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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis, ¿qué crisis?

LO QUE comenzó como un reacomodo dentro del Gobierno, esto es, como la sustitución de unos pocos ministros incompetentes o molestos, se ha convertido, imprevistarnente, en un problema político que trasciende las fronteras de un conflicto doméstico.Todo comenzó con unas declaraciones de sobremesa del vicepresidente a un grupo de periodistas, en las que anunció un reajuste corto y rápido. Los comentarios adversos a las palabras de Abril Martorell, especialmente las que traslucían cierto fatalismo oriental respecto a la crisis económica, no pusieron en duda el inexorable cumplimiento de la remodelación anunciada. Como tampoco las críticas, apoyadas en el desmoralizador informe de la OCDE sobre la coyuntura española, a la gestión del vicepresidente como responsable supremo de los ministerios económicos implicaban necesariamente una descalificación política global de un hombre público al que tanto debe la estrategia de UCD durante la etapa constituyente y en los períodos electorales.

En cualquier caso, todo lo que sucedía, y sucede, es un espectáculo de trapisondismo interno del partido gubernamental, de luchas y conspiraciones por el poder, frente a las que el Parlamento y los intereses generales parecen ajenos. ¿Qué ha de cambiar que no sean los apellidos si no se recompone la mayoría parlamentaria?

La anunciada minicrisis se amplió; sin embargo, se volvió a reducir después y ha adquirido de pronto nuevas dimensiones, cuyos perfiles y volumen los ciudadanos ignoran por completo. La última información concreta digna de crédito reafirmaba la permanencia de Abril como vicepresidente económico, daba por descontado el cese de unos pocos ministros y anunciaba el ascenso de Pérez-Llorca a una vicepresidencia política especializada en los problemas autonómicos. La fórmula de conferir una especial relevancia a las relaciones entre el Gobierno del Estado y los Gobiernos de las comunidades autónomas parece sensata, y la designación de Pérez-Llorca para desempeñar la tercera vicepresidencia no despierta demasiada desconfianza en catalanes y vascos.

¿Qué ha ocurrido para que el parto del reajuste no se haya producido todavía? ¿Cuáles son las claves que explican que el presidente haya concedido una prórroga al estado de gravidez gubernamental?

La letra de la ley y el funcionamiento formal de las instituciones le conceden al presidente Suárez atribuciones suficientes para guardar silencio y aplazar sine die el reajuste ministerial. Puede permitírselo, pero no debería hacerlo.

Los ciudadanos tienen derecho a exigir de los políticos una información suficiente sobre sus ideas, sus propósitos y sus movimientos. Al fin y al cabo, los gobernantes ocupan el poder gracias a los votos de los electores, y el lubricante que facilita el funcionamiento de un régimen democrático impide que sus mecanismos de transmisión se oxiden y bloqueen es una información fluida, fidedigna y abundante. En este sentido no es extraño que la ofensiva desatada contra la libertad de expresión desde distintos campos coincida con la involución de la clase política en su conjunto a modos y estilos del anterior régimen.

En cualquier caso, fue el propio Gobierno, a través de su vicepresidente, quien suscitó, hace dos semanas, la expectativa de un reajuste ministerial inminente. Las estrepitosas derrotas de UCD en Andalucía, Cataluña y el País Vasco en Un intervalo de menos de un mes sirvieron de campo abonado para que la noticia lanzada por Abril prendiera en la opinión pública. Ahora el brusco frenazo dado por el presidente Suárez sin aviso previo para abrocharse los cinturones no sólo ha producido la frustración y la irritación que acompañan a las expectativas insatisfechas, sino que ha reducido la ya disminuida velocidad de crucero de la Administración pública a una semiparálisis. Ayer mismo fue suspendido el Consejo de Ministros, pese a que las leyes del desarrollo constitucional y las medidas ordinarias Para la gobernación del país se hallan en considerable retraso. Ningún hombre público responsable habla, como no sea en privado -y en privado hablan todos, y más de la cuenta-; nadie explica lo que está ocurriendo, y las causas, tanto de la minicrisis como de su aplazamiento son para la opinión un misterio insondable. Claro que no tanto. Lo que ha sucedido es que Abril, o el propio Suárez destaparon un poco ingenuamente la caja de las sorpresas, y desde todos lados -UCD, la opinión pública, la oposición- llueven ahora presiones, dudas e interrogantes. La fundamental de todas, la que podía haber sido resuelta en el congreso de otoño de UCD e inopinadamente se ha adelantado en su planteamiento, es quién será el candidato del partido del Gobierno en 1983. Y Suárez sólo acertará en la resolución de la crisis si es capaz de responder a semejante cuestión desde ahora mismo.

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