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Las chabolas, un tributo al desarrollismo incontrolado

En Madrid hay 1.834 chabolas y un número no de terminado, aunque muy superior, de casas bajas que, sin reunir tan pésimas condiciones de habitabilidad, son calificadas oficialmente como infraviviendas. Tanto en uno como en otro caso, no puede decirse, ni por asomo, que estén destinadas a que en ellas vivan seres humanos. Es más, quienes en ellas viven están muy lejos de gozar de la dignidad que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre proclamaba en el año 1948.

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Decir que constituyen el submundo de toda gran ciudad no es descubrir nada nuevo. Asegurar que la tan cacareada (y no por ello menos real) marginación social ha afincado su nido perfecto en torno a ellas no supone añadir ningún dato que colabore a mejorar su situación. Son las chabolas, esa especie de Madrid paralelo en la que ciudadanos de segunda clae, que un día quisieron convertirse en madrileños por mor del desarrollismo y la oferta de traba o en la gran ciudad, luchan día tras día por conseguir sobrevivir y que su familia no pase el hambre que se cierne todos los amaneceres sobre ellos.Todas las formas de infravivienda que se dan en una gran ciudad que, como Madrid, ha preferido durante años aumentar el nivel de su renta per cápita que mejorar las condiciones,reales de vida de sus habitantes, no han sido estudiadas todavía en toda su profundidad. Existen, eso sí, acercamientos más o menos fiables, entre los que hay que considerar el de la Gerencia Municipal de Urbanismo y el de la Coordinadora de Chabolistas. Casi todos ellos coinciden en asegurar que, en esta ciudad, son entre 60.000 y 70.000 las personas que, por unas razones o por otras, viven en casas con unas pésimas condiciones de habitabilidad.

El gran grueso de esos madrileños, del orden de las 60.000 personas, viven en lo que la terminología oficial ha dado en llamar infraviviendas y que popularmente se llaman casas bajas. Son casas que, sin dar una sensación de absoluta precariedad -contra lo que ocurre en las chabolas - chabolas-, carecen por. completo de todos aquellos servicios que podrían caracterizar a una vivienda digna.

La invasión de la humedad

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La mayoría de esas infraviviendas no tienen ni tan siquiera un inodoro o, si lo tienen, comunica directa o indirectamente con un pozo negro, cosa que dista mucho de la perfección sanitaria. Las humedades constituyen el plato de cada día en esta clase de viviendas, lo que, inevitablemente, conduce a la aparición de un buen número de enfermedades, sobre todo respiratorias.

No todas estas viviendas disponen de luz y, por supuesto, un porcentaje significativo de ellas no tienen ni tan siquiera agua. En este último caso, el abastecimiento para el consumo humano ha de reafizarse en fuentes públicas que pueda haber en las proximidades. Hasta hace no mucho tiempo, una de las primeras reivindicaciones de los habitantes de este tipo de colonias era, aparte de tener una vivienda digna, que fuera instalada una fuente en las inmediaciones para poder abastecerse.

La propiedad del suelo ocupado por estas casas corresponde, en un elevado porcentaje, a sus habitantes, cosa que sirve también para diferenciar las casas bajas de las chabolas, ya que en éstas el suelo tiene un dueño, que muy raramente ha dado su consentimiento para que sea ocupado.

Los habitantes de las casas bajas son, por lo general, obreros especializados o sin especializar que se enfrentan a una gran dificultad para encontrar una vivienda de otro tipo. Sin embargo, en muchos casos, esos obreros han tenido que dar una elevada cantidad de dinero en concepto de traspaso, que podría haberles servido, incluso, para tener acceso a una vivienda en mejores condiciones.

Las casas bajas se reparten por la geografía urbana de las afueras de Madrid, normalmente agrupadas en varios núcleos. Sus nombres son bien conocidos en ese vocabulario del tercermundismo de la ciudad: San Pascual, La Alegría, la Quinta de la Paloma, Valdevivar, Peñagrande, Colonia Mahou, Villa Rosa, el Pozo del Tío Raimundo, Palomeras, el barrio del Milano, el Cerro de la Bendita, el Pozo del Huevo, el barrio de Nazaret, el barrio deltarmen, Caraque y un etcétera demasiado largo.

En cada uno de esos núcleos, los problemas comunes se van repitiendo hasta la saciedad: falta de urbanización, barro, humedades, inexistencia de alcantarillado...

En su mayoría, cada uno de esos núcleos no tiene por debajo de los catorce años de existencia. A pesar de ello, su relación con otros núcleos urbanos nacidos posteriormente a su alrededor -los barrios de la periferia propios del desarrollismo- es escasa o nula. Todo lo más, las mujeres de las casas bajas acuden como asistentas a las casas de los ricos de al lado. Aparte de esa ínfima relación, basada en la capacidad económica de cada una de las zonas limítrofes, las gentes de cada una de ellas tienen sus propios bares, sus personales centros de reunión y sus amistades perfectamente diferenciadas: nada les acerca, todo lo contrario.

El índice de escolarización en estos núcleos de infravivienda suele ser bastante elevado. Es más, debería decirse que es muy elevado, en relación con la falta absoluta de escuelas en todos ellos. Los niños de la zona deben realizar largos desplazamientos cuatro veces al día para poder acudir a alguna, de los barrios cercanos. De todas maneras, la mayoría de los niños que, cada año, quedan sin escolarizar en Madrid proceden de este tipo de núcleos.

Aunque quienes viven en estas casas bajas -que se denominan a sí mismos chabolistas- tienen todavía ante sí una larga lucha por conseguir la vivienda digna y adecuada que les garantiza la Constitución, la mayoría de estos núcleos están sujetos a grandes operaciones de remodelación o de realojamiento de sus habitantes, que habrán de llevar, en un plazo más o menos largo, a su desaparición. Pero ese plazo no se presenta, por lo menos aparentemente, tan corto como para echar las campanas al vuelo.

Pero la infravivienda suburbial, esas casas bajas de las afueras de la ciudad pueden ser también algo así cojo unas chabolas de lujo. Por pésimas que sean sus condiciones de habitabilidad, en ningún momento alcanzan los grados ínfimos de esas Viviendas que la terminología oficial denomina chabolas-chabolas.

Esas chabolas, construidas con cuatro maderas y algo de uralita, en el primer sitio que a su constructor-vecino le ha parecido -con desprecio nunca intencionado de los planeamientos urbanísticos vigentes-, no suelen sobrepasar los quince metros cuadrados. En ese escaso espacio, se hacinan todos los componentes de la familia de ese constructor improvisado y obligado por las circunstancias. No es extraño encontrar en esos quince metros cuadrados seis, siete o más personas.

La carencia de inodoros o de más de una habitación es la norma que integra a casi todas las chabolas. Por supuesto, si en el caso de las casas bajas las enfermedades crónicas estaban a la orden del día, en las chabolas es algo casi consustancial. Raro es encontrar una familia en esas condiciones en la que el marido no esté dado de baja porque tiene artrosis, la mujer padezca una bronquitis crónica o

Las chabolas, un tributo al desarrollismo incontrolado

alguno de sus hijos sea asmático. La propiedad del suelo ocupado por las chabolas no pertenece casi nunca -sólo en un 1,09%- a sus habitantes. Sí les pertenece, claro, la chabola en sí, por la sencilla razón de que la han construido ellos mismos. Pero, aun en estos casos de vivienda ínf im a, no es difícil encontrar los clásicos traspasos y los alquileres. Sí, hay quien paga por vivir en tan precarias condiciones.El 82 % de las chabolas existentes en Madrid tiene, contra lo que pudiera parecer, luz eléctrica. No ocurre lo mismo con el agua, de la que disfruta tan sólo el 24,20%.

La procedencia de los habitantes de las chabolas madrileñas es, en su mayoría -el 65,35 %-, de la propia periferia de la capital. Después los que más abundan son los exiremeños, en un 18,67%, y los andaluces, el 5,76%.

La profesión que declaran la mayoría es la de la venta ambulante, en un 7,06%, seguida de cerca por los chatarreros, con un 6,78%.

El nivel de ingresos de estos chabolistas es, como media, entre las 16.000 y las 25.000 pesetas -el 9,16%- No faltan, claro, los que aseguran no disponer de ingreso alguno -el 2,08%- o que ganan más de 35.000 pesetas al mes -el 0,21%.

Pero estos datos, referidos a la situación laboral de renta de los chabolistas, han de ser considerados bajo la condición de que sólo el 25,76% de ellos aseguran trabajar, y el 2,19% está en situación de paro. Mientras el 66,77% declara no trabajar.

El hecho de que una buena parte de los que trabajan tengan como ocupación la recuperación de chatarra tiene una relación muy directa con el hecho de que casi la mitad del total de chabolistas -el 42,74%- preferiría, en el caso de que abandonara el barrio en el que hoy vive, que le dieran una casa de planta baja.

De todas maneras, la mayoría de ellos consideraban, por lo menos en el momento en que construyeron la chabola, que ésta no seria más que una pura transición antes de conseguir su definitivo asentamiento en la gran ciudad, a la que emigraron en busca de una mejor situación que, en muchos casos, empeoró.

Sin embargo, la promoción a una mejor vivienda no suele producirse antes de los cinco años de permanencia en la chabola. La mayoría de las familias las ocupan por un espacio de tiempo que va desde los cinco años hasta los nueve.

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