El parado impecable
Iba yo a comprar el pan, esta mañana, y me he encontrado al parado impecable, la esencia del parado, el parado puro, la parasidad o paradez en-sí / para-sí. Y con chaqueta príncipe de Gales.Le he observado discretamente a la ida y a la vuelta. Mi barrio es un barrio populoso de gitanas canasteras, mendigos infantiles, lisiados reflorecidos por otro milagro de la primavera, como olmos humanos y machadianos, y meretrices con muñones. La gente de mi barrio, que es gente de paso, extranjeros y así, les deja dinero, donativos, una saliva de monedas en torno, una calderilla de curiosidad. Pero este parado de hoy era otra cosa: ortodoxo ciudadano, mendigo heterodoxo, no recurre ni ocurre a ninguna de las coreografías de la mendicidad tercermundista y tercerfranquista que caracteriza Madrid desde que ganamos la guerra. Este hombre está sentado en el suelo, aseado, correcto, peinado a raya, con gafas oscuras -quizá un síntoma de pudor mendicante, a lo general Della Rovere-, chaqueta príncipe de Gales, como digo, pantalón presentable y zapatos un poco pobres, porque decía don Francisco de Cossío que se empieza a empobrecer por los pies. Miguel Delibes me elogiaba una vez el, temple de cierto desvencijado vallisoletano, conocido y compadecido, y, me puntualizaba con admiración:
-Y va arreglado, Paco, y va arreglado.
Nuestro mendigo también va arreglado. Hace falta mucho niachismo del de antes (el de ahora lo usufructúan todo las feministas) para afeitarse todos los días, con la cuchilla implacable, cuando se va descendiendo de la dignidad al paro y del paro a la mendicidad. En torno de sí, este parado tiene unos recortes de periódico, enfundados en plástico, donde se habla de su caso, y unos niños, sus hijos, que no molestan nada ni se agarran a las faldas de la que pasa, como hijos momentáneos y hambrientos. Este hombre es a las cornadas del hambre lo que Don Tancredo o Manolete a las cornadas del cuerno: un estoico, un apolíneo, un estilita e incluso un estilista. No ha querido integrarse, como digo, en la coreografía nacional y tradicional del hambre española, ni subrayar su estado con carcomas, lacras, lepras, pústulas o trucos, como esa gitana que le vuelve el párpado del revés, al churumbel, para conmover al personal, hasta que llega Carmen Garrigues y le desdobla el párpado al niño.
Mi parado, este parado otro, es como an antiliéroe de Samuel Beckett. Está ahí y basta. No es el suyo el paro nacional, barroquizado a veces de picaresca, dramatismo y colas del subsidio. Tampoco diré que este hombre desdramatiza, frente al 10% de la población española que está parada, sino que lo suyo es la tragedia implícita en sus líneas maestras, el desempleo puro, sin adherencías de hambre o lágrima. Y esto es lo que me ha estremecido como síntoma social, como dato real, porque a la pobreza canastera y castiza ya estamos acostumbrados los españoles desde siglos, y la resolvemos con unos céntimos al paso, que hoy son un duro, o cinco. La pobreza de los pobres es entre nosotros tan natural como las palmeras de Las Pal,mas, y sólo falta que en los programas de Gobierno se incluya aquello de que siempre ha habido ricos y pobres. Cualquier día lo dice Suárez por la tele.
Pero la pobreza de las clases medias, la mendicidad de los que llevaban siglos con un mediano pasar, el paro de los que nunca se habían movido mucho, pero sí lo suficiente como para sacar unas oposiciones, eso es lo que puede poner entre paréntesis una democracia, porque las medias-clases-medias son muy sensibles a este agravio y a la propaganda redentorista de los que se hacen un peinado providencial y halagan sus ideales pequeñoburgueses, mucho más sensibles que el proletariado curtido en hambres de siglos y sordo, porque lleva la boina hasta los ojos, ante las palabras necias y líricas de los que quieren salvar la Banca con metáforas. Este parado nuevo en mi barrio me ha hecho conocer el paro en estado puro, sin caspa ni alarde. En él, se para la Historia.
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