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Despabilar las sinapsis

Estoy solo, solo en esta casa, casa provisional que de un bocado se tragó quince años de mi vida, los supuestos mejores años de mi vida. Pero no hagamos aspavientos: en algún lugar del globo un terremoto se ha llevado 2.000 muertos en menos de un minuto. No parece presumible que se tratase de 2.000 casos especiales. Los pilló desprevenidos, a esos 2.000, acaso a alguno de ellos con manuscritos interminados en el armario. La llamada naturaleza no se anda con pamplinas. Aquí nadie se anda con pamplinas, y esa historia nuestra comienza a mostrar su interminable colección de faces, su inagotable caos, su precario orden. Quedan infinitas Américas por descubrir, eso lo sé; pero también sé que son precisas muchas coincidencias para conseguir organizar una complejidad mínimamente nueva y relevante.Estoy solo en esta casa, solo en esta casa grande y aireada, solo en la noche semipoblada, al borde del instante que a cada instante ha de llegar. Algún día, tal vez, daré una fiesta, celebraré mis cincuenta años con el minúsculo grupito de resucitados; yo, que ya no tengo ecosistema definido. Las cosas han rodado así. Las cosas hubieran podido rodar de otro modo. Pero han rodado así. Y ahora me gustaría salirme del pellejo propio, volver a escribir día a día, dictarlo todo morosamente, sin tener que pasar por el tubo de mi escasa velocidad tecleante; explicar que es preciso no dejar de estar locos, es decir, finitos, sino hacer que la locura cobre transparencia. La locura transparente remite a la ambivalencia entre sapiens/demens que es también la lucidez. E incluso la racionalidad. Ese milagro que llamamos racionalidad es el misterio lento de la relación, el circuito que reúne las parcelas huérfanas y locas. Una magia de segundo grado.

Me gustaría dictar esta y otras mil premoniciones; me rodearía de diccionarios, almohadones y librillos; bebería té. Y sería preciso que lo que dictase quedase automáticamente transcrito en el papel, al objeto de seguir con el modelado de la masa antes de que la masa se enfriase. Lo que uno dicta o escribe es, ante todo, lenguaje; pero resulta ser, al fin, más que lenguaje. Bien es cierto que toda huella es la huella de algo que a su vez es huella. Y así sucesivamente: la cadena indefinida. Pero, precisamente por esto, samsara es nirvana.

Sin embargo, helas, no tengo ese aparato, esa máquina dictoescribiente que me excusaría de no pocas fatigas y desidias. Y he de seguir tanteando con el viejo utillaje y con sus escasos grados de libertad. Y así resulta complicado desbrozar el camino, trabajar a gusto, alcanzar los centros nerviosos del inconsciente trascendental, ir más allá de los modelos extenuados. (Lo del inconsciente trascendental tómese con las reservas que hacen al caso.) Sin medios afinados es difícil enfrentarse a lo que Marx llamaba las furias del interés privado, y que aquí serían las furias de las invariantes de los sistemas, el horror al cambio.

Claro está que le tenemos horror al cambio en la misma medida en que lo deseamos. Pero no voy a desarrollar aquí una teoría del cambio. Sólo diré que tengo del cambio un concepto ambivalente: entiendo que el cambio completo y real es simultáneamente un ir hacia adelante y hacia atrás, hacia lo nuevo y hacia el origen: un movimiento retroprogresivo. Pero ya digo que no voy a entretenerme ahora con el tema.

Me importa, por el momento, constatar las limitaciones de mi máquina teorizante (o de mi máquina de práctica significante). Es una máquina muy bloqueada y que intento, tímidamente, desbloquear.

Encontrar el universo en un grano de arena, decía William Blake. Yo, hasta la fecha, el poco universo que he encontrado ha sido en unos muy imprecisos granos de arena, cuando me he sentado a tararear el discurso de mis limitaciones. Este dietario menor, sin ir más lejos, es una colección de arenillas y universos. Con un efecto secundario: comienza a estar claro quién soy «yo» y cuál es mi discurso: yo soy cualquier circuito que se produzca en este determinado organismo; mi discurso es una yuxtaposición de perplejidades. Yo no soy sujeto ni objeto, sino, aproximadamente, un margen de indeterminación entre estímulo y respuesta, un foco de locura y obediencia. Lo confirma Michel Serres: «yo» no habito en un espacio único, encadenado por la referencia; yo estoy aquí con relación a un espacio, pero habito una multiplicidad de espacios, con imposibilidad de distinguir entre exterior e interior; estoy aquí-en -otra-parte, descentrado y polivalente, con una lógica de la transferencia continua; desplazándome, efectivamente, como un Hermes.

Una vez, hace años, me ocupé de la diferencia entre escribientes y escritores. Para un escribiente lo importante es publicar. Para un escritor lo importante es escribir y, de pasada, publicar. Esta es la diferencia, siguiendo una sugerencia de Barthes. Para un escritor, publicar también importa, pero sólo en la medida en que lo que uno publica reincide (feedback) sobre lo que uno va a seguir escribiendo. Pues bien: escribir, estar siempre en el meollo de la creación, puede convertirse, al fin, en una obsesión. Porque uno ha perdido muchos, demasiados años, en trabajos de intendencia. Ahora se trata de volver a ser (de llegar a ser) un animal libre; de volver al anonimato, a la libertad del claustro abierto, donde sea posible leer y escribir a cualquier hora. Porque yo necesito «leer-y-escribir» a cualquier hora. En este momento escribo y leo metido en el pijama, husmeando mediterráneos, desbloqueada la cacerola, a gusto con mi indagación o caza. El neurólogo Sherrington -lo cuenta Kenneth Burke- puso de relieve que durante la caza la percepción de los animales es intensa y que una vez cobrada la pieza el organismo se relaja. Mi caza, la desdichada caza de un desdichado intelectual generalista, es ésta: ir sofisticando los marcos teóricos de referencia hasta llegar al punto (utópico y paradójico) en que la teoría y la acción incidan en una vida cotidiana permanentemente creadora. Sabartés, el amigo de Picasso, comentaba que «hombres, mujeres, animales, plantas», los conocía (Picasso) por instinto, bajo todos sus ángulos, y que, en cierto modo, el mundo entero se había convertido en propiedad suya. Picasso estaba siempre en el meollo de la creación.

Sí; este es un buen programa: meterse en el taller/claustro para ir de caza; mantener la percepción en vela; estar siempre en el meollo de la creación. En mi caso: encararme con la multitud de mis fracasos y dolencias, y extraerles el jugo; vivir de la única manera que me es posible todavía vivir: tomando los papeles y los trastos, quiero decir mis papeles y mis trastos, los libros que tengo subrayados con lápiz rojo, los apuntes, y cruzarlo todo con mis experiencias, sensaciones, percepciones; y prolongar mis experiencias, sensaciones, percepciones, hacia zonas ya no experimentables, ni sensibles ni perceptibles, igual que hace la ciencia con sus aparatos de medición, que desantropomorfizan los datos; meter en la cazuela no antropomórfica los datos y señales procedentes de mi vida o, si lo prefieren, de mi ecovida. En resumen: respirar sin miedo y, de pasada, contagiar a mis semejantes una cierta desazón. Despabilar las sinapsis.

Salvador Pániker ingeniero, filósofo, ensayista y escritor, resultó elegido diputado por UCD en las elecciones de junio de 1977, cargo al que renunció a los pocos días. Entre sus obras principales figuran Conversaciones en Cataluña y Conversaciones en Madrid.

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