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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un vuelo regular de Iberia

EL VIAJE del Rey a Estados Unidos ha tenido como motivación dolorosa la enfermedad del conde de Barcelona, hospitalizado en una clínica neoyorquina y en convalecencia posoperatoria. La figura de don Juan de Borbón, que con tan extrema dignidad supo encajar las adversidades del destino y sobreponer a sus deseos personales los intereses superiores merece en estos momentos la solidaridad afectuosa de sus compatriotas.En los momentos más sombríos de nuestro pasado, el ilustre exiliado de Estoril encarnó una posibilidad histórica de que el final. de la dictadura no abriera ese período de violencia, caos, inseguridad y conflictos fratricidas que muchos profetizaban y que suele seguir a la clausura de regímenes de poder personal. La carta de reserva para la restauración de la monarquía parlamentaria que significó el conde de Barcelona no tuvo que ser utilizada. Y en el momento en que don Juan de Borbón consideró definitivamente afianzada sobre bases constitucionales y democráticas la Corona, no vaciló en transmitir a su hijo, con nobleza, generosidad y patriotismo, su legitimidad histórica.

Por lo demás, es evidente que el desplazamiento del Jefe del Estado a la República norteamericana, pese al carácter privado del viaje, no podía desprenderse totalmente de connotaciones políticas. La dimensión pública del Rey de España no se agota dentro de nuestras fronteras. El papel de animador de nuestra gran diplomacia de don Juan Carlos, las repercusiones de sus viajes por Latinoamérica y de su visita a China y su amistad personal con los líderes de las principales naciones europeas y de algunos países árabes confieren a sus opiniones y a sus criterios un peso específico propio. Por esa razón, la entrevista con el presidente Carter, a petición del presidente de Estados Unidos, resulta harto interesante, especialmente en estos momentos de tensión internacional.

Son ya numerosas las iniciativas que piden el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a don Juan Carlos por sus esfuerzos y sus éxitos, como «motor del cambio», para que la transición de la dictadura a la democracia se realizara con los mínimos costes humanos y sociales. Sin duda, no es poca la sangre derramada sobre el suelo español desde noviembre de 1975; pero, sin la presencia de don Juan Carlos en la jefatura del Estado, ese saldo de muerte y de dolor sería incalculablemente mucho mayor.

Esos indiscutibles méritos del Rey para que el Parlamento noruego le distinga con el próximo Premio Nobel de la Paz pueden quedar ahora reforzados por las iniciativas y gestiones del Rey de España en favor de la distensión internacional, del amortiguamiento del peligroso clima de guerra fría surgido en los últimos meses, de la lucha por la defensa de los derechos humanos en el Cono Sur y en Centroamérica y por las eventuales mediaciones en la conflictiva situación del Próximo Oriente.

Digamos, finalmente, que la decisión del Rey de trasladarse a Nueva York en un vuelo regular de Iberia es un ejemplo del que debería tomar buena nota nuestra clase política y, en especial, el Gobierno. Si alguien es insustituible para la consolidación de la democracia en nuestro país, esa persona es don Juan Carlos, cuya seguridad, por tanto, justificaría cualquier costo. Paradójicamente, sin embargo, la única figura verdaderamente imprescindible de nuestra vida pública ha tenido el memorable gesto de preferir un ahorro del gasto público a la máxima cobertura de su seguridad que hubiera representado un vuelo especial.

Los ciudadanos de a pie, a quienes continuamente se les exhorta para que acepten las duras realidades de la crisis económica y realicen los sacrificios adecuados a esta etapa de forzosa austeridad, moderando sus exigencias salariales y reduciendo su consumo, valorarán adecuadamente el gesto del Rey. Ojalá que sepan valorarlo también los señores ministros.

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