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La ausencia de servicios afecta diariamente a 50.000 personas

Los 14.000 trabajadores del aeropuerto y los 30.000 pasajeros diarios que parten, llegan o transbordan en Barajas sufren desde hace más de un mes las consecuencias de una prolongada huelga de hostelería que mantiene cerrados todos los bares y restaurantes. Por si esto fuera poco, en las nuevas instalaciones de la terminal de internacional, con dos años de existencia solamente, no funcionan los cuartos de aseo ni las fuentes de agua de los servicios exteriores a odo un verdadero desierto recibe o despide a los miles de turistas que a diario pasan por el principal aeropuerto español.

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« ¡Algo increíble! Un aeropuerto internacional del orden del de Madrid sin agua, sin restaurante y casi sin servicios; esto no es una imagen muy acogedora de España. Siendo un aeropuerto la primera tarjeta de visita de un país, no entiendo cómo el Gobierno se desinteresa tanto de la impresión que dé su país a los que vienen de fuera», escribía en un casi correcto español un ciudadano suizo, el pasado martes día 25, en uno de los libros de reclamaciones que tiene Iberia en sus oficinas del aeropuerto. Poco más tarde, después de buscar, preguntar y desesperarse de encontrar un cuarto de aseo en las instalaciones de la terminal de internacional, otro individuo se acercaba a una de las columnas del hall de salidas y orinaba disimulada y relajadamente.Estas pueden ser dos anécdotas de las muchas habidas en los treinta días largos del conflicto hostelero del aeropuerto, pero la realidad es que los problemas que está ocasionando a viajeros y empleados del aeropuerto son innumerables. Los que más sufren son los niños. La gran mayoría de los trabajadores de las distintas empresas que funcionan en el aeropuerto, los agentes de los diferentes cuerpos de seguridad, han tenido que realizar colectas, buscar un hornillo particular o desplazarse fuera del complejo de Barajas para conseguir una botella de leche, calentar un potito o comprar un biberón para un niño.

La situación se hace agobiante en las naves de tránsito internacional. Sobre todo a las horas habituales de comidas. Pasajeros que llegan a Barajas con intención de enlazar con un vuelo que tendrá lugar varias horas más tarde, y que no tienen visado para entrar en España, se hallan en la situación de no encontrar ni siquiera agua. «La solución», decía un viajero con, humor, «es entrar en la tienda libre de impuestos, comprarse una botella de whisky y emborracharse para olvidar su mísera situación.» La realidad es que se han dado casos de deshidratación en niños de corta edad, desfallecimientos de embarazadas y ancianos. Sobre todo en los viajeros de vuelos transatlánticos. Muchas de estas personas llegan de cualquier punto de Europa por la mañana y se tienen que quedar en el recinto de tránsito hasta la noche, debido a que gran parte de los vuelos a Latinoamérica parten de Barajas a última hora de la tarde.

La pasada semana, ocho seguidores del club de fútbol escocés Celtic, de Glasgow, perdieron el vuelo charter en que pensaban volver y se vieron obligados a permanecer en el aeropuerto durante tres largos días, casi sin dinero y sin entender una palabra de español. Mientras esperaban dinero y vuelo para regresar a su país, vivieron de los bocadillos y botellas de leche que les tralan los trabajadores del aeropuerto.

Pero no sólo sufren el conflicto los pasajeros. En el aeropuerto trabájan unas 14.000 personas, algunas de las cuales tienen servicios continuados de veinticuatro horas. Estos trabajadores, que en la mayoría de los casos han tenido que alterar sus horas de comidas, son los que padecen las consecuencias desde un principio. A medida que pasa el tiempo van buscando sus soluciones particulares, sus trucos, sus componendas (un termo, un hornillo, una escapada) para subsistir. Pero, según ha podido comprobar EL PAÍS, soportan los hechos con una paciencia casi estoica. Algunos hablan ya de que se ban habituado a «esta rutina». Pero otros sufren doblemente las consecuencias. Un empleado de las oficinas de información de Iberia señalaba a este periódico que, además de no poder tomar café o un refresco en toda su jornada laboral, se ve obligado a comer a base de bocadillos, comida fría en pleno invierno, y a tener que pedir permiso para poder pasar a los servicios de las zonas «esterilizadas». Además, dice, es el parachoques de todos los viajeros incomodados por la situación.

Tanto los acostumbrados a la situación como los que no, apuntan a un culpable. No quieren entrar en si tienen razón los trabajadores de hosteleria o sus patronos. Lo que les preocupa es que la Administración, la Subsecretaría de Aviación Civil concretamente, no tome cartas en el asunto. El conflicto puede ser complejo y difícil de resolver, pero existen medidas para aliviar la situación de las casi 50.000 personas que a diario pasan por el aeropuerto. Una bien fácil, dicen, es instalar un buen número de máquinas de café, refrescos, bocadillos, que resuelvan las situaciones de emergencia. Pero hasta ahora no se ha hecho nada.

Mientras tanto, algunos hacen su agosto. Los restaurantes del pueblo de Barajas están «a tope» desde hace un mes. Pero también se forran otros. Por los alrededores del aeropuerto han proliferado las furgonetas-chiringuito, que venden toda clase de bocadillos y bebidas. No tienen precios abusivos y venden todo. En un principio los trabajadores de las cafeterías del aeropuerto los echaron en varias ocasiones, pero vuelven a aparecer en distintos puntos. Una tienda de caramelos y chocolatinas que comenzó a vender sandwiches y botes de cerveza también tuvo sus dificultades. Pero es imposible impedir estas ventas, que hacen más soportable la vida en este desierto de hormigón.

Otros que se lo «preparan» bastante bien son algunos taxistas. Por el hecho de ir a un bar de Barajas-pueblo, a uno de los chiringuitos rodantes, por un refresco o una botella de leche cobran el suplemento de setenta pesetas que tienen autorizado, tanto por salir como por entrar al aeropuerto. Y la sed o el hambre les proporcionan muchos de estos viajes. Otros, sin embargo, reclutan a varias personas para que el servicio sea más barato. Afortunadamente, son los más.

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