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Apatía en Yugoslavia ante la enfermedad de Tito

Francisco G. Basterra

La próxima introducción de medidas de racionamiento de la gasolina, cuyo precio subió a cincuenta pesetas litro la semana pasada, fue la noticia de ayer en Yugoslavia por encima del parte médico habitual sobre la salud del presidente Tito. La vida continúa en este país balcánico y con ella el azote de la crisis económica, que debe pagar como Cualquier otro de Occidente o del Este. En este contexto, la enfermedad del mariscal comienza a aparecer como algo irreal, que deja indiferente a una población mucho más preocupada por los problemas de la vida cotidiana que por los grandes planteamientos filosóficos sobre la autogestión o el no alineamiento.Por supuesto, Tito continúa grave, pero hace unos días estaba en coma y muchos ya lo habían enterrado. Sus médicos informaron ayer que los problemas suscitados en su deteriorado organismo por la larga enfermedad -iniciada con una tromboflebitis- son «menos agudos», sobre todo los relacionados con la insuficiencia renal. «Otras medidas terapéuticas necesarias son aplicadas. » Cada hora, la radio yugoslava repite estas líneas, de las que puede deducirse muy poco. Quedan muy lejanos aquellos partes médicos, verdaderas novelas, del otoño de 1975 en España. Aquí, la dignidad del presidente y el respeto mayoritario del país por su persona y obra política impiden la gran tramoya alrededor de su muerte.

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