"El libro rojo del cole"
Cuando en el Parlamento se están debatiendo cuestiones referentes a la enseñanza y la educación, un editorial de Abc, de fecha 3-2-1980, pone en funcionamiento la sirena de la peligrosidad y un libro que no llega a las doscientas páginas se convierte en el drácula de nuestros escolares.El libro rojo del cole bien podría subtitularse «Con él llegó el escándalo», con la diferencia que a ésta la vemos en las noches plúmbeas de TVE y a aquél quieren meterlo entre las rejas de la prohibición y el secuestro. Toda esta polvareda nos recuerda, en efecto, más a una cortina de humo, detrás de la que quiere esconderse al Estatuto de Centros Docentes, que a argumentaciones serenas acerca del contencioso que dicen encontrar en las páginas del libro. Sin embargo, no es esta utilización política de la cultura la que más nos preocupa; los intelectuales de este Estado ya estamos habituados a ellas y nos llueve un poco sobre mojado. Digamos que lo que sí nos preocupa son la libertad de expresión y esa: mesiánica convicción de ser «conciencia infantil» expresada por algunos ministros, así como por la Federación de Enseñantes Religiosos de España. No entendemos cómo desde un documento elaborado por la Comisión Episcopal de la Enseñanza y la subcomisión Episcopal de Universidades puede defenderse que «los grupos sociales, culturales y religiosos tienen derecho a participar responsablemente en la creación, expresión y difusión de la cultura y de sus propias visiones del hombre y del mundo, como una contribución a la búsqueda del sentido último y profundo de la vida», y que la Asociación Católica de Padres de Familia denuncie el libro, cuando responsablemente desde él sólo se participa en una búsqueda educativa que aspira a mejorar los muchos aspectos -sin duda, mejorables- de la situación escolar actual. Al libro se le ha llegado a calificar de «anticonstitucional», precisamente con una Constitución desde la que se defiende ardorosamente la libertad de expresión. En su distribución, rocambolescamente, se ha intentado encontrar oscuras complicidades en algunos ayuntamientos -curiosamente, de mayoría de izquierdas-, y desde las páginas de un diario se llega a pedir la dimisión de alcaldes y concejales. Adultos, cualificados sin duda, pero, sin duda, también adultos, se han autoeregido en «conciencia infantil», y a estas alturas nos preguntamos qué quien se ha molestado en oír la opinión de los especialistas y de los mismos niños.
A este respecto, el profesor Glauco Carloni (catedrático de Psicología de la edad evolutiva) opina así del librito a propósito de la sexualidad: «Por tanto, dando por hecho que hoy se educa y se espera poder educar a los jóvenes con más sinceridad, en declarada oposición a la hipocresía pedagógica de la así llamada época victoriana, debemos darnos cuenta de que sólo las almas cándidas y los hipócritas pueden negar haber tenido a esa edad curiosidad de naturaleza similar, generalmente satisfecha por medios ciertamente peores que los proporcionados por este libro.»
Sólo cuando la libertad de enseñanza significa ir contra la libertad de expresión pueden entenderse estos ataques. Pensamos que la función de un Ministerio de Cultura es defender a la cultura y no impedir su desarrollo. Creemos, en definitiva, que prohibir un libro es tanto como votar a favor de la muerte contra la vida.
Por favor, todos los que de alguna manera al salir cada día a la calle tenemos el corazón inmaduro, no deseamos, ni para nosotros, ni para nadie más «días lluviosos y fríos». iOigannos!
(escritor). Rosa Montero (periodista). José María Caballero Bonald (presidente del Pen Club español). Andrés Sorel (secretario del I Congreso de Escritores de España). Cristina Alberdi (abogada). Jorge Martínez Reverte (periodista).
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