Asomarse al exterior
Que los exiliados no se llevaron la canción es cosa que ya sabíamos hace tiempo, pero es que además algunos ni siquiera se llevaron claras las ideas, y lo peor es que han vuelto en las mismas, por mucha lectura de Le Monde que le echen a las credenciales, como hace Daniel Tejero, cuya carta (EL PAÍS, 22 de febrero) viene a quitar otra piedrecita a ese monumento que, desde dentro, nos empeñamos en erigir al exiliado conocido o sin conocer, al tiempo que nos fabricábamos un bonito complejo aun aquellos que -como es mi caso- cuando la riada del exilio ni siquiera habíamos nacido, callándonos, como culpa propia, el habernos chupado una posguerra que también fue fina.Lo que no sospechábamos es que en aquella España del congreso eucarístico nacional y católica por decreto no sólo se nos encanijaba el cuerpo, sino que encima nos estábamos ganando a pulso el crujir de dientes y las tinieblas exteriores a las que ahora nos arroja «una persona expulsada de su país por el dogmatismo religioso».
Y es que aquella mantequilla pajiza con la que -ya bien avanzados los cincuenta- se nos descolgara Mr. Marshall a cambio de unas parcelas nos llegó, por desgracia, demasiado tarde, cuando ya nuestro raquitismo era irreversible; y dado que no puede haber mente sana en cuerpo que no lo sea, es lógico que anidase en nosotros el triste espíritu que nos hace complacernos en el venenoso sectarismo y la mala leche anticlerical de los comentaristas religiosos de EL PAÍS, y que nos incapacita además para ingresar en el club de fans de ese Papa que denuncia el divorcio, el aborto, la píldora, la explotación del hombre por el hombre -según el señor Tejero, cuya habilidad para «leer» entre líneas parece haberla logrado no como lector de Le Monde, sino de la prensa franquista-; Papa que, ya en el colmo de la caridad evangélica, reduce herejes (?) sin condenarlos a la hoguera.
Ejemplo este último que debiera seguir el señor Tejero, dejándonos al menos ese rinconcito de EL PAÍS, que para loas vaticanas él puede recurrir a la Gómez Borrero y a cierto diario cuya misión es, precisamente, alabar al Papa, lleve rebeca o chándal, sea Juan Pablo II o el mismísimo Borgia que resucitase, que para algo está pagado en indulgencias papales. Con ellos, hasta puede ahorrarse la suscripción a Le Monde, pues está visto que, en ocasiones, asomarse al exterior no es peligroso, como suponía el queridojacha Jardiel, sino sencillamente inútil.
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