece que es la de repartir hostias, y entonces el poder lo hace con alarde y delicadeza administrativa.

La Prensa española pasa -por ejemplo- por una crisis importante de la que es culpable sólo en una parte, probablemente la mínima. La verdadera responsabilidad está «en el contorno». Esta Prensa está haciendo su reversión técnica, la publicidad es escasa por la crisis económica y además soporta una tremenda y abusiva competitividad publicitaria de los medios de comunicación del Estado, especialmente de la televisión. Su situación financiera siempre ha sido endeble y a veces agobiante, porque la Prensa es un instrumento cultura¡ y no un negocio. Un verdadero empresario no funda periódicos; esto lo han hecho siempre ciudadanos idealistas y meritorios; entonces el poder se lanza sobre esta Prensa por medios reprobables, solapados y periféricos. Ha ido directamente a por «el cuarto poder» y lo ha dejado en los huesos. Los cuatro poderes de Montesquieu -sus tres más el cuarto- están hechos una lástima. Se entiende el poder directamente con determinadas plumas, y acciona sobre los mecanismos financieros habituales de la empresa periodística. Una buena parte de aquellos que proclaman ante el pueblo español su amor por la libertad de información y de opinión resulta que luego, por dentro, la impiden o la corrompen.

Paralelamente a todo esto, no se ha hecho todavía el desarrollo constitucional de ese capítulo 21 de la Constitución, referido a las libertades y derechos. Estamos viviendo sobre los escombros de la legislación del pasado, mientras que la clase periodística aparece dividida, y hasta la vieja y prestigiosa Asociación de la Prensa ni siquiera ha podido sobrevivir a la pésima gestión de unos gestores recientes -no los actuales-, y hoy es una triste ruina, a la que ni siquiera se puede adjudicar la esperanza de que sea una asociación que, independientemente de sus fines sociales, tuviera esos otros de defender la libertad de expresión contra los corruptores políticos, y la salud vegetal de la empresa periodística frente a esos pirómanos del poder.

Ni siquiera la derecha y la izquierda actuales en España tienen Prensa diaria, con la mínima y modesta excepción de los comunistas. No sería Prensa libre, pero sería «opinión declarada». Pues ni eso. Así es que la que hay es como esos huevos de perdices, que se los disputan las urracas y los lagartos. No sé lo que habrán dicho en Florencia; pero esto es lo que pasa aquí.

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