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Crítica:LA LIDIA: OCTAVA CORRIDA DE LA FERIA DE SEVILLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Arrollador Paquirri

El volapié de Paquirri al cuarto de la tarde, un monumento a la suerte suprema, culminaba una actuación arrolladora, como casi todas las de este diestro. Lo de hace dos días aquí mismo, tan mustio, debió ser una merced que Paquirri le hacía a su colega Manzanares, pues si llega a salir en el mismo plan que ayer, lo desbarata.

Arrollador Paquirri, desde las largas a porta gayola hasta esa estocada limpia, recreándose en la suerte, para hundir el acero por el hoyo de las agujas y fulminar a la fiera.

La faena de muleta no había sido de las buenas. Aunque el valor y la entrega eran evidentes, allí faltaba calidad, gusto en la interpretación de la suerte y hasta medida, porque se pasó de pases y tiempo, precisamente por esto sufrió un desarme, y a salvo un soberbio pase de pecho, el final del trasteo resultó deslucido. Pero luego Paquirri se llevó al torrestrella al centro del ruedo y allí ejecutó la sensacional estocada, que puso en pie la Maestranza.

Plaza de Sevilla

Octava corrida de feria. Toros de Torrestrella, tres sin trapío, tres bien presentados, mansurrones. Jaime Ostos, estocada trasera baja (silencio). Estocada (bronca). Paquirri, media tirando la muleta (ovación y salida a los medios). Gran estocada (dos orejas). Angel Teruel; estocada trasera y caída (silencio). Buena estocada (oreja).

Ganó las dos orejas. Las ganó de verdad, aun con todos los reparos, por el volapié bellísimo, pero también por los méritos de su tarde arrolladora. Tras la larga al cuarto, aguantó con verdadero poderío unas oleadas feroces, que dominó plenamente, centrando la embestida en el lance hasta cuajar media docena de verónicas de muy buena factura. Estuvo lidiador toda la tarde, y al segundo también lo recibió a porta gayola con dos largas emocionantes. Paquirri banderilleó este toro con mayor autenticidad que en otras ocasiones.

Su primera faena, en cambio, fue absolutamente deslucida, porque no supo resolver el problema de gazapeo que le planteaba el toro. El trasteo se hizo allá donde el animal quería, que andaba y andaba, en tanto Paquirri, lejos de aplicar la técnica adecuada, intentaba tercamente darle naturales y derechazos imposibles. El vicio de los dos pases dichosos hace estragos. Fue un borrón -no demasiado escandaloso, por otra parte- en la tarde alegre y limpia de un torero que arrolla, porque se entrega hasta el límite de sus posibilidades.

Angel Teruel estuvo sin sitio con su primer enemigo, tanto en la brega como en el último tercio, y en el otro, al que banderilleó con decoro, hizo uña faenita superficial, falta de cualquier tipo de ligazón porque su empeño era instrumentar el unipase, y aun éste le salía simplemente aseadito.

Hubo en la tarde un torero de plata que descolló por su colocación y eficacia en el manejo del capote: Chaves Flores. Incluso hizo el toreo a una mano -la única vez en toda la feria- y se ganó las ovaciones del público cuando paró de esta forma al sexto. La veteranía es importante para la fiesta, y su valor testimonial resulta imprescindible en estos tiempos. Lo malo es cuando a la veteranía no le acompañan unas facultades mínimas. Así ocurre en el caso de Jaime Ostos. Bregando con el capote se cayó dos veces, en otra ocasión tuvo que tomar precipitadamente el olivo y con la muleta nos hizo pasar un rato angustioso, pues, pese a sus inequívocos deseos, se le veía impotente para dominar las embestidas o librar cualquier acometida difícil. En estas condiciones no se puede salir a los ruedos, si no es para sufrir y hacer sufrir. Ostos era el contraste lamentable de ese Paquirri atlético y arrollador que puso en pie la Maestranza.

Los Torrestrellas defraudaron. Hubo tres chicos y tres grandes, y entre estos, un cuarto ejemplar precioso de lámina. Por supuesto que los chicos hicieron una floja pelea en el primer tercio, y todos, en general, distaron mucho de ser bravos. Incluso el quinto, más espectacular porque se arrancó como una bala al caballo (por cierto, saliendo de tablas), fue a menos y acabó quitándose el palo.

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