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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Sin contar con nosotros

Yo también soy cristiano, y personalmente no creo que Sartre haga ese daño incalculable a los que profesamos la fe, ni por su ateísmo, ni por su marxismo, ni por su comunismo, ni tampoco por su «Iibertarismo» que el señor Herreras, en su carta del 23 de abril, no apunta, y yo alego.No sé por qué sigue habiendo personas que se erigen en «fieles defensores de la fe», rechazando los valores culturales, cuando ni la iglesia jerárquica (teóricamente la única llamada a ser centinela de la fe) hace lo que estos carismáticos.

Autores como Nietzsche (ante el cual me quito el sombrero), o antes Feuerbach, o Sartre después, me parecen hombres sumamente honrados y coherentes; hombres que cuestionan la existencia de Dios de una forma tajante, pero razonada y razonablemente, y a los que me parece que no se puede eludir (co mo tantas veces se ha hecho en el seno de la Iglesia), sino que se han de tomar muy en cuenta de cara a un nuevo planteamiento de la fe, donde, si no es cierto que Dios haya muerto, bien parece que, al menos, nuestra visión de él no está muy sana. En relación con ello, bien valdría la pena que Domiciano Herreras leyera las innumerables, páginas que Hans Küng dedica a afrontar estos autores. Pero imagino que el señor Herreras también debe tomar a Küng como un perverso destructor de los valores eternos.

Me parece que personas como el señor Herreras dan una visión muy particular de la fe y expresan una estricta cerrazón al mundo moderno. Ello me ha obligado a escribir esta nota. Va siendo hora de mostrar la otra cara de la Iglesia, la abierta, la dinámica, la dialogante. Va siendo hora de demostrar que se puede ser católico sin dejar de ser hombre del siglo XX.

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Por último, no dudo de la buena intención del señor Herreras, pero creo que a los cristianos nos hace falta más leer a Sartre, que nos cuestiona y nos obliga a reflexionar, que leer su carta o las de otros que, como él, aun con buena voluntad, se erigen en defensores de los cristianos sin contar con nosotros./

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