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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otra vez el Español

CASI CINCO AÑOS después de su incendio, y tras la inversión de trescientos millones de pesetas penosamente pagados entre un Ayuntamiento pobre y un Ministerio de Cultura de presupuesto desmedulado y distribuido en toda clase de gastos, el teatro Español abre esta tarde sus puertas con fasto y pompa: parece que se incorpora así, después de su largo silencio, a lo que debería ser una cultura liberada, pujante y capaz de investigar en la realidad de la vida española: la cultura de la democracia. Todo ello no es, por ahora, más qué un fantasma inaprehensible. Cuando este teatro, enriquecido de nuevo ahora, era un corral de comedias el Corral de la Pacheca estaba transcurriendo, precisamente, una capacidad de investigación literaria de la vida española al que llamamos todavía Siglo de Oro, y asomaban a su proscenio los personajes que más o menos van a ser vistos esta tarde por los Reyes, por él Gobierno y por un grupo especial de invitados: los de Pedro Calderón de la Barca. No había mármoles ni arañas: la luz era la del sol, y el público era una mezcla de picaresca y nobleza. El oro era una metáfora que se aplicaba solamente a los textos y a sus intérpretes y a la pequeñísima maquinaria sobre la que todo aquello se representaba. Sería ingenuo y sofista sostener ahora que el regreso a la pobreza de medios de entonces podría traernos la misma riqueza literaria y dramática. Casi sería una superstición. Pero sí parece conveniente señalar que no puede cubrirse cierta pobreza de la cultura actual con el esplendor de un a flesta, la magia de una electrónica aplicada a un viejo texto o la seda y el terciopelo exornando el viejo corral de Isabel Pacheco. Es cierto que la cultura se ha encarecido mucho en los últimos años, y quizá no de una manera casual, sino probablemente porque una clase determinada la hizo suya y la elevó a su nivel de vida. Mármoles y terciopelos fueron en los teatros del siglo pasado la forma de prolongar en los teatros la estética y la comodidad del hogar de una burguesía ascendente: la cultura que en ellos se producía era también el espejo de esa clase determinada; muchas veces, un espejo critico y purificador. Probablemente cada época tiene el teatro que merece: lo tuvo el de los grandes siglos, lo tuvo el de la gran burguesía. Todavía esta época española no tiene el suyo. Quizá pueda tenerlo en este Español, que reproduce la leyenda del Ave Fenix y renace de sus cenizas. Se habla ya de una serie de estrenos, los de los premios Lope de Vega, marginados en este tiempo, y el que pueda otorgarse en mayo. La rectoría corresponde a una comisión mixta del Ayuntamiento y del Ministerio de Cultura, que ha nombrado un director con buena hoja de servicios: esperemos que el fasto inicial no influya demasiado en la trayectoria dramática de este teatro, y todo ello represente, de verdad, la época en que tratamos de vivir, y ayude a realizarla y a mejorarla, como podría ser su función.Quizá el Ayuntamiento de Madrid, propietario del Español, ha perdido una ocasión única: la de ser por sí mismo el restaurador y el programador de este teatro. Unido a sus salas del Centro Cultural de la Villa de Madrid, a sus trabajos en el teatro de barrio, podría haber comenzado una cultura teatral que hubiese impulsado un concejo donde no faltan los intelectuales ni los progresistas. Lo que ha faltado es el dinero, que le ha llevado a esta forma de maridaje con la cultura estatal, que, sin duda, va a influir en sus posibilidades de programación y en lo que hasta ahora es su filosofia de la cultura. Permítasenos alguna desconfianza. Que no debe empañar la satisfacción de que lo que se ha llamado con justicia el primer teatro de habla castellana vuelva a funcionar. Tendrá, ahora, que justificar sus mármoles con sus palabras.

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