Estados Unidos: crisis y elecciones
Estados Unidos está en crisis,y es sólo tomando en consideración la seriedad y extensión de la misma, que podremos poner en perspectiva apropiada la batalla electoral que ahora comienza en ese país.Tras la larga lista de aspirantes presidenciales -los ya desechados: Connally, Baker y Dole; y los que quedan en el ruedo: Carter, Reagan, Kennedy, Bush, Brown y Anderson- y el ambiente de circo característico de las elecciones norteamericanas, se notan claros síntomas de desajuste y deterioro. La crisis. que atraviesa el país tiene raíces largas, pero es sólo en tiempos recientes que sus efectos se dejan sentir directamente sobre la política; eso sí, a paso acelerado.
La guerra de Vietnam, el escándalo Watergate, la crisis del petróleo, las devaluaciones del dólar, la creciente inflación económica, los rehenes de Teherán y la invasión rusa de Afganistán han mantenido al pueblo norte americano en estado de malestar y zozobra durante los últimos años. Aunque cada uno de estos problemas tiene, hasta cierto punto, importancia propia, lo verdaderamente importante de ellos es que constituyen. síntomas de la fuerte crisis que sufre la nación. Los escalofriantes altibajos que la popularidad del presidente Carter ha sufrido en los años que él lleva en el poder -altibajos de magnitud y rapidez hasta ahora desconocidos en la historia política de la nación- no pueden comprenderse, ni tampoco sus implicaciones, sin tomar en cuenta el alarmante deterioro del sistema político norteamerica no.
Un poco de perspectiva histórica nos ayuda a detectar la existencia de la crisis y a juzgar su magnitud. No hay análisis histórico, por somero que sea, que no nos alerte a que las cosas no van como iban en Estados Unidos.
Al tiempo que esto ocurre, los intelectuales americanos, con la orientación antihistórica que les caracteriza, tratan la presente situación más como percance transitorio, que como el problema de fondo que es.
Con total independencia de la falta de deseo del intelectual norteamericano de darle la cara, la crisis está ahí para todo el que se tome el trabajo de observar con detenimiento. Hasta 1931, el sistema político y electoral funciona con eficaciá ejemplar, ni siquiera la guerra civil de la segunda mitad del siglo XIX desajusta este mecanismo; pero es en 1931 que la crisis económita mundial hace imposible la reelección de Herbert Hoover e inaugura el monopolio presidencial de Fianklin Delano Roosevelt. Roosevelt es elegido presidente cuatro veces consecutivas, en violación de la hasta entoncesíespetada tradición de que un presidente no ocupase su cargo por más de dos términos: ocho años. Roosevelt muere en el poder en 1945 y su monopolio presidencial da lugar a una enmienda constitucional prohibiendo más de una reelección,
El Gobierno de Franklin Roosevelt muestra ya un cambio, tanto en la forma como en la substancia de la política norteamericana; pero es en la posguerra cuando encontramos claras indicaciones de deterioro y desajuste. La función económica y social del Gobierno aumenta rápidamente, al mismo tiempo que la nación se convierte en la primera potencia bélica y diplomática del mundo. Fuertes tensiones internas y externa! empiezan ahora a ejercer sobre el Gobierno. Con la excepción del carismático Eisenhower, todos los presidentes de la posguerra ven sus administracciones hundirse en un tipo de problema u otro. Es en este período que el país pierde -o deja de ganar- sus dos primeras guerras: Corea y Vietnam, en que es humillado por Cuba, y en el que pasa de la ofensiva a la defensiva en el campo internacional.
La historia de este periodo en Estados Unidos, cuando se le compara con periodos anteriores en la vida del país, da muestras irrefutables de confusión e inseguridad. Truman, bajo fuerte presión política, decide no ser candidato a la reelección; Eisenhower gobierna sin problemas personales gracias a su carisma e imagen de, héroe guerrero, pero bajo su gobierno se desata el macartismo, se acepta la derrota de Corea, comienza la agitación racial y los rusos ganan su primer aliado en el hemisferio occidental. De Eisenhower en adelante las cosas van de mal en peor. Kennedy es asesinado bajo circustancias nunca esclarecidas, después de haber presidido el desastre de la Bahía de Cochinos, la crisis de Berlín, la confrontación atómica sobre los cohetes de Cuba, el inicio de la intervención armada en Vietnam y el enconamiento de la lucha racial en los Estados del Sur. Johnson, destrozado políticamente por el desastre de Vietnam, rehúsa presentarse a la reelección. Nixon, después de aceptar la derrota en Indochina, y con la enemistad agresiva de la prensa, es echado de su cargo. Por primeravez en la historia de la nación, un presidente tiene que dimitir. Si a esto le añadimos los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy -dos figuras políticas de primer orden-, la expulsión de Spiro Agnew como vicepresidente -también sin antecedente histórico-, la necesidad de tener un presidente-de nuevo por primera vez- sin elección popular (Ford) y la acumulación de reveses que Estados Unidos sufre -en el campo internacional, y si ponemos todos estos acontecimientos en perspectiva histórica, no me queda más remedio que concluir que el país se tambalea.
La actitud presente del pueblo norteamericano responde a la crisis de fondo por la que atraviesa, así como a los problemas inmediatos que se apilan vertiginosamente sin que los políticos de turno les sepan encontrar solución. La participación popular en las elecciones ha descendido consiste ntemente en los últimos veinte años; los sondeos de opinión pública indican que el pueblo norteamericano tiene en muy baja estima a sus organismos políticos: presidente, -Congreso, poder judicial, gobernadores de Estado y alcaldes municipales. La opinión que de la prensa se tiene no es mucho mejor, y un creciente número de ciudadanos se muestra ahora partidario de limitar las libertades de la misma. La institución más respetada del país,- de acuerdo con estos mismos sondeos, es la de las fuerzas armadas. Hallazgo, este último, altamente significativo por dos motivos: primero, porque en el país bastión de la democracia esto no era de esperarse, y, segundo, porque, estas mismas fuerzas armadas se encuentran en estado de desmoralización interna, como lo indican varios de los recientes estudios sobre el tema.
Esta crisis política norfeamericana -es resultado no de una causa única, sino de la confluencia de un número de factores. Algunos de estos factores tienen carácter generalizado y pueden hallarse, en un grado u otro, en cualquier país del mundo; otros afectan solamente al mundo occidental, y otros, los de mayor importancia para la comprensión de la crisis, son de naturaleza netamente norteamericana.
Los factores en las dos primeras categorías son bien conocidos de todo europeo. Entre ellos descuellan: la migración urbana masiva; el resquebrajamiento de la familia; el hedonismo desenfrenado; el uso y abuso de drogas; el no saber qué hacer con los viejos, cuyo número aumenta tanto en proporción al resto de la población como en can tidades absolutas; la adquisición de bienes materiales como fin en sí mismo; la alienación juvenil; el pseudopragmatismo ideológico que entraña más confusión que saber, que va acompañado del deterioro de los sistemas de ética tradicionales y que abre las puertas al marxismo como religión. A éstos hay que añadir el impacto psicológico y social de los nuevos medios de comunicación electrónicos, especialmente el de la televisión, y por último, el generalizado estado de angustia, desorientación y an siedad de que tanto nos hablan los psicólogos modernos.
En adición a estos problemas, la nación norteamericana tiene una situación étnica interna Ique es políticamente explosiva. Hasta entrado este siglo, el predominio de los anglosajones blancos y protestantes (los Wasps) fue absoluto en el país. A medida que los otros grupos étnícos, lingüísticos y religiosos (irlandeses, negros, italianos, hispanos, eslavos, judíos y católicos) han ido obteniendo poder económico y aceptación social, el país se ha empezado a pluralizar en realidad, no en teoría. El predominio de los anglosajones blancos y protestantes se ve hoy amenzado en muchos frentes, pero, sobre todo, en el político.
Lós profesores Nathan Glazer y Daniel Moyñihan demostraron ya en 1963 que la integración de estos grupos diversos en una nación uniforme y monolítica, a la usanza Wasp, como predecía la propáganda de aquéllos en el poder, era más mito que realidad. Estos grupos tienden, aun cuando cambien su lengua y algunas de sus costumbres, a conservar ideas y orientaciones psicológicas, que no se encuadran en los marcos establecidos por las ideas y las instituciones de los anglosajones, protestantes, blancos. Aquí es donde radica el meollo de la crisis actual en Estados Unidos. El país ha llegado a un punto en su devenir histórico donde sus instituciones políticas tradicionales y su acompañante ideológico no son ni aceptadas ni comprendidas por una parte de la población que va en rápido camino de convertirse en mayoría. El problema no es mecánico, ni cosmético: va al corazón mismo del sistema político.
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