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Sartre: "El partido es la muerte de la izquierda"

Benny Levy. Has dicho hace poco que la izquierda ya no existía. Evidentemente, has dicho en voz alta lo que, sin duda, muchas personas piensan en su fuero interno; pero con eso no basta. Sería preciso de todos modos interrogarse un poco más a fondo. Sigue habiendo un electorado de izquierda, sigue habiendo partidos de izquierda; entonces, ¿qué significa la afirmación de que la izquierda ya no existe?Jean Paul Sartre. Primero, quiere decir que el electorado de izquierdas vota siempre a las izquierdas, es decir, a los partidos de izquierdas, pero que ha perdido la esperanza. Ya no cree que votar corresponda a una intención superior. Votar a los comunistas era, en otro tiempo, un acto que se consideraba revolucionario. Es evidente que en la actualidad se considera, al contrario, que es un acto de republicanismo clásico. Hay un partido que se llama comunista, y se le vota normalmente como se votaría por otro partido.

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B. L. Ya lo decíamos en la época del gauchisme. Criticábamos el electoralismo de los partidos de izquierdas.

J. P. S. Pero también el gauchisme ha desaparecido. Es decir, que, por un lado, tenemos el electoralismo de los partidos de izquierdas, que hace imposible la idea misma de un cambio vigoroso y total, la idea de una revolución -desde hace mucho tiempo creo que el partido comunista es el peor adversario de la revolución-, y, por otra parte, tenemos el aspecto insurreccional del gauchisme, que también ha desaparecido. De modo que, en la actualidad, ya no se puede obrar como se hacía en 1968, mediante la huelga, la manifestación callejera, etcétera; no tiene sentido en estos momentos. Se podría hacer, se podría perfectamente imaginar una manifestación que fuese a la Bastilla, que se dejase vapulear por los guardias, y que quizá pusiese fuera de combate a algunos. ¿Y después? La situación continuaría exactamente igual. En cambio, estas acciones tenían en otro tiempo algo de satisfactorio para la ízquierda: si se trataba de una ilusión es algo que debemos discutir. Pero eso se acabó. Ahora se sabe que las manifestaciones en la calle tienen cada vez menos impacto. Terminan con la desbandada y con destrozos, con violencia contra la policía y violencia de la policía contra los manifestantes, detenciones, etcétera. Los partidos políticos, lo mismo que la izquierda socialista, no forman más que un conjunto de movimientos frenados por las luchas de poder entre los jefes, por concepciones diferentes del socialismo: por ejemplo, Mitterrand y Rocard.

Todo ello nos indica claramente que la unidad de la izquierda, que desde 1920 estaba amenazada por la existencia del partido comunista, está actualmente rota. Antes de 1914 la izquierda era más un gran movimiento de masas, con hombres que podían dirigir durante un momento, pero que no eran todavía jefes de partido. Por ejemplo, Jaurés era más un guía que un jefe. Dirigía las huelgas, los movimientos, las acciones en la Cámara. Pero no era el único, no siempre obtenía aprobación. Guesde tenía un papel tan importante como el suyo, al menos, al principio. En una palabra, la izquierda era variada sin dejar de estar unida. Dicho de otro modo, tenía unos principios.

B. L. ¿Cuáles? No te sigo del todo. ¿En qué consistía esa unidad de la izquierda antes de 1914? ¿No es un poco mitológico tu movimiento de vuelta hacia el pasado?

J. P. S. No había unidad política, pero durante todo el siglo XIX se nota que los hombres de izquierdas se inspiraban en unos principios políticos y humanos, en general, a partir de los cuales conciben ideas o acciones. La izquierda sólo puede ser eso. Pero es interesante obervar que a partir de la formación de las izquierdas -yo diría que a partir de 1792, poco más o menos, hasta finales del siglo XIX-, estos principios están siempre presentes, sirven de punto de referencia, se cree en ellos, pero permanecen oscuros, las conciencias no los formulan, no los manifiestan. Se dice: yo soy de izquierdas, y nada más. Si se quiere de verdad hacer algo por reanimar a esta pobre izquierda que está muerta será preciso intentar expresar esos principios, habrá que saber cuál era su naturaleza, y cómo podrían resucitar. En mi opinión, la izquierda ha muerto porque los principios que utilizaba nunca se plasmaron con claridad sobre el papel o en los espíritus.

B. L. ¡Claridad no ha faltado! Las definiciones que daba el marxismo...

J. P. S. El marxismo tenía los principios de izquierda del marxismo. Los exponía en El capital, los daba en sus obras en general. Pero eran principios marxistas, no simplemente principios de izquierdas.

El marxismo aparecía como teoría, teoría rigurosa, o que quería serio, que se esforzaba por estudiar los hechos, mediante la deducción y el análisis. Pero, además, estaba en un medio, en un clima intelectual y sentimental que eran más amplios que la teoría misma y que, en parte, se veían negados por ella. Eso era la Ízquierda. Cuando Marx iba a hablar don revolucionarios alemanes de sus doctrinas, discutía con ellos, tomaban decisiones en común. Lo que presidía su acuerdo, sin que lo dijeran ni unos ni otros, era ciertamente la izquierda, era ciertarnente la ideade estar juntos para cualquier intento de acción de la izquierda.

B. L. Es preciso, de todos modos, decidirse a expresar ese principio, a precisar ese conjunto. Dos elementos que deberían ser suficientes; fecha de nacimiento: 1792; momento de eclosión de este con¡ unto con su confusión: siglo XIX. Creo que la respuesta está en la punta de la lengua: es de la fraternidad de los revolucionarios de 1793 de lo que se trata. Se trata de Michelet y de su descripción del 14 de julio de 1789, de la fraternidad universal de Vallés y de los communards.

J. P. S. No digo que no; pero la fraternidad no es tan fácil de definir.

B. L. Ha funcionado como principio, como referencia. Sin embargo, su definición no ha tenido demasiada consistencia.

J. P. S. Es verdad, pero es porque no se la ha desarrollado bastante. Hay en la idea misma de fraternidad, pienso, algo que impide desarrollar este principio. Si quieres, los revolucionarios, desde el 1792 hasta la Comuna, fueron hermanos que al mismo tiempo no lo eran, les avergonzaba en cierta medida ser hermanos. Sin embargo, invocaban la fraternidad. Y esto es lo que se debe intentar determinar.

B. L. En efecto, partiendo del derrumbamiento actual. ¿Qué es lo que se derrumba? Intentemos, a toda costa, precisar dónde estamos hoy con respecto a la figura nacida en 1792. La muerte del gauchisme es lo que resulta revelador.

J. P. S. Veo otra causa en este derrumbamiento: la transformación en partidos de elementos que antes de 1914 estaban de cierta manera a la izquierda. El partido es la muerte de la izquierda.

B. L. Tu acusación contra la idea de partido es muy equívoca. Se puede perfectamente decir que no a los partidos e incurrir en una regresión pura y simple, como la que bosquejas. Pero no te detengas en 1914, vuelve al origen, es decir, a 1792.

J. P. S. Pues bien, precisamente en 1792 no había partidos.

B. L. Y, sin embargo, el gusano ya estaba en la fruta. Describes, efectivamente, el movimiento que condujo al gauchisme a su muerte. El gauchisme quiso elevarse por encima cle la ídea comunista o estalinista de partido. Y lo quiso hacer apoyándose a la vez sobre esa unidad sentimental del siglo XIX y sobre las corrientes de la oposición de izquierdas, muy minoritarias en todo el transcurso del siglo XX. Y, seguramente, el gauchisme quiso recobrar la referencia al sans-culotte y a su radicalismo de 1793. Recuerda La cause du peuple y sus relaciones cómplices con Le Pére Duchesne. Esto fue lo que se derrumbó. La tentativa de regresión más allá de la idea de partido, mediante el recurso a la escena primitiva de 1793, eso mismo es lo que ha muerto.

J. P. S. Sí; pero, de buenas a primeras, los partidos que se decían de izquierdas ya no lo son. Porque lo que murió era la vanguardia de la izquierda.

B. L. Cierto. Veamos, pues, qué tenía de caduca la figura de 1793. Creíamos que, contra los partidos de izquierda, era preciso recurrir al radicalismo. Como los sans-culoltes que llevaron a cabo el propósito inaugural de la revolución: el de la soberanía popular. Bastó con que los sans-culottes de los arrabales se echarán a la calle con sus picas en alto para dejar a las autoridades establecidas en el vacío de la legitimidad. Se volvía a poner en juego la soberanía en la calle. El poder estaba en la calle. No en la Asamblea Nacional, ni en Versalles, ni en las Tullerías. Hay algo de vicioso en esta dinámica. Sin embargo, nos ha costado mucho trabajo impugnar esta idea de la soberanía puesta en pie.

J. P. S. En todo caso, a mí el radicalismo me ha parecido siempre un elemento esencial en la actitud de izquierdas. Si rechazamos el radicalismo, en mi opinión, contribuimos, y no poco, a hacer morir a la izquierda. Por otro lado, el radicalismo, lo reconozco, conduce a un callejón sin salida.

Es decir: si proponemos que tal o cual acción sea radical, que se desarrolle hasta sus últimas consecuencias, sin tener en cuenta que una acción está siempre en medio de otras y que éstas tienden naturalmente a modificarla, decimos una tontería.

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