Comenzó en Roma el sínodo de los obispos ucranianos
El sínodo de los obispos ucranianos se inauguró ayer por la mañana, en la Capilla Sixtina, en presencia del Papa. La solemne ceremonia fue presidida por el anciano cardenal Slipij, que ha cumplido 88 años y que pasó dieciocho en Siberia, condenado a trabajos forzados.
Acompañaban a Slipij otros catorce obispos que viven en el exilio en diversas partes del mundo (Estados Unidos, Australia, Canadá, Alemania Occidental, Francia y diversos países de América Latina). Tres obispos están ausentes por motivos de salud: Gabro, de Chicago; Malanczuk, de Francia, Martenetz, de Brasil.El papa Wojtyla pronunció durante la misa una homilía en lengua ucraniana y toda la liturgia se celebró en este idioma y en el rito bizantino. Juan Pablo II hizo a los obispos presentes un severo llamamiento «a la unidad, a la concordia y a la colaboración con el sucesor de Pedro», a quien definió como «principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de todos los obispos y de sus fieles».
El Papa recordó al evangelista san Juan y afirmó que la unión profunda de los obispos y de los fieles es el «testimonio que empuja al mundo a creer». Juan Pablo II explicó su decisión de que el sínodo de los obispos ucranianos se celebrase en Roma en estos términos: «No tiene otra finalidad que manifestar la unidad que hemos recibido de los apóstoles: la unidad colegial.»
En Roma se está dando gran importancia a este sínodo, convocado por el Papa sin mucha publicidad, pero que ha tenido en seguida resonancia mundial. Se trata, como señalan los observadores, de un grave problema interno de la Iglesia y también de política vaticana. No se puede olvidar que la comunidad ucraniana se negó en tiempos de Stalin a fundirse con los ortodoxos griegos del Patriarcado de Moscú. Estos católicos ucranianos habían resistido durante el cisma de Oriente y se habían mantenido, como otras comunidades del Próximo Oriente, fieles a Roma. Por eso prefirieron los campos forzados y el exilio antes que ceder al ultimátum de los !usos. Hay quien dice que de los cuatro millones de católicos que entonces existían en Ucrania, muchos han seguido siendo internamente creyentes. Esto preocupa a los soviéticos, ya que Ucrania, con sus cuarenta millones de habitantes, es, al mismo tiempo, la nacionalidad de la URSS más separatista y antisoviética.
Por eso, el Vaticano, para no comprometer su política de ostpolit y para seguir la línea de diálogo instaurada por el Vaticano II, nunca concedió a los ucranianos lo que siempre habían deseado: un patriarca, como las demás comunidades católicas orientales que viven en sus territorios de origen. Y el patriarca tenía, que haber sido el heroico cardenal Slipij.
La Iglesia ucraniana está también dividida en su interior entre quienes desean ajustarse a los deseos de Roma y quienes exigen que se les reconozca su verdadera identidad de orientales, aunque vivan en Occidente. Una de estas características es, por ejemplo, la exención del celibato obligatorio, como los católicos de rito oriental. Roma nunca quiso reconocerles en este campo como verdaderos orientales para que no se crearan precedentes en Occidente. Temía que en una misma parroquia de Estados Unidos o de Europa puIdiera haber un párroco de rito bizantino casado y otro de rito latino con la obligación del celibato. Todos estos problemas, junto con la designación del coadjutor del anciano Slipij con derecho a sucesión, serán el objeto de este sínodo.
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